Luis Ventoso-ABC

  • El sol se pone en Galapagar tras seis años de gas y arrogancia

El encanto de la primavera serrana en el Guadarrama no logra levantar el velo de inaprensible tristeza que ensombrece el pazo de Galapagar. Pablo Manuel deambula con el ánimo por los tobillos cuando retorna a la propiedad tras protagonizar pequeños mítines en Madrid, que pasan sin pena ni gloria. Los trucos teatrales, sofísticos y pirotécnicos que hipnotizaban al público en los días duros de la resaca de la crisis financiera ya no producen su efecto mesmérico. El respetable le ha visto el plumero. No han funcionado ni sus aspavientos a cuenta de las balas, contorsionándose micro en mano y recurriendo a su comodín del Rey. Está gastado. Encarna la quintaesencia de una nueva casta zurda, la piji-camisetera, y además arrastra fama de gandul e incompetente (no se le perdona su espantada en las residencias). Pablo Manuel intenta distraerse con una serie adrenalínica, o relajarse soplándose un par de quintos en la zona zen que rodea la piscina naturalizada de la propiedad, instalada en el jardín de 2.000 metros cuadrados. Pero los problemas le taladran la cabeza. Salvo un milagro de última hora, el martes sufrirá la humillación de verse de farolillo rojo en las elecciones madrileñas. Lo entristece también la morriña del poder. De esgrimir tarjeta de vicepresidente y meter la cuchara hasta en el CNI ha pasado a un horizonte de presentador en nómina de Roures. Montará una especie de ‘Sálvame’ al rojo vivo. Ganará una pasta. Podría convertirse en el Jorge Javier de la política. Pero, ay, apearse del poder a los 42 años tras haberlo tocado es un trago amargo. Y luego están los jueces, todavía dando el coñazo. El lío con Dina, que sigue coleando en el juzgado de García Castellón, que no afloja. El lío de las chapuzas contables con Neurona…

Irene tampoco contribuye a mejorar el ambiente, la verdad, porque está que echa chispas. Le ha estallado el ‘Niñeragate’ en un juzgado de instrucción de Madrid. Han abierto diligencias para ver si ella y su asesora Teresa Arévalo incurrieron en un delito de administración desleal. El asunto es cutre: sospechan que Teresa, una empleada de Podemos que fue diputada entre 2016 y 2019, hacía de niñera de la ministra y era pagada con fondos del partido (o del Estado, que todavía no está claro). Teresa, que hoy tiene 40 años, era una chica de Ciudad Real que vino a estudiar Políticas a Madrid. Ni siquiera acabó la carrera, pero aquello le sirvió para entablar relación con el mundillo de lo que sería Podemos, donde ha tenido las únicas nóminas de su vida. La verdad es que Irene se ha portado con ella. Cuando no salió reelegida diputada, le inventó un cargo de relleno en Podemos (secretaria de Política de Cuidados) y una vez ministra la metió en nómina en Igualdad como ‘jefa de gabinete adjunta del Ministerio de Igualdad’. Si se confirma lo que sospecha la juez, Teresa sería la niñera con el título más rimbombante de la historia.

El sol se pone en Galapagar tras seis años de gas y arrogancia. Venían a arreglar el mundo. Al final solo arreglaron sus cuentas corrientes.