El partido de Abascal es derecha conservadora. Punto. Nada más. No son skinheads neonazis que van por la calle pateando cabezas de negros, gays o inmigrantes con la punta de sus Dr. Martens.
Además de buenísima gente, Esteban González Pons es un político de fuste que goza del respeto transversal del Parlamento Europeo. El jefe del Comité Organizador de ese Congreso que proclamará a Feijóo presidente del PP por aclamación es muy listo, un superviviente nato, pero como cualquier ser humano también se equivoca cuando abre la boca. Unas teóricamente inocentes palabras suyas en El Programa de Ana Rosa montaron un pollo de padre y muy señor mío. «Vox es de extrema derecha», soltó sin venir a cuento. El primer cabreo fue el de un Mañueco al que ese siniestro paletoide que es García Egea llevó al matadero con unas encuestas que tenían el mismo rigor que la exoneración de Juan Carlos I por parte de Anticorrupción. El todavía, y espero que hasta 2026, presidente de Castilla y León flipó con semejante salida de pata de banco, inmerso como está en plenas negociaciones con Vox para retener la Junta. Más allá de damnificados particulares, nadie en la derecha sociológica entendió las cinco palabras de marras. Primero, porque cualquier politólogo independiente alberga cero dudas de lo obvio: el partido de Abascal es derecha conservadora. Punto. Nada más. No son skinheads neonazis que van por la calle pateando cabezas de negros, gays o inmigrantes con la punta de sus Dr. Martens. Tampoco es ese Frente Nacional fundado por un personaje, Jean-Marie Le Pen, que negaba las cámaras de gas. Aunque la foto de Abascal en Madrid con la moderada Marine fue, a mi juicio, un craso error, no hay demasiadas concomitancias entre ellos. Aquél sí es un partido notablemente xenófobo y pelín racista, cosa que no se puede imputar a una formación que tiene de presidente en Cataluña a un Ignacio Garriga que no es precisamente un wasp y de estrella emergente a Bertrand Ndongo que, salvo que yo sea daltónico, es negro. El propio Julio Anguita puso los puntos sobre las íes en 2019: «Se está exagerando la amenaza de Vox. Se habla de fascismo pero el fascismo tiene un barniz de política social y estos señores, no, son neoliberalismo puro y duro». Ciertamente, si uno examina el programa de Vox concluirá que son algo carcas en materia social y libertarios en el sentido anglosajón del término en cuestiones fiscales. Su propuesta de bajada de impuestos deja reducida casi a la condición de socialdemócrata la formulada por el PP. Los de Génova 13 caen, además, en la trampa tendida por un PSOE que de la mano de Redondete ideó el falsario estereotipo para demonizar al único partido que puede otorgar La Moncloa a Feijóo. Un fascistoide cordón sanitario de los de toda la vida de Dios… o del diablo. El PP y sus comunicadores tontitos han caído sistemáticamente en la trampa, excepción hecha de una Ayuso que los ha neutralizado tirando de refranero: «No hay mejor desprecio que no hacer aprecio». En la Comunidad no hay sorpasso de Vox ni se le espera, cosa que no se puede sentenciar de momento a nivel nacional. Por algo será. Item más: ahora resulta que es mejor moralmente pactar con ETA, los golpistas catalanes y los sicarios de Maduro que con el partido de ese chaval hoy convertido en mito que con 19 años tenía que ir a clase escoltado y de un Ortega Lara que pasó 532 días bajo tierra secuestrado por los socios de Sánchez. Basta ya de bulos, ya está bien de que el PP haga el pardillo y de que el pensamiento único nos haga comulgar con ruedas de molino. Si hay que pactar con Vox, se pacta, que para eso es un partido impecablemente constitucionalista.