ABC-PEDRO GARCÍA CUARTANGO
A Vox se le combate con ideas, con argumentos y no con un catastrofismo impostado que no resulta creíble

 

AFIRMABA Albert Camus que la necesidad de ser correcto suele ser la expresión de una mente vulgar. No estoy seguro de ello, pero creo que ser políticamente correcto implica una renuncia a la libertad de pensar.

Hoy la corrección política se ha impuesto en la sociedad española, de suerte que es imposible disentir de las posiciones dominantes en determinadas materias como la violencia de género sin que te tachen de machista, retrógrado o facha.

Reconociendo la gravedad del problema, no entiendo por qué las leyes establecen distintas sanciones penales para el hombre y la mujer por la misma conducta. Que el 99% de las agresiones procedan de hombres contra mujeres es un dato estadístico, pero ello no justifica que la norma sea más benévola con un sexo que con otro. Esa diferencia en la aplicación del Código Penal en función de la identidad lleva a crear un derecho a la carta, que en la práctica niega la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.

También la corrección política ha generado clichés negativos contra los toros, la caza, la pesca y el trato a los animales. A mí, por ejemplo, no me gustan los toros, pero me parece un acto de intolerancia prohibirlos. Hoy se exigen en algunos lugares casi los mismos requisitos para llevarse a un perro abandonado que para adoptar a un niño. Hay que tratar bien a todos los animales y resulta repudiable cualquier crueldad, pero no hay que olvidar que un can no puede tener los mismos derechos que una persona.

Otro estereotipo correcto políticamente es que uno se puede burlar de la religión o de los símbolos nacionales, pero si se trata de las banderas nacionalistas o de algunos de los tabús de la izquierda cualquier comentario crítico suscita el calificativo de franquista. Cuando los CDR han cortado autovías en Cataluña, han causado destrozos en el mobiliario urbano y han atacado las sedes de Ciudadanos, he oído a los independentistas reivindicar que eso era una protesta cívica.

Por eso me resulta sorprendente que haya gente que se lleve las manos a la cabeza por el crecimiento de Vox y sus favorables expectativas electorales. Lo verdaderamente raro es que no haya surgido antes un partido de estas características.

Dicho esto, no me gustan las propuestas de Vox ni creo que sus recetas puedan solucionar los graves problemas que tiene la sociedad española. Lo que sostengo es que este discurso de lo políticamente correcto y el sectarismo de la izquierda han contribuido a crear el caldo de cultivo en el que se ha desarrollado el partido de Abascal.

En lugar de hacer autocrítica por sus errores, Podemos y el PSOE persisten en presentar a Vox como una amenaza contra la democracia y predican aislar a sus dirigentes como apestados. Eso no hace más que darles más votos.

A Vox se le combate con ideas, con argumentos y no con un catastrofismo impostado que no resulta creíble y menos cuando, como ha hecho Susana Díaz, se recurre a estos clichés para intentar mantenerse en el poder.