ETA juega siempre con los buenos sentimientos de la mayoría, con sus deseos legítimos de tranquilidad, pero nada le conviene tanto como la estupidez, y de unos meses a esta parte la obsesión por librarse del Partido Popular está llevando a demasiada gente, no sólo a Carod Rovira, a comportarse de forma estúpida.
Si alguien creía que ETA iba a desaprovechar la ocasión brindada por la campaña electoral para hacerse presente en ésta del modo acostumbrado, ya puede olvidarse de semejante ilusión. Es más: vaya haciéndose a la idea que durante los últimos meses de inactividad y reveses la banda ha estado preparando minuciosamente un programa de atentados para estas fechas. Los que vivimos al oeste de la autonomía indultada gracias a las insensatas marrullerías de Carod Rovira, el mendigo favorito de los terroristas, seguimos teniendo motivos de sobra para preocuparnos. Incluso, para inquietarnos en mayor medida de lo que venía siendo habitual hasta ahora.
En primer lugar, porque la dimensión del atentado que la Guardia Civil acaba de impedir con la detención, en Cañaveras, del comando encargado de llevarlo a cabo rebasa las de las más sangrientas hazañas del historial etarra, asemejándose, en su concepción, a las fórmulas de atentado-demolición con altísimas cifras de víctimas que ha caracterizado desde hace una década al terrorismo islámico. En la nueva fase del terrorismo global no tiene sentido hablar de atentados indiscriminados: éstos representan, hoy por hoy, el grado cero del terror. Los asesinatos selectivos se han convertido en la excepción. ETA intenta adaptarse a los nuevos tiempos, definidos por la emulación mutua en el campo de la impugnación criminal de las democracias. Es cierto que la respuesta policial, mucho más eficaz hoy que en el pasado, ha ido restando fuerza a la organización, desmantelando sus redes financieras y políticas, incautándose sus arsenales y encarcelando a sus activistas, cada vez más inexpertos (el acoso al que los cuerpos policiales españoles y franceses la someten reduce, evidentemente, las posibilidades de entrenar a sus reclutas). Pero esas mismas dificultades la obligan a economizar sus recursos, concentrándolos en la comisión de atentados de insólitas proporciones, como el que planeaba realizar ahora. La situación por la que atraviesa el terrorismo abertzale no es, en tal sentido, muy diferente de la que induce a los grupos terroristas islámicos a optar por las matanzas multitudinarias y espectaculares, frente a la diseminación de atentados individuales, que implican un mayor riesgo para sus redes.
Sólo a los ingenuos que toman sus deseos por realidades puede ocurrírseles que la disminución de la frecuencia de los atentados de ETA -el hecho de que, por ejemplo, no haya logrado matar a nadie desde febrero del pasado año- equivalga a la práctica desaparición de la banda. Lo menos que cabría reprochar a estos optimistas incurables sería la fragilidad de su memoria. Durante la mal llamada tregua de 1998-1999, hubo muchos que creyeron llegado el fin de la pesadilla. Tiempo de sobra tuvieron para desengañarse de ello a lo largo del año siguiente, pero los hay recalcitrantes y, por lo que vamos observando, son más de los que parece. La ingenuidad, en sí misma y mientras se mantenga en el ámbito privado, no es dañina. Cuando se transforma, por el contrario, en imbecilidad política o mediática produce catástrofes, y ya no me refiero sólo a Carod Rovira, aunque nadie me convencerá de que el proyecto de escabechina abortado en tierras de Cuenca no sea una consecuencia lógica del papel arbitral que ETA ha asumido sobre la política española en su conjunto desde que el hoy destituido conseller en cap se lo concediese tácita o explícitamente.
No me refiero sólo a él. Hace una semana, desde una de las emisoras de más audiencia del país, una lumbrera del periodismo proponía extender a toda España la estrategia de Carod Rovira: una capitulación general ante ETA, autonomía por autonomía. El pasado jueves, en el diario español de mayor tirada -que, sin embargo, no parece haber sido el objetivo a demoler por la media tonelada larga de explosivos que la banda enviaba a Madrid- un ensayista, antaño comprometido con la lucha antiterrorista y convertido hoy en apologista del desistimiento, aplaudía la propuesta mencionada y arremetía contra aquellos de sus colegas universitarios que, como Fernando Savater o Gustavo Bueno, habrían secundado la política del Partido Popular al defender la unidad de España frente a la ofensiva de los secesionistas auspiciada por los nacionalistas vascos y ERC, al tiempo que se despedía de ETA, según él mismo definitivamente derrotada, con un saludo a la inglesa, entre irónico y amistoso, aunque en todo caso indecente. Lo siento por Juan Aranzadi: entre sus innegables cualidades no se cuenta el don de la oportunidad. Certificó hace dos años la extinción de la banda terrorista, una semana antes de que ésta asesinara en Santa Pola a una niña y a un jubilado. Las furgonetas de Cuenca acaban de dejarle nuevamente en ridículo y si ahora no escarmienta habrá que pensar que su pérdida de sentido de la realidad, admitida implícitamente en su artículo del jueves a través de una transparente metáfora (el autor simulaba haber salido recientemente de un coma de veinte y pico años), es irreversible.
La frivolidad resulta, en materia de terrorismo, el camino más corto hacia el desastre. Y la frivolidad, desgraciadamente, va haciéndose un hueco cada vez más amplio en los medios de comunicación que se han propuesto desplazar del gobierno, sea como sea, al Partido Popular. Obviamente, quienes nos sentimos y nos sabemos amenazados por ETA no dejaremos de tomar nuestras precauciones cotidianas aunque ciertos imbéciles argumenten que la ideología antiterrorista es un arma de la derecha. La amenaza, por cierto, no gravita solamente sobre esos miles de españoles que, en Madrid o en el País Vasco, nos movemos con escolta: todos los españoles son potenciales víctimas de ETA, incluido Carod Rovira, por muy dignos de confianza que le hayan llegado a parecer los Antza y los Ternera. Y por muchas columnas rebosantes de trivialidades, mentiras y majaderías que sobre este asunto llegue a publicar el más frívolo de los periodistas o ensayistas del país, nunca estará en la lista de los eximidos del coche-bomba, por la sencilla razón de que tal lista no existe. Nada se soluciona avecindándose en la Plana de Vic. ETA juega siempre con los buenos sentimientos de la mayoría, con sus deseos legítimos de tranquilidad, pero nada le conviene tanto como la estupidez, y de unos meses a esta parte la obsesión por librarse del Partido Popular está llevando a demasiada gente, no sólo a Carod Rovira, insisto, a comportarse de forma estúpida. La banda ha entrado en campaña y, a partir de ahora, va a ser imposible excluirla de los discursos electorales, como muchos que quisieran olvidar la fechoría de Carod Rovira han venido exigiendo hasta ahora. ¿Es demasiado pedir, por nuestra parte, que todos nos tomemos el terrorismo en serio?
Jon Juaristi, ABC, 1/3/2004