- O nos creemos la democracia o no nos la creemos. Y si nos la creemos, Sánchez debería haberse reunido este jueves con Vox. Porque no existe un solo argumento contra Vox que no sea aplicable en una u otra medida a los socios del PSOE.
Yo estoy con Robert D. Kaplan, que dice que la mejor manera de conservar la democracia es no pasarse con la dosis. Porque cuando te pasas con la dosis democrática acabas con una oclocracia, que es el despotismo del tropel. Y los tropeles empiezan siempre caminando detrás de una pancarta para acabar a los pies del populismo.
En España llevamos seis años y nueve meses en ese punto. El sueño de la razón democrática («que gobierne el primero capaz de apañar una mayoría por inviable y contraproducente que sea esta») ha producido frankensteins en nuestro país.
Conviene en fin no creerse más la democracia de lo que se la cree el Gobierno, que es quien la gestiona en base a un pacto social por el que los ciudadanos le cedemos el uso de la fuerza al Estado a cambio de que el Estado nos proteja de la barbarie. Es decir, de los Putin externos e internos.
Pero ese pacto fundacional, previo al de la Transición y al de la Constitución del 78, ha vivido en nuestro país tiempos mejores. ¿Sigue ese pacto en pie? ¿Ha pasado a ser obligatorio para los ciudadanos, pero optativo para el Gobierno?
Quién sabe ya.
Digo que conviene no creerse más la democracia de lo que se la cree Pedro Sánchez a raíz de la decisión de excluir a Vox de las conversaciones sobre Defensa de este jueves en la Moncloa.
¿Acaso Vox no es un partido legal?
¿Acaso Vox no es el tercer partido del Congreso de los Diputados?
¿Acaso no representa a tres millones de españoles?
A esas reuniones han acudido hoy jueves EH Bildu, ERC y Podemos. Lo han hecho con una posición común: nada de más gasto en defensa, luz de gas a la OTAN y «no se nos ha perdido nada en Ucrania». Todo ello en nombre de la paz.
Es una postura radicalmente incompatible con la posición actual de la UE. Pero esos partidos han estado en la Moncloa y Vox no.
La decisión es llamativa, teniendo en cuenta que este miércoles Podemos, Sumar y EH Bildu votaron en el Europarlamento junto a Vox, Viktor Orbán y Marine Le Pen en contra del plan de rearme de la UE.
En la Moncloa, Sánchez ha dedicado tanto tiempo a Alberto Núñez Feijóo, el ganador de las últimas elecciones generales, como a los representantes de partidos que ni siquiera llegaron al 2% de los votos en 2023 y que no habrían entrado en muchos de los parlamentos de los países de nuestro entorno. Por ejemplo, en el alemán.
Si la excusa para no convocar a Vox es su postura presuntamente prorrusa, exclúyase entonces también a ERC y Junts, los verdaderos proxies de Putin en esa España balcanizada que tanto desea un Kremlin de cuyo papel en el golpe de Estado de 2017 el Gobierno de Sánchez todavía no ha dicho nada, quedando tanto por decir.
¿Qué diferencia a Junts y ERC de ese Calin Georgescu al que el Tribunal Constitucional rumano ha prohibido presentarse a las elecciones de su país con el argumento de que ha faltado a su deber de «defender la democracia»?
Esa es una buena pregunta. ¿Qué hacen dos partidos que dieron un golpe de Estado contra la democracia en 2017 participando en unas elecciones democráticas como si aquí no hubiera pasado nada?
Participando y decidiendo el presidente del Gobierno más permeable a sus intereses.
De esto, de las conexiones del Kremlin con el nacionalismo catalán, ha escrito Nicolás de Pedro en EL ESPAÑOL una y otra vez hasta que al Gobierno no le ha quedado más remedio que hacer la vista no ya gorda, sino mantecosa, frente a la evidencia de las interferencias rusas en la democracia española.
En cambio, si la excusa para no invitar a Vox a esas conversaciones sobre Defensa es la posibilidad de que la información acabe en manos de nuestros enemigos (información irrelevante puesto que España no pinta nada en el concierto internacional), exclúyase entonces a Podemos, por sus conexiones iraníes y venezolanas.
Otro día hablamos de China y de José Luis Rodríguez Zapatero, el principal lobista en España de los intereses de Xi Jinping, que rema hoy para que España se desmarque de la OTAN y abra «espacios de diálogo» con el régimen de Putin.
Y si la excusa es el veto a la ultraderecha, exclúyase a Junts, que anda ahora apañando la expulsión de los inmigrantes que no lleguen a Cataluña con el nivel C de catalán.
Vox obtuvo en 2023 más del doble de los votos que ERC, Junts, EH Bildu, PNV y BNG juntos. Así que, guste o no, Santiago Abascal representa a más ciudadanos españoles, muchos más de hecho, que todos los socios en el Congreso de Pedro Sánchez.
Es más. Pongámonos en la mayor.
Supongamos que Vox pretende entregarle nuestro país a Vladímir Putin.
¿En qué se diferencia entonces de Junts, ERC, PNV, EH Bildu, BNG, Podemos y Sumar, cuyo objetivo es la destrucción de la democracia constitucional y su sustitución por una confederación de repúblicas tribales sólo formalmente democráticas y construidas en base a criterios identitarios incompatibles con una democracia liberal?
¿En qué se diferencia la postura de EH Bildu, BNG, ERC, Compromís, los comunes, Podemos y Sumar de la postura de Vox en lo referente a Putin, el rearme de la UE y la ayuda a Ucrania?
¿Pretende ahora fingir Pedro Sánchez que España, su España, la del frankenstein, no es el eslabón más débil de esa línea Maginot que aspira a construir la UE contra Rusia?
O nos creemos la democracia o no nos la creemos. Y si nos la creemos, Vox debería haber estado en esas reuniones. Porque no existe un solo argumento contra ellos que no sea aplicable en una u otra medida a algunos de los que este jueves se han reunido con Sánchez.