ABC 14/03/17
PEDRO RODRÍGUEZ
· Ironías del Brexit: tanta supremacía del Estado nación puede suponer el final del Reino Unido
La Paz de Westfalia (1648) puso fin a la guerra de los Treinta Años en Europa. Un conflicto tan largo como brutal que empezó con la excusa del cisma entre católicos y protestantes, pero terminó degenerando en una guerra casi total. En ese primer gran congreso diplomático, coreografiado para exaltar la idea de igualdad entre las potencias beligerantes, se optó por consagrar al Estado nación como el bloque básico de las relaciones internacionales, más allá de dinastías, imperios o jerarquías religiosas.
En Europa, desde hace unos setenta años, se ha venido intentando algo tan revolucionario como colocar el Estado nación en un segundo plano para intentar superar el gran problema geopolítico del Viejo Continente: siete siglos de sangrienta historia que culminaron en dos guerras mundiales. Y con ese fin, los países implicados en el proyecto de la Unión Europea han llegado hasta el punto de transferir parte de su soberanía nacional para enfrentarse a problemas que por sí solos no pueden solucionar, especialmente en la era de la globalización.
Con el Brexit, el Reino Unido ha decidido anteponer sus más estrechos intereses nacionales más allá de cualquier otra consideración. Y con tal de recuperar el control absoluto de sus fronteras y preservar su soberanía nacional, el gobierno británico está dispuesto a pegarse un tiro en el pie de su economía y malograr la relación con sus vecinos europeos. Un precio bastante alto para lo que en origen no pasaba de un debate interno que el Partido Conservador debería haber solucionado de otra forma antes de dejarse avasallar por el auge del populismo entre cerril y nostálgico.
Al empezar a rodar la perspectiva de un segundo referéndum de independencia en Escocia, la primera ministra Theresa May ha tenido el aplomo de reprochar a los contumaces nacionalistas por su «visión de túnel» e ignorar que la «política no es juego». Estos mismos pronunciamientos son también un irónico diagnóstico de la patética irresponsabilidad demostrada por los tories ante el dilema de, como diría Trump, Westfalia First.