Luis Algorri-Vozpópuli
- Solo queda esperar, aguantar, dejar que pase el verano a ver si a alguien se le ocurre algo
Sin duda ustedes también se han dado cuenta. Desde el momento mismo en que Pedro Sánchez, vestido y maquillado como para un entierro, salió a la sala de actos de Ferraz y pidió perdón por lo que entonces eran (eso dijo) “indicios bastante graves” de las tropelías cometidas por su mano derecha, Santos Cerdán, estalló un clamor que se oía no solo en los medios, no solo en el Congreso; en los bares, en las terrazas, no se hablaba de otra cosa. El clamor era que aquello no se podía soportar más y que se imponía adelantar las elecciones.
Muchísima gente estaba de acuerdo. Yo también. El PP, con Feijóo a la cabeza, aullaba con todas sus fuerzas: elecciones inmediatamente, ahora, ya. Que sean los ciudadanos quienes pasen página de este bochorno inaudito. Incluso el propio Sánchez llegó a confesar que había meditado sobre si hacerlo o no. Y desde los partidos, y desde los medios, y desde los bares y las terrazas, y sobre todo desde las feroces hemerotecas, se repetían entre carcajadas las palabras que dijo el mismo Pedro Sánchez unos años atrás, cuando aún era el líder de la oposición y estaba intentando sacar a Rajoy de la Moncloa: “Usted pide perdón sin asumir responsabilidades”, le atizaba a Rajoy; “Usted está asediado por la corrupción. (…) Usted pidió perdón por los nombramientos que había hecho en el pasado (…) Todos son nombramientos suyos, como máximo responsable del Partido Popular. Lo suyo no es el caso de una única y exclusiva manzana podrida, señor Rajoy. Usted pidió disculpas, pero ni al Congreso ni al Senado se viene a pedir perdón sino a dar explicaciones, a rendir cuentas y asumir responsabilidades políticas”.
Y remataba: “Además de pedir perdón y devolver lo robado, ¿quién asumirá responsabilidades en el PP de Rajoy? (…) Rajoy no tiene ninguna credibilidad para liderar un proyecto de limpieza democrática, es un presidente asediado por la corrupción”.
Echó a Rajoy de su sillón y lo reemplazó por un gobierno de coalición, un pacto de equilibristas, de funambulistas que, desde aquella tarde, está cada día que amanece a punto de caerse, pero que no se cae
Entonces pensábamos lo mismo que pensamos ahora: que Sánchez, cuando dijo aquello, tenía toda la razón del mundo.
En aquella ocasión, finales del invierno de 2017, no hubo elecciones. No hizo falta. Se urdió una conspiración tejida con hilos de araña, se apalabraron o se compraron en voz baja los votos necesarios, y en el Congreso, de pronto, estalló algo parecido a una granada de mano (política): la moción de censura que, en una sola tarde, echó a Rajoy de su sillón y lo reemplazó por un gobierno de coalición, un pacto de equilibristas, de funambulistas que, desde aquella tarde, está cada día que amanece a punto de caerse, pero que no se cae.
Después de aquella dramática petición de perdón, a la que solo le faltó el Miserere de Gregorio Allegri como banda sonora; y después de que a Sánchez le golpeasen en el centro de la cara, como un puñetazo, sus propias palabras de ocho años atrás, el clamor era estruendoso: había que convocar elecciones.
¿Se han dado cuenta de que ya nadie lo dice? El clamor cesó de pronto. Parece que nos hemos olvidado de las elecciones. ¿Cómo puede ser?
Pues es muy fácil. Porque en el momento mismo en que Sánchez estaba ya contra las cuerdas –todos lo decían, lo repetían–, un juez de Tarragona decidió dar por concluido un sumario que llevaba instruyendo desde hace siete años, en el mayor de los secretos, y el exministro de Hacienda Cristóbal Montoro, el hombre más poderoso de España durante los gobiernos de Aznar y Rajoy, quedó a los pies de los caballos. Por lo mismo de siempre, por corrupción. Se dice, siempre con el “presuntamente” por delante, que hay “indicios bastante graves” de que el señor ministro “vendía” a muy alto precio modificaciones de leyes para favorecer a grandes empresas. Y que estas empresas tenían que recurrir a los esmerados servicios de un bufete llamado Equipo Económico, fundado por Montoro y controlado por sus viejos y leales compañeros, para conseguir lo que querían.
A Sánchez ya no le vale pedir perdón (él mismo dijo que eso no bastaba): fue él quien nombró a Cerdán y a Ábalos, sus hombres de confianza en el gobierno y en el partido
En cuanto quedó claro que no era un simple rumor ni una añagaza más del PSOE para requetejoder a los enemigos, empezaron a salir voces tremendas… desde el propio PP. Esperanza Aguirre. Rodrigo Rato. Periodistas de toda confianza del partido. Todos habían sido víctimas de las amenazas directas, de las malvadas inspecciones de Hacienda ad hominem, de las insidias, de la petulancia y de la soberbia del señor Montoro, a quien, como es comprensible, no podían ni ver. El “caso Montoro”, que aún está dando sus primeros pasos, amenaza con ser más grave que la Kitchen, que la Gürtel, que las trapacerías de Cerdán, Ábalos y Koldo, que los EREs, que las Filesas y hasta que las Matesas, los veteranos recordarán.
