Pedro José Chacón-El Correo
El Estado llega a la vista contra los líderes del ‘procés’ completamente inerme como país y con unas perspectivas inquietantes en el orden político y cultural
Mucho me temo que el representante de Vox que va a ejercer de acusación popular en el llamado ‘juicio del procés’, y que no es otro que su secretario general, Javier Ortega Smith, nos va a someter en sus intervenciones a una interpretación muy singular de la historia de España, conformada en función del patrón nacional-católico acuñado por Marcelino Menéndez Pelayo en el cambio del siglo XIX al XX. El erudito cántabro falleció en 1912 tras haber recibido en vida, de parte del régimen político canovista, todos los honores y bendiciones a que podía aspirar alguien que se dedicara a las letras en su tiempo. Su legado, expurgado de cualquier contagio de liberalismo -que lo tuvo, en pequeña proporción pero suficiente para enemistarse con lo más integrista de su época- fue adoptado como doctrina oficial por parte del Estado franquista.
La visión nacional-católica de la historia de España podría quedar como parte irrenunciable de nuestro patrimonio histórico, sin duda, como lo son las bellísimas catedrales románicas y góticas, con sus figuras, retablos y decoración que sobrevivieron al expolio y destrucción de las sucesivas guerras que padecimos desde el siglo XIX. Pero intentar convertirla en algo operativo en la actualidad va a resultar más que nada estrafalario, innecesariamente provocador y además temerario. Aunque dado el ambiente político en el que vivimos, consecuencia de unos hechos que nos han traído a un juicio como este, la ciudadanía puede que, sorprendentemente, esté predispuesta a abrazar un relato que sugiere tiempos remotos o épocas políticas superadas, lo cual va a tensar el ambiente mucho más de lo que ya está.
Quienes creemos que el Estado debería reforzar sus costuras y cohesionarse un poco más -al menos un poco más, por el bien común, por la mejora de nuestras condiciones de vida-, tendríamos que ser más conscientes de que llegamos completamente inermes como país a este juicio y a las perspectivas de orden sobre todo político y cultural que se vislumbran con él. Y sobre todo quien más desasistida y, lo que es peor, más inconsciente se muestra ante lo que se le avecina, es la derecha en su conjunto, o el centro-derecha para ser más concretos. Un centro-derecha -PP y Ciudadanos- que va a asistir a un discurso histórico-político, por parte del representante de Vox, que va a absorber el protagonismo de todo ese espacio político a la derecha del PSOE.
Ya solo por esto, el centro-derecha debería estar muy preocupado. Pero es evidente que no lo está. Deben pensar que un discurso sobreactuado y delirante del representante de Vox será suficiente para alejar a la ciudadanía sensata de la propuesta política que representa. Pero yo no estaría tan seguro ni tan tranquilo, sobre todo por el ambiente social sobreexcitado y tensionado al que estamos sometidos y en el que propuestas como las de Vox tienen una porción de éxito asegurada.
Por lo que se deduce de las manifestaciones de sus líderes, desde que Vox ha logrado su gran resultado en Andalucía y las perspectivas en ascenso para las elecciones que se avecinan, en el juicio del ‘procés’ asistiremos a un discurso nacional-católico o tradicionalista en su modalidad más férreamente centralista. Porque no hay que olvidar que al catolicismo en España, en su versión más ultramontana, nos lo encontramos detrás de todo el catálogo de discursos históricos de orden territorial que conocemos, tanto el castellano centralista, como los nacionalistas vasco y catalán, por mucho que el catalán tuviera un origen federal, rápidamente subsumido en el catolicismo mayoritario.
Lo que ha faltado en la historia de España, obviamente, ha sido un relato integrador, liberal y por tanto respetuoso de las singularidades y también de las creencias. Y los pocos intentos que ha habido no han merecido el eco y el respaldo que debieran. El liberalismo estuvo muy condicionado siempre por una Iglesia católica que, desgraciadamente para España, cayó en una profunda crisis intelectual desde el siglo XVIII para acá. Nada que ver con el nivel alcanzado en tiempos de un Francisco Suárez o un Francisco de Vitoria, que influyeron en toda la Europa de su tiempo, o con el de Francia, por ejemplo, donde a pesar de haber tenido una revolución, el catolicismo se ha mantenido firme y su influencia cultural sigue siendo prestigiosa.
Carecemos, en definitiva, y de un modo bastante vergonzante además, de una historia que dé cuenta del Estado de las autonomías que hoy es España. Un Estado enormemente avanzado respecto de cualquier otro país de su entorno en ese sentido descentralizador y respetuoso de las singularidades. Y no puede ser que en lugar de convertirnos en ejemplo para todo el mundo de lo que somos -un Estado capaz de integrar diversas formas de sentirse, o no, parte de él-, estemos dispuestos a romper con todo, proponiendo discursos contrapuestos, disgregadores contra unificadores, destructores de puentes y sin moderación alguna. El Estado español de las autonomías no ha tenido recursos, al parecer, ni voluntad política, que es lo peor, para dotarse de un relato histórico acorde con su realidad actual. Muchos esperamos que este juicio sirva también para poner de manifiesto esas carencias e impulsar su rápida y solvente reparación.