José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- El éxito del partido de Abascal, en términos relativos, es seguro y se producirá mañana tanto respecto del PP como de las plataformas provinciales
Es pronóstico seguro, y todo lo demás está por ver, incluso la victoria del PP: Vox será el partido que, en términos relativos, obtendrá mañana en las elecciones de Castilla y León el mejor resultado porque, según el consenso de las encuestas —incluida la del CIS, que le adjudica 8-9 escaños—, pasará del procurador que obtuvo en los comicios de 2019 a una decena o más sobre un total de 81. Es lógico que suceda porque los de Abascal se han servido de las involuntarias colaboraciones de sus adversarios: de una parte, las que proceden del Gobierno y, sobre todo, de sus socios parlamentarios que irritan por su radicalidad (ERC, Bildu), de otra, de las que genera la falta de estrategia —Ayuso aparte— en el modelo de relación del PP con el partido a su derecha. Cierto es también que a Sánchez y a sus estrategas el ascenso de Vox no les incomoda en la medida en que debilita al PP y nutre su arsenal argumental contra la derecha en general.
La política española es como tierra baldía en la que se han sembrado sentimientos y emociones, a menudo negativas, y en amplios sectores sociales hay temor, irritación, desconfianza, decepción, frustración y una creciente aversión a la manera de hacer política y de transmitirla a los ciudadanos. Vox recoge toda esa emotividad —en otro momento histórico anterior pudieron hacerlo Podemos y Ciudadanos, en sentidos diferentes— la reformula en un discurso radical y terminante y logra convertirse en una opción-refugio para miles y miles de electores desalentados y expectantes.
Se ha ido creando en los sistemas liberales de los países occidentales el concepto de «emocracia» que ya menudeaba en los análisis politológicos en 2019 y que en España tiene un referente teórico del mayor interés en el profesor Manuel Arias Maldonado, autor en 2016 de ‘La democracia sentimental. Política y emociones en el siglo XXI’ (Editorial Página Indómita). La «emocracia» podría definirse como «la democracia de las emociones», es decir, aquella en la que los sentimientos determinan el voto ciudadano a rebufo de discursos políticos que alientan lo sentimental sobre la ecuación racional-ideológica. La representación internacional de esa «emocracia» —que tiende a planteamientos iliberales— se produjo en la «cumbre patriótica» que organizó Vox el pasado 29 de enero en Madrid.
Al encuentro asistieron los líderes con los más heterogéneos intereses: el polaco católico Mateusz Morawiecki, el húngaro Vikton Orbán, la laica dirigente francesa Marine Le Pen cuyos europarlamentarios votaron a favor de los secesionistas catalanes fugados; el ultra flamenco amigo de Puigdemont, Tom Van Grieken, el holandés Rob Roos, abonado a la difusión de la «leyenda negra» española y una variedad de antisemitas y homófobos de Bulgaria, Estonia, Lituania y Rumanía. Peligrosas amistades esas de Vox.
Apenas se pusieron de acuerdo en nada relevante porque cada cual tira por su lado, pero les aglutinan tres rasgos muy acentuados: el nacionalismo extremo que comporta distintos grados de xenofobia ante la inmigración; un recelo permanente a la Unión Europea dado que todos ellos se reafirman en el soberanismo de cada uno de los Estados y la apelación a los sentimientos como motores de la acción política.
En distintas formas —a veces incompatibles entre sí— los participantes de la cumbre organizada por Vox representan las expresiones distintas del populismo de derechas europeo que conecta con el de Donald Trump en Estados Unidos y es opuesto al de izquierdas de Nicolás Maduro en Venezuela, de Pedro Castillo en Perú, de Daniel Ortega en Nicaragua o de Andrés Manuel López Obrador en México, entre otros, y que son próximos todos ellos a las querencias de Podemos. Para unos Putin es también un referente (es el caso de Orbán, pero no para el polaco Morawiecki), factor que con la crisis de Ucrania de por medio quiebra la coherencia de una pretendida e imposible internacional del populismo iliberal de derechas.
La cuestión que se plantea con Vox en España consiste en determinar si es un partido con caducidad que se diluirá cuando se extingan las causas reactivas a las que responde (el proceso secesionista en Cataluña; la significación de coaliciones como EH Bildu que pacta con el Gobierno; el proceso de reversión de modelos de valores tradicionales con normas y políticas que cursan con una alta controversia social y el revisionismo histórico de la izquierda, entre otros elementos) o, por el contrario, la de Abascal es una organización que se ha convertido en estructural en el espectro de fuerzas políticas en España. De momento es el tercer grupo parlamentario en el Congreso con 52 escaños.
Castilla y León, por la idiosincrasia de la región y la naturaleza de sus problemas, es, quizás, el territorio más conservador y en el que el discurso de Vox —tras su éxito en Andalucía en 2018 y en las generales del 10-N de 2019— puede prender con más arraigo. Representa la España más preterida y si el número de sus procuradores supera a los de las plataformas provinciales (Soria, León…), su éxito será doble porque pondrá en apuros al PP y absorberá con más éxito que sus propios representantes las demandas de la «España vaciada» porque se vehicularán a través de sus diputados en el Congreso.
Nótese, además, que desde la indumentaria de los dirigentes de Vox, hasta los emplazamientos y el itinerario de sus mítines durante la campaña castellanoleonesa han sido diferentes, con mensajes que apelaban al provincialismo que impugna el centralismo autonómico (Valladolid) emulsionado en una emotividad en la que podrían ampararse muchos cientos de miles de ciudadanos en un país tan abatido como el nuestro. La «emocracia» es un marco mental-cultural e ideológico que, poco a poco, avanza en Europa y que se muscula en España. Mañana vamos a comprobarlo.