Aurora Nacarino-Brabo-El Confidencial
- Hoy Vox es un partido más pintoresco y estrafalario que intimidante, entregado a una idea estética y retórica de la política, con muy pocas ideas
Vox ha dejado de dar miedo. Cabría pensar que es una buena noticia para los de Abascal, que su normalización institucional permitiría ampliar sus caladeros de voto, pero el partido está estancado en las encuestas, y algunos sondeos señalan que ya retrocede respecto a los resultados que obtuvo en las generales de 2019. Esta tendencia bien podría acentuarse conforme se aproximen las elecciones, que tendrán un carácter plebiscitario sobre el mandato de Sánchez. Eso significa que podríamos ver dinámicas de concentración del voto en torno a la opción que los ciudadanos consideren mejor posicionada para desbancar al presidente: en este caso, el PP.
Pero la cuestión es que Vox ha dejado de dar miedo. Esto también es una mala noticia para el PSOE, que en los últimos procesos electorales ha utilizado la amenaza del «fascismo» para movilizar y concentrar el voto de izquierdas. La polarización funciona en dos sentidos: aleja a los cercanos y crea una dependencia mutua entre los lejanos. Así, hemos asistido al vaciamiento del centro político —y no solo por el declive de Ciudadanos―: partidos tradicionalmente moderados y fronterizos como PSOE y PP son incapaces de suscribir acuerdos fundamentales desde hace años. Al mismo tiempo, hemos visto cómo el PP de Rajoy y el PSOE de Sánchez han alentado un Podemos o un Vox fuertes con un doble objetivo: debilitar a su principal competidor y convertirse en depositarios del voto del miedo. Spoiler: sale mal.
A Rajoy lo mandó a casa una moción de censura. Por su parte, el PSOE se pasó toda la campaña de las elecciones andaluzas de 2018 hablando de Vox, un partido que entonces no tenía un solo escaño ni en el parlamento de la región ni en el nacional. Desde entonces, en cada cita electoral, la extrema derecha ha ocupado un lugar central en la estrategia de campaña de los socialistas. El razonamiento era el siguiente: cuanto más fuertes estuvieran los de Abascal, peor le iría al PP y más movilizada estaría la izquierda ―la alerta antifascista—. Pero a veces uno debe tener cuidado con lo que desea.
Vox ya es un partido presente en todos los parlamentos y ayuntamientos de España. El votante se ha acostumbrado a su presencia y ha constatado que no es el fin de la democracia. La formación ha logrado hacerse un hueco, pero ya no amenaza la hegemonía del PP en la derecha: al contrario, es, más bien, la garantía para que el bloque de derechas alcance la suma para derrotar a la izquierda. La progresiva desaparición de Ciudadanos ha contribuido, además, a un voto antisanchista menos fragmentado y, por tanto, menos penalizado en el reparto de escaños. Al otro lado del espectro ideológico, la imagen es opuesta: la izquierda está desmovilizada y fragmentada, y a Sánchez le costará mucho reunir los apoyos necesarios para una nueva investidura.
Vox ha dejado de dar miedo, y esto es también una consecuencia inevitable de confrontar las expectativas con la realidad. En el relato de la izquierda, Abascal era Franco redivivo y su partido, poco menos que una escuadra de camisas pardas. Es cierto que la formación se presentó con un discurso ciertamente reaccionario, especialmente en ese empeño populista de sus élites por hacer electoralismo a costa de infundir el odio y el temor contra los miembros más vulnerables de la sociedad. Pero, sin renunciar a ese discurso, hoy Vox es un partido más pintoresco y estrafalario que intimidante, entregado a una idea estética y retórica de la política, con muy pocas ideas, muchas fotos a caballo y muchas evocaciones de Blas de Lezo. No puede intimidar un partido que no es serio. Y Vox ha demostrado que no es un partido serio.
La primera condición para que a uno lo tomen en serio es tomarse uno mismo en serio. Y Vox no se toma en serio
La primera condición para que a uno lo tomen en serio es tomarse uno mismo en serio. Y Vox no se toma en serio. No se toma en serio un partido que designa como vicepresidente y portavoz en el único gobierno regional en el que participa a un personaje excéntrico, sin experiencia ni programa, y cuya producción política se cuenta en escándalos. Que esta sea la carta de presentación que ha elegido Vox para su papel ejecutivo no denota compromiso institucional, sino pura frivolidad.
De igual modo, no puede leerse más que como frivolidad la idea de registrar una moción de censura sin contar con los apoyos para que prospere ―sin otro ánimo que erosionar al PP―, y habiendo propuesto como candidato a un antiguo comunista nonagenario. ¿Qué noción de la dirección de un país, de la energía que exige liderar la acción política, tiene Vox para proponer a Ramón Tamames? ¿Y qué noción tiene del mecanismo constitucional que es la moción de censura cuando, de un modo absolutamente despreciativo, exige al candidato que convoque inmediatamente elecciones? ¿Es que no sabe que la moción de censura tiene carácter constructivo? Estamos ante una operación calamitosa en la que Vox ha demostrado que no se toma en serio a sí mismo, no toma en serio al candidato propuesto y no toma en serio la democracia.
Vox ha dejado de dar miedo por méritos propios, pero también con la inestimable colaboración de la izquierda. Es difícil encontrar argumentos para decirle a los votantes que el PP no puede pactar con Vox, mientras el PSOE lo hace con Podemos, con ERC o con Bildu. Pretenderlo es solo una forma velada de acabar con la alternancia política, supeditándola a una mayoría absoluta altamente improbable en un sistema multipartidista.
La principal herencia de este Gobierno será un Estado desprotegido, sin los instrumentos constitucionales necesarios
Por fortuna, lo más grave que ha producido Vox, allí donde tiene más poder, en Castilla y León, es un protocolo fantasma que pretendía combatir el aborto con ecografías 4D: la derecha valiente. Mientras tanto, el Gobierno de España cuenta en su haber con la ley del solo sí es sí, la ley trans, el indulto a los condenados del procés, la eliminación de la sedición, el abaratamiento de la malversación, la politización del Tribunal Constitucional…
La principal herencia de este Gobierno será un Estado desprotegido, sin los instrumentos constitucionales necesarios para hacer frente a una situación de excepción como la que se vivió en 2017. Por eso tampoco se comprende que, cuando se produce un golpe bolsonarista en Brasil, aquí algunos se lleven las manos a la cabeza y nos adviertan: ojo, que esto lo podría hacer Vox en España. Lamentablemente, no tenemos que imaginar nada, porque tenemos un recuerdo muy nítido del golpe constitucional que dieron los socios de Sánchez en 2017. No nos hace falta formular hipótesis sobre golpes en potencia porque los hemos visto en acto.
Así que dejemos de emplear dos varas de medir. O normalizamos que PP y PSOE pacten con quien les dé la gana, o empezamos a promover un cambio en el estado de cosas que exija a los grandes partidos llegar a acuerdos y garantizar la gobernabilidad del país sin depender de fuerzas con agendas radicales ―cuando no directamente incompatibles con la Constitución—. Y eso pasa, en primer lugar, por decirlo a las claras: la polarización es una mierda.