Cristian Campos-El Español
 

Ariane Mnouchkine es una directora de teatro francesa. De izquierdas, por supuesto. A los del mundo de la cultura, tanto en España como en el resto del planeta, hay que presuponerles siempre el izquierdismo salvo que el periodista especifique lo contrario.

La cosa tiene truco. No es que las gentes de la cultura sean todas de izquierdas. Es que así se logra incluir en el saco del progresismo a artistas más de derechas que Gengis Kan, pero que no osan manifestarse públicamente para ahorrarse problemas.

Es la vieja espiral del silencio. Espiral para la que ni siquiera es necesaria una mayoría absoluta de inquisidores, sino sólo una minoría muy radicalizada y dispuesta a joderle la vida al prójimo. Se sorprenderían de la facilidad con la que un 10% de fanáticos puede ahormar al 90% restante excitando el pánico a la marginación social que todos llevamos programado de serie en el cerebro. Ese frente al cual solemos responder «mejor me callo porque no vale la pena salir escaldado por esta chorrada».

Así se genera la ficción de que ellos son legión y los otros, unos trogloditas marginales, solitarios, cabreados y que apenas dan para llenar un Dacia. Un Dacia de ultraderecha.

Ese es el truco.

Pasa en todos los sectores de la cultura. En el cine y el teatro, desde luego. Pero también entre los humoristas, los dibujantes, los músicos y por supuesto los escritores.

Si hablas de política públicamente, eres de izquierdas.

Si prefieres humildemente «no mojarte» porque «quién eres tú para opinar de algo que no sea tu trabajo», probablemente seas de derechas.

[Como se suele decir, uno es de derechas en aquello que conoce bien y de izquierdas en aquello de lo que no tiene ni la más remota idea. Así que si opinas de todo como si el mundo no tuviera secretos para ti, eres de izquierdas].

De hecho, si Mnouchkine fuera de derechas no se la presentaría como directora de teatro. O como artista. O como intelectual. Sino como «la polémica Ariane Mnouchkine», si el periodista no quiere hacer sangre, o como «la conocida radical de ultraderecha Ariane Mnouchkine», si va a degüello contra ella.

Pero Mnouchkine es de izquierdas, así que todo bien. Artista e intelectual a secas.

Dice la artista e intelectual Ariane Mnouchkine en el diario Liberation (observen que no digo «el diario de extrema derecha Liberation» así que ya pueden intuir que Liberation es de izquierdas), que parte de la culpa del auge de la extrema derecha en las recientes elecciones europeas es de ellos. De la izquierda.

«Creo que tenemos parte de culpa, nosotros, la gente de izquierda, la gente de la cultura» dice Mnouchkine.

Observen que Mnouchkine identifica «gente de la izquierda» con «gente de la cultura». Porque en Francia jamás existieron, por poner algún ejemplo al azar, Louis Ferdinand-CélineAlain FinkielkrautRaymond AronÉric ZemmourAlain de BenoistJean-François Revel o incluso Michel Houellebecq, probablemente el mejor escritor francés de los últimos cincuenta años.

O la cultura es de izquierdas o es otra cosa. Un ornitorrinco, probablemente.

«Hemos decepcionado a la gente» continúa Mnouchkine. «No hemos querido escuchar sus miedos y sus angustias. Cuando la gente nos decía lo que veía, nosotros les decíamos que estaban equivocados, que no veían lo que veían. Que sólo era una sensación engañosa, les decíamos. Luego, como insistían, se les decía que eran tontos. Luego, como insistían aún más, se les llamaba hijos de puta«.

Vamos a dejar de lado el mesianismo de Mnouchkine. Ese complejo de libertad guiando a los catetazos del pueblo. Porque difícilmente puedes decepcionar a quien no quiere ser salvado de nada, ni te lo ha pedido, ni espera nada de ti.

La frase recuerda aquel mítico chiste de Chumy Chúmez en Hermano Lobo, el del progre que, frente a unos obreros desastrados, dice «a veces pienso que esta gente no se merece que me lea entero El capital«En el fondo, lo que está diciendo Mnouchkine es quizá haya sido una descortesía haber tratado de oligofrénicos a quienes han preferido ser pastoreados por el fascismo en vez de por el pastor correcto, que son ellos.

Intuyo que el pueblo francés se habría conformado, quizá, con que Mnouchkine y los suyos no les hubieran llamado «hijos de puta» por verbalizar unos miedos que han acabado demostrándose bastante más reales que las docenas de presuntos agravios por los que la izquierda ha llorado a diario durante los últimos treinta y cinco años.

Son docenas los estudios de organismos, fundaciones y think tanks de izquierdas que acusan a la derecha de haberse radicalizado frente a una izquierda que apenas se habría movido de donde estaba en 2004.

Es decir, que la acusan de ser la causante de la actual polarización.

El truco, de nuevo, consiste en mover la raya a voluntad para que los que antes eran considerados moderados pasen a la derecha, y los que antes estaban en la izquierda se conviertan en moderados. Si consideras moderado afirmar que la condición de niño o niña es asignada aleatoriamente al nacer por unos padres ignorantes de que los genitales no determinan el sexo del recién nacido, entonces estás convirtiendo en radicales de extrema derecha a todos los que opinen que sólo existen dos sexos.

Es decir, a todos aquellos que opinen lo que la izquierda opinaba hace apenas unos años.

Lo llamativo es que a estas alturas de la película, una Mnouchkine cualquiera haya llegado a la conclusión de que quizá la respuesta a la pregunta de «¿quién te ha radicalizado?» no sea «Donald Trump«, o «Marine Le Pen«, o «Milei«, o «el heteropatriarcado», o «Alvise«, sino «tú, cuando te echaste al monte».