Visto en perspectiva, hemos llegado al mismo punto donde estábamos. Los de Batasuna amenazan y reivindican a los suyos y el juez Garzón repara ahora en que su encarcelada está vinculada desde 1987 a las tres marcas de la cosa ilegalizadas en 2003, que 21 años no es nada y que la izquierda abertzale vuelve a ser ETA-Batasuna. O sea, como veníamos diciendo.
Hace algunos años que Jon Juaristi acuñó una muy pertinente tautología para explicar los crímenes terroristas: «En Euskadi se mata porque hay mucho asesino suelto». Mutatis mutandis, que no es demasiado mutar, con las bombas viene a pasar algo parecido: ETA pone artefactos porque sus activistas no están donde deberían, que es el mismo lugar al que ha enviado Baltasar Garzón a la alcaldesa de Mondragón.
Toda hipótesis que exceda a la que precede es adentrarse en un jardín de relaciones causales que puede convertirse en tupida selva africana para analistas políticos y en el que se descarta con frecuencia la explicación más evidente, la línea recta, para perderse en vericuetos alejados de la lógica. Uno de los más transitados es el que atribuye una relación de causa efecto a dos hechos que se producen uno a continuación de otro.
Vayamos al grano: la orden de prisión provisional sin fianza dictada por el juez Garzón contra Inocencia (sic) Galparsoro se produjo unas horas antes de que la banda terrorista detonase dos artefactos explosivos junto a las oficinas del Instituto Vasco de Seguridad y Relaciones Laborales en San Sebastián y una tercera en un pabellón del Ministerio de Trabajo en Arrigorriaga. ¿Quiere esto decir que la banda terrorista ha respondido como suele a la detención de la alcaldesa? Los lugares elegidos por los terroristas parecen indicar más bien una voluntad de celebrar el Primero de Mayo a su manera, pero lo sustancial es que ETA ha vuelto a adquirir protagonismo en nuestra vida cotidiana.
Después de romper la tregua, ETA ha vuelto por donde solía en cuanto a sus objetivos y a sus represalias, si bien la familia socialista es objeto de atención preferente de sus atentados por no haber cedido a todas sus exigencias durante el proceso negociador. El asesinato del ex concejal Isaías Carrasco, el atentado contra el escolta de un concejal socialista y las explosiones en las casas del Pueblo de Balmaseda, Derio, el barrio bilbaíno de La Peña y Elgoibar, así como el alarde de enviar al dirigente socialista Rodolfo Ares una copia de la llave de su casa, así lo indican. Por si cupiesen dudas, el antiguo dirigente batasuno, Tasio Erkizia, reaparecía ayer en Mondragón para amenazar a los socialistas (y de paso al PNV) por abrir el camino a Garzón «para colocar en la diana represiva a nuestros cargos municipales».
Tiene que impresionar mucho recibir la llave de tu propia casa mediante un envío postal de tu enemigo. Es un refinamiento que antes habían conocido el concejal popular de Bilbao, Carlos García, y antes aún, el socialista de Andoain, José Luis Vela. Es la concreción más brutal imaginable del barriobajero «sé dónde vives» y una variante de las cartas de extorsión que tantos empresarios han recibido a nombre de sus hijos, con el remite de algún amigo de éstos. Pocas cosas pueden haber más desasosegantes, pocas amenazas más paralizantes para nadie que esa intimidad violada, que la evidencia de que las paredes de la propia casa no son una barrera eficaz entre su familia y el crimen.
Vistos los acontecimientos en perspectiva, parece que hemos llegado al mismo punto donde estábamos. Los de Batasuna amenazan y reivindican a los suyos y el juez Garzón repara ahora en que su encarcelada se halla vinculada a las tres marcas de la cosa que el Tribunal Supremo ilegalizó el 27 de marzo de 2003 -las estructuras de Batasuna-Euskal Herritarrok-Herri Batasuna en las que está encuadrada desde 1987-, que 21 años no es nada y que la izquierda abertzale vuelve a ser ETA-Batasuna. O sea, como veníamos diciendo.
Santiago González, EL MUNDO, 2/5/2008