ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Habrían acudido y yo les habría dado la bienvenida. Como se la habría dado al Papa de Roma. O a la Podemia. Yo soy partidario de no llegar a acuerdos políticos con Vox, la Podemia y el Papa de Roma, todo uno y lo mismo, hasta que los dos primeros prometan fidelidad al régimen del 78 y se comprometan a respetar los derechos individuales, amenazados en un caso por su apoyo a un referéndum de autodeterminación y por su pretensión, en el otro, de distribuir derechos en razón del origen de los ciudadanos españoles; respecto al Papa de Roma hasta que deje de hacer política con dios. Ahora bien. Una cosa es trazar un cordón de seguridad político en torno a ese eje del berrido y otra muy distinta trazar un cordón de seguridad cívico. En parte del rechazo a Vox, en esa obsesión por su aislamiento, late una contaminada exigencia de pureza de sangre. Y algo que es muy grato a la desvalijada izquierda de nuestro tiempo: las cláusulas de la política de identidad. Se desprecia a Vox por lo que es y no por lo que diga o haga en un momento concreto: discriminación negativa, pleonasmo.
Nadie ni nada debe prohibir a Vox que desfile junto a partidos razonables. Puede ser, incluso, que se le pegue algo. Pero una cosa es darle la paz y otra darle la palabra.