Kepa Aulestia-El Correo

La presumible llegada de la extrema derecha de Vox a las instituciones, por la puerta del Parlamento andaluz, ha removido el tablero partidario español por adelantado. Nunca antes la política se había mostrado tan atenta a una novedad. Los precedentes de otros países lo explicarían, pero solo en parte. Porque en el nuestro ha aflorado un fenómeno muy peculiar; es como si, a derecha e izquierda, las demás formaciones estuvieran celebrando la aparición, por fin, del negacionismo en la cartelera española. En el PP de Pablo Casado, porque así puede desempolvar ‘sin complejos’ resabios que mantenía al parecer en un inmenso baúl, envueltos entre nostalgias y prejuicios. En el PSOE y a su izquierda, porque la emergencia de Vox concedería especial sentido a todo lo que pretende, desde el incremento de la presión fiscal y el gasto social en los Presupuestos hasta el apaciguamiento de la crisis catalana. Es un lugar común dar relevancia a la aparición de la extrema derecha no solo por sus votos y sus escaños, sino por los efectos que induce en el conjunto del panorama político. Pero junto al contagio más notable se suceden -o pueden sucederse- consecuencias que pasen tan desapercibidas que, a la postre, sean las que más calen en realidad.

La más correosa de esas inducciones sería precisamente que todo cuanto se haga y se diga en la política partidaria y en la institucional acabe remitiendo a Vox y, en esa medida, emule a la contra la simpleza de sus postulados. Lo hemos visto estas últimas semanas en relación a la violencia de género y a la defensa vindicativa de la igualdad. La grosera irrupción del negacionismo de extrema derecha en tan delicado escenario da lugar a respuestas que, lejos de propiciar avances en ese campo, pudieran paralizar el país en una dialéctica condicionada precisamente por el machismo más obsceno; cuando se comenzaban a delatar esas otras manifestaciones más sutiles -y por ello más persistentes- de la desigualdad. La aparición de Vox conlleva el riesgo de un retroceso general, no solo porque haya mucha gente que se apunte a su sinrazón, o porque el partido de Abascal determine la formación de mayorías de gobierno, sino porque los trazos gruesos de la discusión pública resten riqueza y acaben con los matices que precisan el progreso y la libertad, empobreciendo de paso el relato de todos los demás partidos. Porque el señalamiento insistente del peor Mal no asegura la consecución de un Bien superior.

Salvando las distancias que haya que obviar, el papel al que se apunta Vox en el Parlamento andaluz es exactamente el que ha venido jugando la CUP en la Cámara catalana. Pretende, a todas luces, fiscalizar desde sus doce escaños la acción del Ejecutivo de coalición PP-Ciudadanos a cuyo presidente ha prestado sus votos, con el ánimo de intervenir en determinadas ocasiones a modo de ultimátum respecto a la estabilidad del Gobierno. Pero el poder relativo que ha llegado a manejar la CUP desde su minoritaria presencia parlamentaria se lo ha concedido siempre el abismo que a conciencia fue agrandando el independentismo gobernante respecto al resto de los grupos. El riesgo de que Vox acabe condicionando las políticas de distintas administraciones después del 26 de mayo se encuentra precisamente en la consagración de la divisoria entre derechas e izquierdas, como si fuera inimaginable la mínima coincidencia transversal. En un tablero cuarteado en cinco opciones y más, es el maniqueísmo lo que concede a Vox -como a la CUP- los escaños que no tiene.

El motivo principal de la transversalidad no debiera ser la aparición de la extrema derecha

El recurso al ‘cordón sanitario’ puede resultar no ya más fácil sino casi ineludible en un sistema mayoritario y de doble vuelta como el francés, pero reclamarlo siquiera ‘a la sueca’ no es suficiente cuando lo que prima es la anti-política de la confrontación sistemática entre diferentes. El motivo principal de la transversalidad no debiera ser la existencia de Vox, sino la dotación de mayorías amplias y comprometidas ante los principales problemas del país. Porque, de lo contrario, la demanda de un ‘cordón sanitario’ frente a la extrema derecha negacionista se convierte en un subterfugio, e incluso en un argumento arrojadizo más para enconar el enfrentamiento.