EL MUNDO 6/06/13
ARCADI ESPADA
JULIA, mi zahorina en estas delicadas cuestiones socialdemócratas, me adelanta en la radio lo que va a suceder. «¿No le parece», me pregunta respondiendo, «que es una forma de criminalizar el sexo?» Se refiere a las declaraciones de un Douglas sobre el sexo oral, práctica a la que se ha dedicado con interés y a la que atribuye la causa de su cáncer. No pasan muchas horas. Douglas, ya por completo criminalizado, retira sus declaraciones iniciales y dice que el sexo oral es inocente. Yo creo que a su retractación en plena regla le faltó un punto de ironía. Debió decir: «Me equivoqué. El sexo oral no tiene la culpa. La prueba es que mi mujer se encuentra perfectamente».
A diferencia de médicos y especialistas situados a miles de kilómetros del historial clínico de Mr. Douglas nada sé sobre la causa del cáncer que nos ocupa. Mr. Douglas fumaba y bebía, esos crímenes. Pero es una hipótesis científica muy plausible que el virus del papiloma, alojado, a veces secretamente, en el cuerpo de algunas mujeres puede provocar cáncer a sus compañeros sexuales, cuando estos hunden allí su boca. Un riesgo que también existe, aunque es menor, cuando alguien se llena la boca de hombre. Una mala noticia, sin duda. Especialmente para lesbianas, adolescentes y señores mayores, mucho más si son promiscuas. Pero una mala noticia que ha de combatirse con ciencia y no con ideología.
«La promiscuidad sexual, alegre como fiesta entre semana, tiene sus propias reglas»
Las acusaciones paupérrimamente progres de estar criminalizando el sexo contribuyeron, en su momento, a la diseminación del sida. A fin de no criminalizarlo nuestros paupérrimos incluso se mostraron dispuestos a aceptar que el sida se había propagado desde algún oscuro sótano de la CIA. El resultado fue un incremento en el número de muertes. Nobles, eso sí; orgullosas víctimas refractarias a cualquier criminalización. La promiscuidad sexual, alegre como fiesta entre semana, tiene sus reglas. Y la principal es que hay cosas, tipo hamburguesas, que mejor comerlas solo en casa. La promiscuidad y la ingenuidad, sin embargo, van con mucha frecuencia de la mano. Hay aún el que piensa que la puta no quiere besos porque los guarda solícita para el amor.