Rubén Amón-El Confidencial
- La actualidad parlamentaria —aborto, ley trans— expone la radicalidad confesional del partido de Abascal en beneficio de Sánchez y obliga al líder gallego a blindarse contra una ultraderecha que puede resentirse de la escisión del ‘olonismo’
La actualidad parlamentaria ha expuesto la dimensión más inquietante de Vox en sus complejos confesionales. Y no tanto por considerar el aborto una barbarie —ya lo han dicho otras veces— como por concebir la homosexualidad y la transexualidad en los términos de una epidemia inducida.
Lo demuestra un pasaje estremecedor que perpetró la diputada María de la Cabeza Ruiz y cuya lectura integral es difícil de leer sin sobresaltos: «El alarmante aumento de casos de homosexualidad y transexualidad que se está produciendo en los últimos años está directamente relacionado con el adoctrinamiento al que ustedes están sometiendo a los menores».
«Vox es un partido repugnante cada vez que intervienen sus agresiones al laicismo y a la convivencia»
No fue un calentón, sino un discurso leído en la tribuna de oradores. Una convicción que enfatiza la reputación de Vox como un partido impresentable y cuyo modelo de sociedad colisiona estrictamente con la dignidad.
Era María Ruiz quien exponía el ideario del partido respecto a la ley trans. Y claro que se le pueden encontrar objeciones y reparos a la legislación de Irene Montero, pero el discurso aberrante de Vox implica que la homosexualidad —y la transexualidad— se adquiere por adoctrinamiento ideológico. Y que resulta «alarmante» la proliferación de casos, de tal manera que los gais y los transexuales pertenecerían a la categoría de un problema social, de una enfermedad en expansión que podría haberse curado o remediado si Sánchez no ejerciera de aventador de maricones.
Vox es un partido repugnante cada vez que intervienen sus agresiones al laicismo y a la convivencia, más todavía cuando la sociedad española trata de progresar en la tolerancia hacia las minorías discriminadas. Han avanzado los derechos LGTBI, pero el shock informativo que ha supuesto el primer caso de un futbolista gay en la liga española —el jugador checo Jakub Jantko— demuestra que todavía existen recelos y tabúes.
«Abascal cree haber encontrado en el aborto un argumento de distinción y de disputa. Por eso defiende la doctrina integrista»
Ya se ocupan de custodiarlos las matronas fanáticas de Vox. Hemos escuchado decir a la diputada Lourdes Méndez que la nueva ley del aborto —y la anterior— predispone el asesinato de niños y convoca la cultura de la muerte, mientras que María Ruiz sostenía que el Gobierno está «fomentando la homosexualidad», como si la orientación sexual fuera inducida y como si, tal caso, representara un problema. O sea, que la sociedad española estaría mejor sin tantos maricones. No ya por la depravación o la patología, sino porque los gais condicionan la expectativa reproductiva de la especie.
Así lo tiene dicho el exministro de Interior Fernández Díaz. No forma parte de Vox, pese a las plenas coincidencias ideológicas y doctrinales, pero sí representa ese lado oscuro del PP, al que tanto inquieta el cambio de posición de Feijóo respecto a la asunción de la ley de plazos.
Abascal cree haber encontrado en el aborto un argumento de distinción y de disputa. Por eso defiende la doctrina integrista. Y por la misma razón les disputa a los populares el sufragio del votante ultraconservador.
«El modelo de sociedad de la ultraderecha —homofobia, xenofobia, antieuropeísmo, nacionalismo patriotero, confesionalismo— es incompatible con una democracia»
Se entiende así mejor la oportunidad y el oportunismo con que Sánchez y los socios de legislatura agradecen el fundamentalismo de Vox. Abascal es el mejor aliado de Sánchez. Acude a socorrerlo cada vez que flaquea la reputación del PSOE o adquiere proyección la candidatura de Feijóo.
La forma más sencilla de malograrla consiste en demostrar que el PP necesita la alianza con un partido abyecto. Y que el modelo de sociedad de la ultraderecha —homofobia, xenofobia, antieuropeísmo, nacionalismo patriotero, confesionalismo— es incompatible con una democracia aseada.
Hace bien Feijóo en distanciarse de Vox y en maniobrar la expansión hacia el centro. La expectativa de atraerse al votante antisanchista —socialistas deprimidos, huérfanos de Ciudadanos, socialdemócratas pasivos— requiere abjurar de Abascal, pero la credibilidad de la iniciativa no solo se resiente de los acuerdos orgánicos ya vigentes —Castilla y León— sino de los pactos de gobierno o de investidura que se deriven de las elecciones municipales y autonómicas. ¿Será capaz Feijóo de renunciar a Vox cuando estén en juego las alcaldías y los tronos autonómicos? ¿Cómo le pueden penalizar los votantes escépticos o desamparados en las elecciones generales si el líder gallego se hipoteca con los acuerdos de la ultraderecha?
«Cabe preguntarse si la deriva fanática de Vox en el aborto y la homosexualidad la comparten realmente sus votantes»
El PP necesita amontonar resultados rotundos y elocuentes. No necesariamente mayorías absolutas, pero sí demostraciones electorales de verdadera envergadura que relativicen la influencia de Vox y que la subordinen a la utilidad de evacuar al patrón monclovense, sin necesidad de invocar la Biblia ni de recurrir a las excomuniones.
Cabe preguntarse si la deriva fanática de Vox en el aborto y la homosexualidad la comparten realmente sus votantes. Y si el fundamentalismo del partido puede terminar deteriorando su pujanza electoral, más todavía cuando la entrevista de Macarena Olona en la «televisión del mal» —nada más transgresor para la irritación de Abascal que Évole en La Sexta— desnudó anoche la endogamia del partido, desenmascaró la ferocidad de Ortega Smith, puso en aprietos el lado oscuro del matrimonio Espinosa, sobrentendió las corruptelas, definió las inequívocas pulsiones machistas y cuestionó incluso el liderazgo de Santi Matamoros.
El despecho y la venganza de Olona implican una escisión y una crisis de desprestigio que podrían socavar la reputación de la ultraderecha y servir de trampolín al voto útil de Feijóo cuando se trate de lograr el cambio de guardia en la Moncloa y cuando Vox descubra que la sociedad a la que se dirigen sus chacales no considera la homosexualidad una enfermedad contagiosa.