Juan Carlos Viloria-El Correo

  • La clase media, en vías de desaparición, fue siempre el airbag del choque de clases

No es preciso leer el último informe Foessa sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, para constatar la paulatina desaparición (adelgazamiento, dice el informe) de la clase media en España. Ni los bares llenos, ni los reportajes en TV sobre los desplazamiento masivos en vacaciones, puentes o fines de semana, pueden ocultar la dura realidad: la volatilización, de esa clase media que tenía estabilidad laboral, sueldos decorosos, piso en propiedad, uno o dos hijos, coche, vacaciones y un poco de ahorro para el futuro.

Y aunque la propaganda oficial asegure que España es la locomotora económica europea, lo cierto es que lideramos la pobreza infantil, el paro y la pérdida de poder adquisitivo de los veintisiete. A la vista está que las parejas no se arriesgan, en su gran mayoría, a tener hijos mientras pagan la hipoteca, o a pagar una hipoteca si se han lanzado a la paternidad. Si salen el fin de semana, cortan las vacaciones anuales, si pagan colegios, no cambian de coche y si llega un ERE o un despido, les sorprende con la cuenta bancaria con telarañas.

En el plano sociopolítico la proletarización de la clase media ha averiado el ascensor social que antaño llevaba a las clases populares a poder aspirar a subir de escalón económico. No hay expectativa y no hay que ser sociólogo para deducir que en el hundimiento de las clases medias, está la raíz de la desmesurada polarización social y política, plaga de nuestro tiempo.

Ese malestar con sus odios, intolerancias, sectarismo acérrimo, tiene que ver con que la clase media, ahora en vías de desaparición, ha sido siempre el airbag del choque de clases. El colchón que facilitaba la convivencia social y política. Porque sin clase media no hay paraíso. Así que ha vuelto el discurso de la lucha de clases. La explicación de todos los males por la dialéctica de pobres y ricos; obreros y empresarios, pueblo y oligarquía. Dialéctica que no parece preocupar demasiado al Gobierno de coalición progresista porque en lugar de apaciguar la polarización social, insiste en atizar la colisión.

En lugar de fomentar la recuperación de las clases medias, aprieta las tuercas fiscales de autónomos, profesionales, cuadros, pequeñas y medianas empresas. Y mete en cintura a las universidades privadas porque las considera un vivero de ricos. Así que cunde el desconcierto y la falta de salidas.

Así que no somos capaces de resolver el misterio de que, si ya no hay crisis económica global, España es líder, por qué vivimos mucho peor que hace años. Y lo que es más angustioso, todos estamos convencidos de que las próximas generaciones aún vivirán peor. La polarización y la socialización de la pobreza es un cóctel que nos condena a una democracia de emociones, no de ejemplaridad, sino de banderías.