CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO, EL MUNDO 28/01/13
· CiU intentó por todos los medios que el PSC votara a favor de la declaración soberanista aprobada por el Parlament el pasado día 23. La suma de los socialistas al proyecto era una cuestión estratégica. Se trataba de volver al viejo esquema que dio lugar al nuevo Estatuto, impulsado por el tripartito, pero apoyado desde la oposición por CiU. Es decir, Mas ha pretendido recuperar, ahora desde el Gobierno, la imagen de una Cataluña mayoritariamente unida en torno al derecho a decidir. Una Cataluña en la que los partidos nacionalistas y de izquierda caminan de la mano amalgamados en torno a un proyecto común.
El PSC, de ello el nacionalismo es muy consciente, es el partido que permite «blanquear» (expresión utilizada por un líder socialista) una declaración que es la antesala de la independencia. Con el PSC en el pacto, Mas podría hablar en nombre de Cataluña. Sin el PSC, esa aspiración de convertirse en el guía del pueblo por encima de las ideologías resulta imposible.
A medida que se acercaba el día de la votación, las tensiones internas en CiU y en el seno del PSC (latentes desde la convocatoria de las elecciones del 25-N) fueron en aumento.
Josep Antoni Duran Lleida ha presionado a Mas para rebajar el tono del documento que Convergència negociaba con ERC. Por otro lado, el líder de Unió mantenía una línea caliente con Rubalcaba para que el PSC se sumara a un texto light.
Mas, que probablemente hubiera sido partidario de bajar el listón para permitir la entrada de los socialistas, tenía escaso margen de maniobra, porque Oriol Junqueras se plantó y es el hombre que le da los votos para poder gobernar.
La filtración del primer borrador del acuerdo, el pasado 10 de enero, desató todas las alarmas. La Declaració de Sobirania establecía no sólo que «el pueblo de Cataluña tiene, por razones de legitimidad democrática, carácter de sujeto político y jurídico soberano», sino también (y ésa era la bomba del texto) su compromiso de «hacer efectiva su voluntad de constituir Cataluña como un Estado dentro del marco europeo».
Duran calificó públicamente la propuesta como un «error» y, de paso, levantó las iras del ala más soberanista de Convergència, que ahora es la que controla los resortes del partido.
Ese mismo día se producía en Barcelona una reunión clave de los pesos pesados del PSC. Además de los hombres de confianza de Navarro, a la cita acudió también la ex ministra de Defensa Carme Chacón.
Navarro estaba entonces en pleno proceso negociador con Artur Mas. El argumento del presidente de la Generalitat para que el secretario general del PSC diera su brazo a torcer era sibilino: los socialistas habían incluido en su programa electoral el «derecho a decidir» y la declaración que CiU y ERC pretendían sacar adelante en el Parlament garantizaba sobradamente el cumplimiento de ese derecho.
Navarro se encontraba entre la espada y la pared. Había mucha presión mediática y una parte de su partido se había manifestado claramente a favor de pactar con los nacionalistas.
El cónclave de Barcelona fue trascendental porque en él Navarro y Chacón acordaron las líneas rojas a partir de las cuales el PSC no podía ceder ante Mas. El límite para entrar en el pacto era el respeto a la legalidad vigente. Es decir, sí a la consulta, pero sólo en el caso de que se modificara la Constitución, o bien de que la convocatoria fuera el fruto de un pacto entre la Generalitat y el Gobierno (al estilo de lo que ocurre con Escocia).
En plena reunión, los socialistas tuvieron conocimiento de la filtración del texto acordado entre Convergència y ERC. A partir de entonces no hubo dudas de que la declaración no era más que una trampa para atraer a incautos al proyecto de independencia.
Duran se empleó a fondo (no sólo el PSC anunció que votaría en contra, sino también ICV) para que Mas convenciera a Junqueras de que rebajara sus pretensiones. En resumen: condicionó su respaldo a la desaparición del párrafo en el que se hacía referencia a la creación del «nuevo Estado».
El líder de Unió seguía al habla con Rubalcaba para que el PSOE, si ese escollo desaparecía, permitiera al PSC votar a favor del texto menos comprometido. Duran logró que Mas aceptara eliminar ese párrafo y contaba con que el PSC pasaría por el aro.
Sin embargo, cuando la dirección de los socialistas catalanes votó mayoritariamente en contra de la declaración que finalmente votó el Parlament, Duran no dudó en acusar a Chacón de ser la responsable de haber provocado la ruptura de la unidad.
«El PSC ha renunciado a sus señas de identidad para favorecer la carrera de Chacón para hacerse con el liderazgo en el PSOE», argumenta una fuente de la dirección de Unió.
No sólo Chacón, también Navarro era consciente de que el PSC se jugaba su futuro si aceptaba ir a la votación del ronzal de CiU y ERC.
Mas y Junqueras han logrado sacar adelante un bodrio que sólo sirve para una cosa: mantener unida la coalición CiU y ERC.
A cambio, han dividido a la sociedad catalana y han conseguido una difícil unanimidad entre los grandes empresarios: todos contra sus pretensiones. Fainé y Oliu (por citar dos casos) han hecho saber a Mas su desazón por la deriva que ha tomado su Gobierno.
No sólo eso. El futuro de la propia coalición nacionalista está en cuestión. Algunos dirigentes de Unió dan por hecho que, a medio plazo, si Mas no rectifica se producirá la ruptura. Igualmente, el PSC está al borde de la escisión de su sector más soberanista (los cinco diputados que se ausentaron de la votación han sido sancionados y es probable que terminen ingresando en el partido creado por Ernest Maragall).
El Gobierno de Rajoy, que aún no ha decidido qué hacer sobre la declaración, ve cómo el proyecto independentista se va desmoronando no por la presión externa, sino por su propia inconsistencia.
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO, EL MUNDO 28/01/13