El candidato del PP superó ayer la ceremonia de su investidura con nota. Con muy buena nota en realidad. Rajoy se mostró durante la sesión cómodo, desenvuelto, plácido, confortable. Incluso bromeó desde la tribuna, primero con el líder de Podemos –se tomó a chacota sus SMS a Bárcenas, nada menos– y después respondió a un ripio del portavoz del PNV, Aitor Esteban, con otra rima. «Si bien me quieres, Mariano, da menos leña y más grano». «Si quieres grano, Aitor, te dejaré mi tractor». Este intercambio, que puede parecer un chiste, encierra una realidad política de fondo: Rajoy y el PNV han comenzado a citarse para quedar definitivamente en los Presupuestos.
Rajoy salió del Congreso de lo más confortado. La fotografía política del país y del Parlamento es muy favorable a sus intereses. Por mucho que haya presentado su Gobierno en minoría como un sacrificio tremendo que hace en favor de España. Rajoy presidirá un Gobierno sin alternativa, porque la alternativa de izquierdas a su proyecto conservador se ha escindido en dos mitades, cada una de ellas dividida a su vez en otras muchas mitades. Un partido grande y el resto medianos. Un chollo para cualquier líder político. El PSOE, segundo partido y teórica oposición, está en la UCI. Mientras no se cure de las graves heridas, su labor de control al Gobierno pasará a un segundo plano. Lo primero es la sanación. Se visualizó durante el debate con meridiana claridad. Los socialistas se quedaron sin el lugar de privilegio que han ocupado como oposición en los periodos de mandato del PP de los últimos 40 años. Con los diputados en un suspiro por las indisciplinas de voto y el líder decapitado rondando por allí.
El portavoz del PSOE, Antonio Hernando, hizo lo que pudo para defender la abstención como un servicio a España, que no fue suficiente para mantener el cetro opositor. Rajoy, cuya suerte alcanza incluso la posibilidad de decidir quién lidera la oposición, puso ayer esa llama ardiente en la cabeza de Pablo Iglesias. Cada vez, y fueron varias, que el candidato del PP dirigía un piropo al PSOE por abstenerse para hacerle presidente o glosaba las muchas coincidencias que unen a PP y PSOE clavaba un puñal en la bancada socialista. Antonio Hernando, que se dio cuenta, quiso rechazar el abrazo del oso, pero ya era demasiado tarde. El oso le había abrazado ya, dejando una autopista de cinco carriles para que Iglesias transitara cómodamente por ella. A su estilo, que es el que esperan los que le han llevado de la calle al escaño.
Pablo Iglesias no tuvo que hacer grandes esfuerzos para ser protagonista. El PP le echó una mano en ese papel. Rajoy respondió al contundente y eficaz discurso del líder de Podemos con un par de mandobles en tono irónicamente paternal. Y Rafael Hernando culminó la faena con su propio estilo. Menos elegante que el de su jefe. La bancada popular hizo lo suyo llamando sinvergüenzas y otras cosas a los diputados de Podemos. La presidenta de la Cámara negó a Iglesias la palabra por las alusiones de Hernando a la financiación de Podemos, aunque según el Reglamento tenía derecho a ella. Y así los que quieren situar a Pablo Iglesias extramuros del sistema tuvieron su foto cuando los parlamentarios de la formación morada abandonaron el Hemiciclo durante unos minutos antes de votar en protesta contra la actuación de Ana Pastor.
Por la mañana, Rajoy había dejado pasar las palabras más duras del líder de Podemos sobre los presuntos delincuentes de la Cámara como si fuera una gamberrada de jóvenes rebeldes. Los diputados del PP salieron del Hemiciclo diciendo que «estos muchachos tienen la piel muy fina para las burradas que ellos sueltan de nosotros».
El ánimo en calma con el que salió Rajoy del debate se acabó al llegar a La Moncloa y caer en la cuenta de que tiene que formar Gobierno. El presidente del PP preferiría 100 debates con Pablo Iglesias y con Tardà a tener que llamar a un amigo para decirle que no seguirá de ministro.