EL MUNDO 29/08/15
JAVIER BLÁNQUEZ
La brasa que vienen pegando los independentistas desde hace tres años se resume en la idea (cito a Judy Garland) de que «en algún lugar, más allá del arcoíris, aletean los azulillos y los sueños se hacen realidad». Es una ficción ingenuísima, claro está, de una república catalana arcádica y nemorosa en HD, engalanada de flores, en la que muchos creen de corazón, y otros, que es el caso de Raül Romeva, están de simple decoración.
O no se entera, o no se quiere enterar (que decía la chica yeyé), de la movida que tiene alrededor. Defendía el otro día a ArturMas como un Amadís contra la corrupción y ayer va la Guardia Civil a practicar razzias por fundaciones, sedes, despachos y consistorios, siguiendo el escurridizo rastro del 3% de la panoja. Las pruebas igual llevan trituradas desde hace siglos, pero todavía arrojan ese aroma agrio de lo que está podrido en Dinamarca (del sur).
Ante la sospecha de mangoneo, el cabeza de lista de Junts pel Sí debería tomar decisiones expeditivas, categóricas, pues actúa como un hombre de mimbre –siempre acaban quemados– cuando mejor le iría aprendiendo de los usuarios de Tinder, que deciden por instinto, swipe left o like, pero siempre rápido, que la gente espera. La premura del #tenimpressa (tenemos prisa) tendría que ser también para dejar la cosa desinfectada. De nada sirve tener a Don Limpio luciendo percha (Lluís Llach ha piropeado a Romeva con un «está como un tren», razón de peso para votarle) si luego no se pasa la fregona.
Dice el president otra vez, como eco de su guardia de corps (Rull, Homset al.) que lo de la Benemérita hurgando por los cajones ha sido una operación teatral para perjudicar, veneno para intoxicar el proceso, y que habrá más. Las cloacas del Estado bajando al fango de la corrupción ajena. Puede ser, o no, pero tampoco negarán que la candidatura unitaria tiene también mucho maquillaje de puertas para fuera.
Ahí está esa puesta en escena de la fiesta (sic) de los candidatos en el Arc de Triomf –metáfora de la victoria, o del hostiazo, del 27-S–, con poemas y comunión de esplai, con gente de las listas –no todos: Guardiola tenía cosas que hacer– entrando como si fuera un draft de la NBA o la presentación de un producto de Apple. Ese diseño coreográfico tan del gusto del independentismo cuqui. Siempre de buen rollito.
La precampaña va a ser a cara de perro. Unos se venderán incorruptibles como Braveheart, señalando el camino hacia la libertad, y los otros les irán destapando mentiras, recortes y vergüenzas, acción de la justicia mediante –la separación de poderes debe ser siempre, no cuando viene bien o el calendario la hace oportuna–. El juego ora optimista, ora victimista, de Junts pel Sí es el de crear la ilusión de que sin ellos no hay futuro, y así disimulando con Ambi Pur el tufillo de CDC. Recuerdan aquel momento de Benjamin Linus, jefe de los otros en Perdidos, cuando ante la pregunta de quién demonios son ellos, los que parecen los malos, con mirada alucinada responde: «We are the good guys». Pero, ¿lo son?