Del libro de poemas El grito inútil, de ANGELA FIGUERA, música de G. G.
Y AHORA EL LLANTO
Como quien se despierta rodeado de llamas, rodeado de lobos, rodeado de cárceles. Como un niño a quien quitan el pecho bruscamente, como una dama histérica, como una oveja que montara en cólera, he gritado, he gritado cuando he visto, cuando sencillamente, me he hecho cargo.
He gritado de día y por la noche. Con muy poco respeto, lo concedo, para el descanso de las almas probas que no quieren saber nada de nada porque ellos, desde luego, ellos, ¡Qué culpan tienen! He gritado a mi modo (soy tozuda), hasta resquebrajarme la garganta, hasta el dolor profundo de las vísceras, hasta llenar de prosa despreciable mis versos. (Mejor hubiera estado cortando margaritas o sonetos de boj correlativos) Me habréis oído a veces (Señor, que mujer ésta) y os habréis arropado la cabeza en las sábanas para dormir en paz y soñar con los angelitos. Ahora (esto es más tonto todavía) ahora lloro.
Estoy llorando a hilo, a metáfora viva. Y mis lágrimas caen ineficaces sobre los hombros apiñados y los codos con codos de los rebaños callejeros. Y caen sobre las manos duramente adiestradas que empuñan una azada, un fusil, una lima, un pedazo de tiza o una llave maestra. Y caen sobre los ojos encogidos de los oscuros niños coreanos y sobre las veredas enfangadas por donde huyen sus madres. Van cayendo sin ruido sobre la calva de los sabios y de los presidentes, sobre la frente de los poetas y de los esquizofrénicos y de las amas de casa que porfían en vano porque tres y tres suman 18.
Caen mis lágrimas, caen sobre los altares de las iglesias y los lechos de los prostíbulos. Sobre los micrófonos de las conferencias internacionales. Sobre los cementerios sin cruces de la muerte innumerable y los mostradores de las cafeterías. Y caen sobre el sudor y sobre el beso y sobre la risa comprada en los cines y sobre el pus de las heridas y el olor a éter de los hospitales. Van cayendo mis lágrimas. Sobre el griterío de los campos de fútbol y los tinteros de las comisarías y el artículo de fondo de los periódicos y el brasero raquítico de las mesas camilla y hasta en los vasos con flores de las antesalas de los abogados.
Y lloro y lloro un llanto irrestañable. Sabiendo que no sirve para nada. Que el llorar hace feo. Que ese poco de sal y de sangre caliente de mis lágrimas bobas perderá su importancia en el glaciar amargo sin desagüe que está siendo la vida para el hombre. Y lloro (no hay remedio, soy idiota) con toda buena fe y a todo riesgo. Como si a mí me fuera y me viniera. Como si no estuviera tan a gusto en mi casa.
Poema del Libro: EL GRITO INÚTIL (1952) de ANGELA FIGUERA.
Música: G. G.
G.G. 8/7/2004