Abascal, por el camino de Meloni. Prologó Yo soy Giorgia, el bombazo editorial que la catapultó hacia la jefatura del Gobierno de Italia. Primera mujer en alcanzar ese sillón. Abascal sigue sus pasos, no quiere ser vicepresidente de nadie. Suele subrayarlo, entre sonrisas, cuando se lo preguntan. Tampoco aspira a figurante en un gobierno de coalición, la patita corta, el báculo molesto. Vox quiere dirigir el cotarro de la derecha, marcar el paso, señalar el rumbo y gobernar la nave.
Su anuncio de que no exigirá carteras en un posible Gobierno de Núñez Feijóo no es postureo, ni brindis al sol, ni una burleta sardónica dada la casi imposibilidad de que el gallego llegue a la Moncloa. Es la estrategia de un partido que alcanzó su cenit el 20-N de 2019 con 52 escaños, a tan sólo 5,5 puntos del PP y que ahora se quedó con 33, a casi 20 puntos del líder del centroderecha. Abascal, como Meloni en su Ejecutivo de coalición, quiere el mando único. Para ello, ha impulsado un cambio en las entrañas de su formación. Defenestró, antes de los comicios del 23-J, a unas cuantas cabezas pensantes y liberales como Víctor Sánchez del Real o Rubén Manso y ha orientado su proa hacia el sendero del combate, hacia el territorio duro y quizás inhóspito, lejos de las ambiguas aguas del pacto y el cambalache. Urgidos por una infrecuente determinación, Jorge Buxadé y Kiko Méndez Monasterio conducen este proyecto, junto a Enrique Cabanas, jefe de Gabinete del presidente e Ignacio Hoces, eficaz multiusos. Una alta ambición, un propósito incierto.
En Génova temen notables quebraderos de cabeza en los gobiernos autonómicos donde tienen que lidiar con sus complicados socios, bien sea internos o externos
Se ha desatado el cañoneo. El último episodio de estas turbulencias internas ha sido la renuncia de Iván Espinosa de los Monteros, cabeza visible del ala más dialoguista, excelente dialéctico, cabeza de la bancada verderona, quien acaba de decir adiós muy buenas sin más explicaciones. Un plantón en toda regla. Y quizás el anticipo de un cisma.
Una situación que debería beneficiar al PP, según una lectura lineal de lo ocurrido. A menos Vox, más PP, reza el eslogan pedestre. Al cabo, el partido de Abascal es una escisión de aquel de Rajoy. De momento, en Génova se esperan notables quebraderos de cabeza en los gobiernos autonómicos donde tienen que lidiar con sus complicados socios. Las fatigosas tensiones para su gestación (ahí está Murcia) pueden quedarse en nada ante lo que espera.
Vox, capitidisminuido en las urnas y sin amago de autocrítica, da por hecho que Feijóo no será investido, asumirá el papel de líder de la oposición melifluo y débil ante el ‘autócrata’, como califica Abascal al narciso del progreso, y dentro de cuatro años, el elector de la derecha reclamará una fuerza contundente y decidida, que combate los nacionalismos identitarios y que no tolera ni las bromas con la lengua, las izquierdas camufladas o las modas woke.
La batalla decisiva
Agenda 2030, LGTBI, burocracia europea, Soros, globalismo, autonomías, plutocracia, inmigración ilegal son algunos de los puntos irrenunciables de la formación voxista. De alguno de ellos hizo Meloni su línea de combate, especialmente lo referido a la inmigración. Alemania y Francia han perdido esa batalla, Merkel nunca la dio, su sucesor, el socialdemócrata blandengue Scholz, está atado por sus socios de gobierno y Macron está perdido, rodeado por cinco millones de magrebíes que deciden quién manda en las calles. Meloni ganó el pulso, llegó al Palacio Chigi pero, una vez aposentada en el poder, se ha metamorfoseado en una fiel discípula de Draghi, aplaudida por Biden y amiga de Von der Leyen. Un referente occidental. Su partido, Hermanos de Italia, triunfó hace un año con el 27% de los sufragios. La lideresa reúne ahora más del 52% y acaba de arrasar en las municipales de hace unos días.
Este es el plan de los segundones de la derecha española. Una inconveniencia para Abascal es que hay alguien por aquí que se parece a Meloni más que él. Se llama Ayuso. Dentro de cuatro años Dios dirá.