Willi Münzenberg

ESPERANZA AGUIRRE, ABC – 21/07/14

Esperanza Aguirre
Esperanza Aguirre

· Münzenberg puso su desmesurada inteligencia y su destreza en el manejo de la mentira al servicio de ideas que solo han traído opresión, miseria y crímenes.

· Propaganda Münzenberg inventó la figura de los «compañeros de viaje» del comunismo.

Los que nos dedicamos a la política sabemos muy bien que tan importante como elaborar y preparar eficaces propuestas para solucionar problemas de los ciudadanos es explicárselas con claridad y hacérselas atractivas. En realidad, esto lo sabe todo el mundo: hacer política es comunicar ideas y propuestas políticas. Comunicar bien, como pasa también con la publicidad, tiene mucho de arte. Y, como también pasa con la publicidad, ofrecer a los ciudadanos determinadas opciones y propuestas para que elijan entre ellas tiene un límite que no se puede sobrepasar: la verdad. En las ofertas estrictamente comerciales la publicidad engañosa acaba siendo desenmascarada por la realidad. En política, sin embargo, la experiencia nos enseña que hay mentiras que duran mucho tiempo y tienen consecuencias muy negativas para los ciudadanos, que son embaucados por manipuladores de sus ilusiones y de sus sentimientos.

Entre esos manipuladores ocupa un lugar muy destacado Joseph Goebbels, el que fue terrible ministro de Propaganda de Hitler. Sus teorías acerca de cómo debía ser la comunicación política nazi las resumió en once principios que, leídos hoy, impresionan por el descaro con que preconiza el uso de la mentira, de la difamación y de las marrullerías dialécticas.

Mucho menos conocido, pero incluso tan eficaz o más a la hora de utilizar la mentira al servicio de la propaganda política, fue el también alemán Willi Münzenberg. Nacido en 1889, muy joven empezó a militar en las Juventudes Socialistas y, cuando estalló la I Guerra Mundial, fue de aquellos socialistas alemanes que estuvieron en contra de la guerra, y, como consecuencia, se exilió en Suiza, que en aquellos años fue lugar de reunión de revolucionarios de todos los países. En Zúrich fue donde Trotsky le presentó a Lenin.

El Gobierno del Káiser alemán, con el objetivo de crearle un grave problema al Zar ruso y con la promesa de Lenin de que firmaría una paz por separado con Alemania, organizó, en abril de 1917, el traslado clandestino de Lenin en un tren sellado hasta San Petersburgo. ¡Y vaya si se lo creó! A los pocos meses Lenin dirigía la Revolución de Octubre, acababa con el régimen zarista e instauraba el comunismo en un país por primera vez en la historia. En 1919, en Petrogrado (el nuevo nombre que los soviéticos dieron a San Petersburgo, a la que llamarán Leningrado cuando muera el líder máximo), Lenin crea la Internacional Comunista (la Komintern) con el objeto de exportar la revolución a todos los países del mundo con el protagonismo de los respectivos partidos comunistas. Allí ya intervino Willi Münzenberg, en representación del recién creado Partido Comunista alemán, con un discurso en el que dijo que la revolución necesitaba creadores de opinión de la clase media, artistas, periodistas, gentes de buena voluntad, novelistas, actores y dramaturgos, y no solo activistas de la clase obrera. Aunque Lenin en ese momento no le hizo mucho caso, Münzenberg acababa de inventar la figura de los «compañeros de viaje» del comunismo, que van a ser fundamentales a la hora de evitar el desprestigio de una teoría y una práctica que la realidad iría demostrando como nefastas día a día desde entonces.

Cuando sí recurrió Lenin a Münzenberg fue dos años después. En 1921 la nefasta política económica bolchevique, los estragos de la guerra civil rusa y el sectarismo de los comunistas produjeron una hambruna terrible en la región del Volga, que se saldó con más de dos millones de muertos. Lenin tuvo miedo de la repercusión de ese tremendo fracaso en el exterior y encargó a Münzenberg que, desde Berlín, organizara una campaña propagandística para disimular el desastre.

Así fue como Münzenberg lanzó su primera gran campaña de propaganda. Constituyó el Comité Extranjero para la Organización del Socorro Obrero para los Hambrientos en Rusia, y tuvo tal éxito que hasta figuras como Einstein y Anatole France figuraron entre los firmantes del llamamiento. Allí utilizó por primera vez la palabra «solidaridad» en lugar de la clásica «caridad».

A partir de ese momento, la actividad propagandística de Münzenberg en favor del comunismo se hace constante e inmensamente eficaz. Son muchísimos los episodios que va a dirigir en la sombra desde 1921 hasta que cayó en desgracia en 1936, cuando Stalin desató las purgas represivas dentro del Partido Comunista para acabar con todos los que pudieran hacerle sombra o supieran demasiado.

Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que todas las iniciativas internacionales aparentemente pacifistas, filantrópicas, intelectuales o culturales que se emprendieron en esos años, y que, de manera velada, también apoyaban posiciones comunistas, tuvieron a Willi Münzenberg en su organización. Él es el máximo responsable de que una inmensa mayoría de los intelectuales de Occidente adoptaran una actitud comprensiva hacia la Unión Soviética y el comunismo. Por ejemplo, el caso Sacco y Vanzetti, el juicio y ejecución de dos anarquistas norteamericanos, acusados de un robo con homicidio, le sirvió para orquestar la primera gran campaña antiamericana de la historia. También intervino en el reclutamiento de los «cinco de Cambridge», esos cinco espías británicos que tanto ayudaron a la Unión Soviética y al comunismo internacional. Y, por supuesto, en la organización de grandes congresos internacionales, como el de la Paz en Ámsterdam en 1932, o los de intelectuales, como el que tuvo lugar en Valencia en 1937, en plena Guerra Civil española. Todavía, desde París, tuvo su papel en la organización y recluta de las Brigadas Internacionales que vinieron a España, pero en 1936 Stalin ya había decidido que tenía que eliminarlo.

El 21 de junio de 1940, al día siguiente de la capitulación de Francia, Münzenberg apareció ahorcado en un bosquecillo del valle del Isère. Aunque nunca se ha dado una versión definitiva de esa muerte, todo parece indicar que fue un –otro– encargo de Stalin.

La vida apasionante de este maestro de la manipulación informativa está contada, a partir de documentación procedente de los archivos soviéticos, recién abiertos a principios de los noventa, por Stephen Koch en un interesante libro titulado «El fin de la inocencia». En este libro se comprueba cómo Münzenberg puso toda su desmesurada inteligencia, su habilidad para la manipulación informativa y su destreza en el manejo de la mentira al servicio de ideas que entonces pudieron parecer ilusionantes pero que la Historia ha demostrado que, además de ser profundamente equivocadas, donde se han aplicado solo han llevado opresión, miseria y crímenes.

ESPERANZA AGUIRRE, ABC – 21/07/14