Hay cosas, estrategias, gambitos que ya no sirven. A Sánchez ya no le vale pedir perdón (él mismo dijo que eso no bastaba): fue él quien nombró a Cerdán y a Ábalos, sus hombres de confianza en el gobierno y en el partido. Por lo mismo, Feijóo no podrá escudarse mucho tiempo en el débil argumento de que Montoro es de otra época, que él no estaba cuando el señor ministro hacía (presuntamente) de las suyas. A Cristóbal Montoro no se le puede llamar “ese señor del que usted me habla”. Es Montoro. La columna vertebral de los gobiernos conservadores con dos presidentes.
A Sánchez ya no le vale pedir perdón (él mismo dijo que eso no bastaba): fue él quien nombró a Cerdán y a Ábalos, sus hombres de confianza en el gobierno y en el partido
Por eso todo el mundo, o casi, ha dejado de reclamar elecciones cuanto antes. Porque con toda probabilidad se producirían un terremoto de dimensiones colosales. La torpeza, la codicia, la enanez mental, la inaudita ceguera de quienes dirigen los dos grandes partidos, ha logrado que ahora mismo parezca cierto algo que nunca lo fue: que todos son iguales. Es el argumento perpetuo de la ultraderecha, pero es que, ahora mismo, ¿cómo no pensarlo? Todos podemos ver que, en cuanto llegan al poder, actúan igual, roban igual, se saltan la ley –de la ética y la moral mejor ni hablamos– de manera muy semejante. La percepción general es que el tremendo descrédito de nuestra democracia, el desprestigio del sistema mismo, no es culpa de Koldo, ni de Montoro, ni de Cerdán, ni de Zapatero, ni del lucero del alba: es culpa de todos ellos, de todos sin excepción, a quienes el olor empalagoso del dinero parece enloquecer, desde hace ya muchos años, aún más que la incurable drogadicción del poder.
¿A quién favorece eso? Pues está bastante claro. Con la izquierda radical convertida en un nido de escolopendras, la única opción es la extrema derecha. Unas elecciones, ahora mismo, pueden lograr que se repita en España el “fenómeno Milei”: que los ciudadanos manden a toda esa gente a la mierda y pongan el país en manos de un loco, de un iluminado, de un salvapatrias. Es lo que Aitor Esteban, una de las pocas personas sensatas que quedan en el Congreso, ha llamado, con toda puntería, el “momento Weimar”.
Muchos llevamos largo tiempo diciendo que la solución estaba en el ejemplo alemán: una “gran coalición” entre los dos grandes partidos, basada en un acuerdo de mínimos
Eso es lo grave, lo gravísimo del “caso Montoro”: que no supone un pasajero balón de oxígeno para los socialistas, sino la demostración palmaria, más clara que nunca antes, de que el edificio mismo de la democracia, de la Constitución y del estado de derecho está cuarteado y se desmorona a ojos vistas. Ya no queda nadie en quién confiar. Pues barrámoslos a todos, parecemos pensar. Es algo extraordinariamente semejante a lo que hicieron los alemanes de la república de Weimar cuando, en 1933, se hartaron de sinvergüenzas, de incompetentes y de mediocres, y le dieron el poder, democráticamente… a Hitler. Y pasó lo que pasó.
Muchos llevamos una eternidad diciendo que la controversia política no se resolvería mediante el empeño en destruir al contrario a dentellada limpia, a cara de perro, recurriendo al peligrosísimo “todo vale para acabar con ellos”, hasta lo más asqueroso: tú me sacas la foto de Feijóo con aquel narco, yo aireo lo de las saunas del suegro de Sánchez. Es nauseabundo. Muchos llevamos largo tiempo diciendo que la solución estaba en el ejemplo alemán: una “gran coalición” entre los dos grandes partidos, basada en un acuerdo de mínimos, que hiciese irrelevantes tanto a los secesionistas como a la ultraderecha y a lo que queda de la izquierda montuna. Ni siquiera se intentó. Les daba la risa, ciegos de ambición como estaban unos y otros.
Muchos llevamos años diciendo que el mundo ha cambiado: las tecnologías de la comunicación y el uso perverso de las redes sociales (no son los únicos motivos) está logrando que crezca cada vez más el número de los ciudadanos que piensan que la democracia ya no es necesaria; que se puede sustituir por otra cosa en la que mande “quien tiene que mandar”. Eso es Trump. Eso es Milei, Bukele, Bolsonaro, Putin, Orbán y todos los demás, que actúan coordinadamente. Eso es Abascal. Eso es el “momento Weimar” que se vive en medio planeta.
Sólo cabe esperar
Por eso no habrá elecciones anticipadas. Estarían locos. Porque, después del indignante espectáculo que están dando los dos grandes partidos, no habría manera de evitar el tsunami de la extrema derecha, que supondría el final de la democracia. Solo queda esperar, aguantar, dejar que pase el verano a ver si a alguien se le ocurre algo… y rezar para que la Virgencita nos deje como estamos.
Pero ¿modificarán unos y otros su forma de proceder? Ah, a eso habría contestado Lope de Vega: “Mañana cambiaremos, respondía, / para lo mismo responder mañana”.