- El separatismo vasco pasa la factura que Sánchez admitió para poder ser presidente
Desde que Sánchez aceptara la ayuda de Bildu para ser presidente, el futuro estaba escrito: el impuesto revolucionario de Otegi incluía la desmemoria histórica con el terrorismo, la legitimación de los objetivos separatistas que lo impulsaron y, en primer lugar, la liberación de los asesinos de la banda.
Lo dijo el jefe de Sortu, matriz hegemónica del disfraz de la nueva Batasuna, con una rotundidad que resume la naturaleza del pacto con el diablo asumido por Sánchez: «Presos por presupuestos».
Cada letra del chantaje, tan obsceno como indisimulado, se ha ido pagando religiosamente, con este Gobierno de memoria oscilante y escrúpulos inexistentes: primero firmó a pachas una Ley de Memoria Democrática que intenta equiparar la violencia etarra con la «represión del Estado», que es una forma de justificarla.
A la vez impulsó el blanqueamiento de Bildu como socio legítimo de una inexistente «mayoría de progreso» que incluye a la derecha vasca y la ultraderecha xenófoba catalana, todo ello sin necesidad de condenar el terrorismo ni ayudar a esclarecer los 374 crímenes sin respuesta judicial, tal y como denunció el mismísimo Parlamento Europeo.
Y por encima de todo ello, al unísono, se transformó al Ministerio del Interior de Marlaska en el Uber de ETA tras cederle las competencias penitenciarias al PNV: todos los presos han sido trasladados de sus cárceles de origen a un centro en el País Vasco, para obtener con rapidez un régimen de semilibertad, cuando no de libertad total, que no les querían conceder por falta de méritos.
Ese es el preámbulo real de esta indigna historia en la que, una vez más, Sánchez sacrifica la decencia, las leyes, el relato y los escrúpulos a un objetivo estrictamente personal que a su juicio lo justifica todo: ganar el partido, aunque sea con gol de mano en fuera de juego y el tiempo acabado.
Pese a todas las ayudas del PSOE, resumidas en aquella frase del delegado del Gobierno en Madrid en la que defendía sin ruborizarse que Bildu había hecho más por España que «los patrioteros de pulsera», quedan aún 140 terroristas en prisión, una cifra inadmisible para Otegi, que extorsiona tanto como Junts o ERC pero con algo más de discreción: mera estrategia para terminar de hacerle pensar a los vascos, y a los «progresistas» de saldo de toda España, que su partido es una izquierda cool, moderna y sin pasado negro.
Solo la resistencia judicial, y de algunas asociaciones de víctimas, ha frenado la exigencia finalista de Batasuna, pero hasta aquí hemos llegado: ahora toca «solucionar» del todo el futuro de esos presidiarios, soltarlos y dejarles volver a casa homenajeados como héroes.
Y a continuación, reconocer que el País Vasco es una «nación», otro chantaje inevitable por las pavorosas concesiones de Sánchez al nacionalismo catalán: los vascos estaban por delante y ahora no van a ser menos.
El terrorismo y su brazo político ya han sido indultados y amnistiados de facto por el PSOE, que ha pasado en pocos años de tener un lehendakari gracias al PP a preferir el acuerdo con Otegi al diálogo con Feijóo y a sostener, sin sonrojarse, que en España es peor la amenaza franquista que el desafío independentista.
Ahora toca rematar esa infamia con la simbólica liberación de los colegas de Txapote y la culminación de una tristísima ceremonia: la reescritura del relato del horror, para presentarlo como una historia sin buenos ni malos, pero con vencedores y vencidos. Entre los primeros, los criminales y sus amigos. Y entre los segundos, obviamente, las victimas y quienes las lloraron. En ese apartado, ni Sánchez ni el PSOE tienen ya cabida. Y no les importa.