Pedro José Chacón-EL CORREO

3/1/2019

Su aparición es un triunfo para la izquierda, pero la principal responsable es la propia derecha, por desidia intelectual, acomplejada de franquismo y de inferioridad moral

La exigencia de Vox a cambio de su apoyo al PP y Ciudadanos en el nuevo Parlamento andaluz -convertido así en laboratorio de lo que vamos a ver en este año electoral- de retirar del programa de gobierno las ayudas contra la violencia machista nos sitúa de lleno en lo que cabe definir a partir de ahora como ‘política fea’. No sólo por su mala pinta, que también, sino sobre todo por su sentido profundo, como cuando decimos de algo que es un «feo asunto» para aludir a su gravedad, por la trascendencia y complejidad de los factores en juego, a lo que se añade encima la simpleza y banalidad con la que se intentan solucionar.

Cuando toda la sociedad ha llegado a la conclusión de que es sencillamente insoportable la violencia contra la mujer y menos aún la ejercida desde una posición de fuerza física, resulta que Vox nos plantea recorrer el camino inverso ante la posibilidad de que en ese tramo haya quedado algún varón perjudicado. No tiene sentido: repárese la injusticia cometida, pero no echemos abajo los logros ya conseguidos. De ese modo, Vox se erige en el sparring perfecto que asume como propios todos los fantasmas que la izquierda ha ido construyendo sobre la derecha desde al menos las dos legislaturas de Zapatero para acá.

Efectos secundarios de este fenómeno van a ser, por un lado, que Ciudadanos y sobre todo PP se van a sentir más centrados a partir de ahora, con el flanco cubierto por Vox, pero, en otro sentido, cada vez que el centro-derecha consiga mayorías parlamentarias, a cualquier nivel de nuestro entramado político, tendrá que ser gracias a una formación como Vox que, con medidas como la que ahora estamos viendo, va a ser perfectamente atacable y además se va a convertir en protagonista y marca de toda la derecha. Y eso no son buenas noticias ni para el Partido Popular ni para Ciudadanos, más bien todo lo contrario.

Con la política fea las izquierdas y con ellas los nacionalismos se van a acabar apropiando de tres elementos clave de la identidad política común, cuando ningún antecedente profundo o estructural de nuestra historia les autoriza a hacerlo. Dichos elementos son la política de género, la de inmigración y el tratamiento de los secesionismos.

La violencia de género no es un rasgo consustancial de la identidad de España, ni nuestro país destaca en absoluto por ello respecto de las naciones de nuestro entorno, más bien al revés. Ni nuestra derecha ha sido tradicionalmente más patriarcal o más negadora de derechos respecto de la mujer que las derechas de otros países: recordemos que fue el centro-derecha, en la persona de Clara Campoamor, quien trajo para la mujer los derechos políticos en España.

Por lo que respecta a la inmigración, España construyó su nacionalidad histórica alrededor de la fe católica y el idioma español, absorbiendo con ello a todos los pueblos que conformaron su imperio, pero nunca basándose en la exclusión racial, algo que no pueden decir las nacionalidades vasca y catalana, con sus ramalazos racistas originarios, de los que Quim Torra nos ha dado buen ejemplo. Y en cuanto a los secesionismos, hay que decir que las particularidades vasca y catalana fueron de derechas en origen, y su rebeldía inicial fue contra un Estado central que se quería liberal y progresista. Y es que hubo una historia larga antes del franquismo, cuando los nacionalismos ni estaban ni se les esperaba. Los nacionalismos son un desafío muy moderno al Estado para el que el franquismo fue una pésima solución: tan mala que enquistó aún más la situación de partida. Hasta que el artículo 2 de la Constitución de 1978 garantizó las nacionalidades y regiones que integran el Estado y el propio Manuel Fraga en el debate constitucional ya dijo que nacionalidad y nación eran lo mismo. También fue entonces cuando Gregorio Peces Barba habló de nación de naciones. Pero a nuestros nacionalismos parece que no les interesan esos esfuerzos por buscar una solución acordada: para ellos lo único que vale es que el Estado ceda hasta el límite de quebrar la soberanía nacional.

La unión estratégica entre izquierdas y nacionalismos que vemos hoy en España tiene su origen en la Segunda República. Allí tiene sus fundamentos históricos lo que hoy llamamos política fea, por la que las izquierdas y los nacionalismos se quieren apropiar de la defensa de la mujer, del respeto al inmigrante y de la descentralización, cuando se trata de problemas tan básicos y de país que deberían constituir ejes de una política de Estado.

Pero también es que tenemos una derecha que no sabe desembarazarse de la caricatura que, basándose en el franquismo, han hecho de ella tanto las izquierdas como los nacionalismos. La exhumación de Franco del Valle de los Caídos se sitúa en ese contexto. La derecha en España parece no haber interiorizado todavía que su ascendiente original es liberal o tradicionalista pero no franquista. Y por eso se merece que le salga un Vox al costado que amenace con fagocitarla por completo. En este sentido, se puede decir que la aparición de Vox es un triunfo para la izquierda, es su adversario soñado. Pero sin duda la principal responsable es la propia derecha, por desidia intelectual, acomplejada de franquismo y de inferioridad moral. Y a todo eso es a lo que llamamos política fea: Vox como espejo deformante de la derecha y que esta asume como su propia imagen.