ABC-LUIS VENTOSO
Normal que les moleste la farisaica doble vara de medir
VOX es un partido nacionalista español, escisión del ala derecha del PP. Su propio líder, Santiago Abascal Conde, hijo de un político del PP alavés, se afilió a los populares a los 18 y con gran valor y patriotismo se jugó la vida por España cuando discrepar en el País Vasco te colocaba en la diana de ETA. Siguió en el partido durante 19 años: concejal, juntero, diputado autonómico, miembro de la directiva nacional… Hasta que a los 37, y tras vivir toda su vida de sus nóminas en el PP, que incluso le regaló un empleo a la carta en la Comunidad de Madrid, va y da un portazo. Vox surge por la dejación de los dos grandes partidos nacionales ante el enquistamiento del desafío separatista. También por el hartazgo ante la supuesta superioridad moral de la izquierda, el imperio social –y mediático– del mal llamado «progresismo». Rajoy, atareado con la losa de la crisis y sin ganas de «líos», y Soraya, cuyo modo de ver la vida no difería del de una socialista moderada, renunciaron a dar batalla ideológica contra el nacionalismo y el izquierdismo. El malestar ante la inhibición de un PP de tecnócratas, al que se unió el inmenso enojo por las ofensas del separatismo, dieron alas a Vox, con 2,6 millones de papeletas en las generales (en las municipales se desplomó a 659.000). Su irrupción no es insólita. En Occidente las clases medias sufren, la desigualdad crece y existe desconcierto ante la globalización, lo que provoca que el populismo nacionalista brote por doquier. Es la ilusión de que el refugio en el terruño y las soluciones drásticas y simples solventarán problemas complejos.
Como todo partido nuevo y rompedor, Vox presenta una implantación territorial floja y combina dirigentes valiosos con elementos algo chiflados que se han subido al carro. Su tono resulta un tanto faltón y carece de hondura técnica. Sin embargo, en su programa no se perciben puntos que permitan tacharlo de «ultra», como se dice sin leerlo. Lo único chirriante con el orden constitucional es su idea de eliminar las autonomías, en realidad un desiderátum, pues a día de hoy lo que demandan es que el Estado recupere las competencias en Educación, Seguridad, Sanidad y Justicia, algo que compartimos millones de españoles. Muchas de sus propuestas harían a España más eficiente, como simplificar burocracias, bajar impuestos, ordenar la inmigración, la tarjeta sanitaria única o algo tan básico como que todo español pueda estudiar en castellano.
Vox es un partido mucho más institucional y razonable que Podemos, Bildu o ERC, que van a degüello contra los pilares de la nación. Por eso resulta comprensible que ayer manifestasen su hartazgo ante las caras de asco que les plantan en un país donde hasta hace dos días –y todavía ahora– todo eran sonrisas y risueñas entrevistas en TVE para el golpista Junqueras. Vox no se puede permitir entregar Madrid a la izquierda, sería su fin. Pero se entiende su enojo ante cordones sanitarios farisaicos. Ayer Zapatero, ¡un expresidente!, se fumó al Supremo y pidió el indulto de los autores del golpe de 2017. ¿Quién es el radical?