Zakariae Cheddadi-El Correo

Doctor en Sociología de las migraciones por la UPV/EHU

  • Los musulmanes forman parte del paisaje nacional desde los años 90. La novedad es instrumentalizar la convivencia para ascender electoralmente

En los últimos meses asistimos a un protagonismo inusual del islam en el debate político español. Vox, de forma inteligente, ha conseguido colar el tema de la integración del islam como una cuestión de Estado, instigando, así, al miedo y al temor entre los españoles. Esta politización no forma parte del azar, más bien es una estrategia política calculada. Consciente de la sociología política de otros países europeos, Vox sabe que puede ganar músculo electoral con este tema. Por eso lo utiliza.

Sin embargo, conviene hacer una lectura crítica sobre este discurso cada vez más presente en la sociedad. Es cierto que existe una preocupación en torno a la inmigración y la integración social, alimentada también, por qué no decirlo, por ciertas inoperancias políticas, cuando no dejación de funciones, de nuestros legisladores. Sin embargo, también se atisba una excesiva inquietud sobre qué es el islam, cómo son los musulmanes, cómo serán sus nietos y bisnietos en una hipotética España del futuro. Existe, en efecto, una ansiedad que encuentra su eco en lo que sucede en otros países europeos con mayor tradición migratoria que España.

Sorprende que suceda esto, cuando el islam forma parte del paisaje nacional desde los años 90, cuando empezaron a llegar inmigrantes de diferentes nacionalidades. Por tanto, el islam no es una novedad. Ahora, lo que es una novedad es el tipo de politización de Vox, un partido que instrumentaliza la convivencia, a fin de ascender electoralmente. En este contexto, resulta del todo infundado convertir esta religión en un chivo expiatorio, como si fuera el mal que acontece en España.

Afortunadamente, la realidad social dista mucho de las afirmaciones alarmistas de Vox, que sostiene la existencia de muchos barrios supuestamente regidos por la sharía, donde se practica la ablación del clítoris a niñas o se cometen crímenes de honor, entre otras advertencias infundadas. El problema de este discurso incendiario es la facilidad con la que penetra en muchos sectores sociales, cuya fuente de información, muchas veces, se ve distorsionada por las cámaras de eco y los algoritmos de X e Instagram. Para mucha gente, el islam es lo que aparece en sus pantallas y no la convivencia de décadas entre vecinos.

Como digo, a ello ha contribuido la derecha radical, con un discurso sobre el islam que manipula y confunde la religión (islam) con diferentes procesos sociales y políticos a los que sí hay que ofrecer respuesta política. De acuerdo con esta ideología, el islam es tanto el fundamentalismo religioso y la vivencia separada de la sociedad como la llegada de pateras, el incivismo, la violencia, las manadas y las violaciones. Grave acusación cuando, sabiendo lo que es el islam, este seguramente es una de las religiones que más hincapié hace en la prohibición de los comportamientos desviados. En el fondo, un buen musulmán no puede cometer actos incívicos porque la propia religión lo prohíbe. Pero da igual, a Vox no le interesa conocer al islam; lo que le interesa es hacer un uso público del miedo al islam.

Además, es del todo injusto meter en el mismo saco la política de inmigración con la política de convivencia y pluralismo religioso. Una cuestión es el control de fronteras y atajar todo aquello disfuncional de la inmigración, y otra es la cuestión religiosa y la necesidad de construir un islam europeo. No se puede tratar ambas esferas como iguales, puesto que la convivencia y la integración tienen que ver con la ciudadanía, la inclusión y la participación en la sociedad. Se trata de crear mecanismos políticos para que en Europa tengamos un islam propio y no dependiente de terceros países. Ahora bien, la derecha radical tampoco busca un islam liberal, puesto que abomina de cualquier expresión que sea islámica. Simplemente defiende una España de raíces cristianas.

En este sentido, Vox no matiza al construir su discurso, más bien instrumentaliza y hace un uso abusivo del islam para infundir miedo en la sociedad. No le interesa construir un islam que dialogue con la sociedad sino, debido a claras reminiscencias nacionalcatólicas, expulsarlo del espacio público. Al igual que ciertos sectores del islam, Vox también piensa que existe un régimen de la verdad moral (la civilización cristiana) y que son precisamente ellos sus mayores defensores.

En esta tesitura, poco se puede hacer por la convivencia pacífica. Por supuesto que el islam y los musulmanes deben reflexionar críticamente sobre el papel de la mujer en el espacio público y privado, la separación entre iglesia y Estado o la promoción de la doctrina de los derechos humanos. Sin duda, falta mucho camino por recorrer. Sin embargo, flaco favor se hace a esta urgente agenda en el mundo musulmán empleando el frentismo social y la psicología del ‘nosotros’ frente al ‘ellos’ (enemigos), ya que solo se conseguirá confirmar los prejuicios y reforzar los radicalismos de unos y otros.