- Lo tremendo es la incapacidad de una izquierda sociológica, política y mediática que no acepta ni entiende los movimientos de la sociedad y que trata de vivir en otra realidad, en un ejercicio de profunda negación de la propia democracia
Pocas palabras como fascismo han perdido tanto su significado original. Hoy se le llama «fascista» o «facha» a cualquiera que discrepa del pensamiento de un izquierdista. En realidad, quienes se proclaman liberales o anarcoliberales, como Milei en Argentina, están muy lejos de la ideología fascista, nacida en Italia en el siglo pasado y a la sombra de Benito Mussolini. Para esos fascistas, el Estado debe controlarlo todo: la vida social, cultural y económica. Todo dentro del Estado y nada fuera de él. Justamente todo lo contrario de lo que defienden personas como Milei.
En España, dentro de la galopante indigencia intelectual que caracteriza a determinados dirigentes de la izquierda y la extrema izquierda, se llama «fascista» a todo aquel que no coincide con ellos. Ahora resulta que los radares de los sociólogos están detectando un gran corrimiento del voto juvenil hacia opciones más conservadoras, tanto PP como Vox. Creo que hay muchas razones para ello. Sin duda alguna, el espectáculo de corrupción del PSOE contribuye decididamente a ello. Pero hay más, mucho más: la falta de expectativas de futuro o la decadencia de nuestra economía, que les ofrece un futuro incierto a los más jóvenes, que ven como misión imposible acceder a una vivienda propia. Además de un hartazgo con los viejos cánones que imperan en la política actual. A ello cabe añadir la creciente inseguridad en las calles de España o el fenómeno inmigratorio, que se ha convertido en toda Europa en uno de los problemas de más difícil solución y al que, hasta ahora, nadie ha sabido dar una respuesta adecuada.
Todo ese mosaico de problemas hace que los más jóvenes vean la vida como una carrera de obstáculos a los que ha contribuido de manera notable una izquierda radicalizada. Una izquierda, por otro lado, que ha renunciado a tener hijos. En España, en la última década se practicaron algo más de un millón de abortos. Un porcentaje muy elevado, en el ambiente de familias situadas ideológicamente en la izquierda. Las familias conservadoras son quienes ahora tienen más hijos. Por tanto, no es de extrañar que los niños que sí nacieron en las dos últimas décadas –y que ahora se suman al voto– posean una visión más liberal y conservadora. Es una causa más para poder entender la razón por la que la juventud española parece más dispuesta a votar opciones alejadas del radicalismo izquierdista que hoy nos gobierna.
Si no se profundiza en las razones por las que en toda Europa hay un giro a la derecha se corre el riesgo de seguir simplificando el análisis. Y al no observar y escudriñar más, caemos en los estereotipos que ahora escuchamos en esas maratonianas tertulias con las que la izquierda televisiva española nos arrea a diario. La derecha crece entre los jóvenes porque a la extrema izquierda se le ha ido la mano. Como consecuencia de ello, se activa la ley del péndulo, tan frecuente en tantos estadios históricos de la humanidad.
Lo tremendo es la incapacidad de una izquierda sociológica, política y mediática que no acepta ni entiende los movimientos de la sociedad y que trata de vivir en otra realidad, en un ejercicio de profunda negación de la propia democracia. Ahora resulta que los jóvenes son fascistas porque no votan a sus opciones. Analicen con más detenimiento lo que ocurre para poder entenderlo. No todo se arregla con bravuconadas de dirigentes fracasados o con la contumacia de una supuesta resistencia insensible a lo que le rodea. La vida y la democracia son mucho más que un manual de resistencia. Los jóvenes ya lo dicen, aunque les quede toda una vida por delante para equivocarse.