- Voxemos –ese «Podemos de derechas» que el presidente del Sabadell, José Oliú, asignó en primera instancia a Cs– trata de agrupar todo el malestar trasversal de los indignados como Podemos con la crisis financiera de 2008
En esta España incendiada forestal y políticamente con un Gobierno pirómano presto a prender fuego a toda yesca que arda para envolver en una densa humareda su fuga democrática y su incompetente gestión, se cumple el vaticinio del gran ilustrado y enciclopedista francés Diderot de que, cuanto peores son los tiempos, más se multiplican los «idiotismos morales» por parte de una clase política que se enajena de la realidad y carece de sentido de la medida. Jugando a transformar la sociedad con ingenierías sociales, somete a la ciudadanía a sus omnipotentes deseos.
En la mejor tradición orwelliana y totalitaria, buscando la manipulación e infantilización de la ciudadanía, cambian el nombre las cosas con artificiosidades ininteligibles, a la par que multiplican chiringuitos –no precisamente playeros– para invadir la privacidad y arrollar la libertad del individuo. Ante tales idiotismos, Diderot abogaba por resistirles tirando de humor. Pero, claro, cuando tales ocurrencias adquieren cuerpo de ley, la receta del filósofo sirve de poco consuelo y remedio.
Al sacar de sus casillas al más pintado, ello puede obrar un efecto bumerang contra los promotores de tales necedades, pero también que estas sean combatidas con otras de igual jaez por políticos de otro signo que se retroalimentan entre sí en su desvarío. De hecho, frente a gobiernos de oposición como el de Sánchez que socavan las instituciones para convertirlas en sacos terreros tras los que atrincherarse, surgen fuerzas antisistema en la oposición que hacen de la exclamación la aparente solución a los males a fin de llenar su nasa de votos pescando en aguas revueltas. Ante ello, cabe manifestar la congoja del ‘doctor Stockmann’, el protagonista de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, denostado por sus conciudadanos por descubrir que las aguas del balneario del que vive el pueblo están podridas: «Pero en nombre de Dios, ¡no puede ser justo que los tontos gobiernen a los sabios!».
Más cuando, a medida que se aleja del orbe occidental enrocándose con la dictadura comunista china y las satrapías latinoamericanas, Sánchez intensifica la política de bloques de Zapatero, mientras depaupera a unas clases medias con salarios tan bajos que, aun trabajando, se encuentran «con mayor penuria que los dados a la vagancia», usando una añeja expresión de Sancho de Moncada, amén de cargar con un inoperante Estado elefantiásico que sirve de botín a propios y de subsidio a su clientela electoral. Esa irritación menestral, unida a la emigración ilegal, a la islamización de la vida pública hasta convertirse en religión oficial de la izquierda atea y al entreguismo al soberanismo, insufla las velas de Vox impulsándolo por encima del medio centenar de escaños en su estrategia de atrapar todo el descontento disparando en todas las direcciones cual cañón giratorio. Puede oponerse a todo y a todos al no tener que ahormar una alternativa de gobierno coherente y viable.
Sin embargo, ese «cuanto peor, mejor» complica la tarea al PP de sacar a Sánchez de La Moncloa y consagra a éste como beneficiario de un Abascal desatado tras su «Jumillazo». Tomando la delantera, ha logrado hacer creer a la opinión pública que ha salido adelante su propuesta cuando había sido enmendada de arriba abajo por el PP, pero esa «ficción verdadera» ha triunfado en el juego de espejos de la política. En este sentido, lejos de servir de freno a Vox como alardea el PSOE para aunar a sus socios y captar el voto de la izquierda, Sánchez lo alimenta con sus políticas y le pone foco televisivo para que su fulgor deslumbre a los incautos cual alondras. Esa es la tabla de salvación de un Sánchez que busca producir un efecto llamada que deje a Feijoo varado otra vez a las puertas de La Moncloa como tras su amarga victoria de 2023.
Desde la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca y la reconfiguración de sus alianzas europeas mirando a la Iglesia Ortodoxa de Putin con el húngaro Orbán como hermano mayor de la cofradía de los «patriotas» europeos, Abascal antepone el sorpasso a Feijóo como el «ciudadano» Rivera trató con Rajoy al fracasar su «pacto del abrazo» con Sánchez y su entelequia de un tripartito con Pudimos. Abascal se vale de los escamados votantes de la derecha con el PP desde que Rajoy, con el que asocia a Feijóo, disipó su mayoría absoluta, dejando incólume al zapaterismo cuyas políticas acelera Sánchez.
En este sentido, Voxemos –ese «Podemos de derechas» que el presidente del Sabadell, José Oliú, asignó en primera instancia a Cs– trata de agrupar todo el malestar trasversal de los indignados como Podemos con la crisis financiera de 2008 hasta que la titánica empresa chocó con el casoplón de Galapagar que se le antojó al hoy tabernero Iglesias. En suma, Voxemos hace pinza contra Feijóo con un radicalizado PSOE, aunque Abascal sobreactúe contra Sánchez como Rajoy contra Iglesias de 2016. Ello redundó en una holgada mayoría del PP y en la mejor cosecha de Podemos (71 escaños).
Si Trump agigantó sus posibilidades de conquistar la Casa Blanca en las presidenciales de 2016, moviéndose como pez en las aguas revueltas de la polarización y nadando a contracorriente de campañas como NeverTrump, ahora Vox aprovecha el NeverAbascal de Sánchez con un Feijóo que debe contender con este juego de cartas marcadas con las reglas de las siete. Juego vil, sin duda, como se avisa en La venganza de Don Mendo, «o te pasas o no llegas./ Y el no llegar da dolor,/ pues indica que mal tasas,/ y eres del otro deudor./ Mas, ¡ay de ti si te pasas!/ Si te pasas, es peor.». Cuando al surrealista Jean Cocteau le plantearon qué sacaría de su vivienda si se declarara un incendio, este contestó que «el fuego» en un chispazo de perspicacia. Ese fuego de Vox es el que alimenta y propaga Sánchez para pasar caliente el invierno de nuestras desdichas y ver si en primavera llueven elecciones en mejores condiciones.