Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 30/10/11
Dentro de cuatro días empieza una campaña electoral que, pese a lo que pronostican las encuestas -o quizá por eso mismo-, será tan dura como todas las que hemos vivido en España últimamente. Pero quince días después se celebrarán las elecciones y uno de los dos grandes partidos ganará. Esa noche habrá gritos de alegría y caras largas y habrá quienes soñarán con lo que quizá les caiga en suerte y quienes vivirán una pesadilla temiendo lo que saldrá volando de sus manos para nunca más volver.
Pero el día 21 de noviembre o, si se extiende mucho la fiesta, el 22, la situación del país será comparable a la de esos salones en los que se ha celebrado un gran fiestorro y que amanecen luego, cuando ya todo el mundo se ha ido a casa, plagados de vasos rotos, restos de pastel y serpentinas pisoteadas.
Nuestros vasos rotos se llaman ¡cinco millones de parados!, nuestros restos de pastel son las docenas de miles de comerciantes y empresarios que han echado el cierre a sus negocios y nuestras serpentinas machacadas, las ilusiones de un país que creyó un día que el jolgorio nunca iba a terminar. Un país que todavía no acaba de entender cómo, entre otros muchos disparates, fue posible montar un aeropuerto en Ciudad Real, que ahora hay que cerrar; para qué había que renovar las terminales de los aeropuertos gallegos si entre los tres tendrán 728 vuelos semanales menos desde ayer; o cómo no logramos parar antes el despropósito descomunal de la Ciudad de la Cultura. ¡Y lo que nos queda!
Porque lo cierto es que, el día 21, los cinco millones de parados seguirán en medio de los restos del naufragio esperando que alguien los saque del terrible agujero de la falta de trabajo. 2.300.000 personas lo han perdido en los ocho años que ha estado Zapatero en la Moncloa. Es incomprensible que quien carga con ese balance desastroso a sus espaldas se atreva todavía a hacer campaña, pero el día 21 la calamidad del paso de Zapatero por la presidencia del Gobierno será historia.
Lo fundamental será entonces ponerse de inmediato a trabajar con la perspectiva de sacar adelante la economía del país en beneficio de todos los que han sufrido en sus carnes la arrasadora crisis que vivimos y, en primer lugar, en beneficio de quienes han perdido su empleo o no han conseguido aún ponerse a trabajar. La cuestión es tan obvia que no debería ser necesario subrayarlo. Sin embargo, en ningún sitio está escrito que el final de la campaña electoral para las elecciones generales de noviembre no se anude casi de inmediato con otra interminable precampaña que dure hasta que los ciudadanos seamos otra vez llamados a las urnas… tras lo que, gane quien gane, volvamos a lo mismo y así hasta que España reviente o los españoles la hagan reventar.
El país está exhausto y -no hay más que ver los datos del último barómetro del CIS-, está hasta el gorro de sus instituciones. No hacer caso a esas señales alarmantes, en la estúpida confianza en que el hartazgo se disolverá como un azucarillo, constituye una irresponsabilidad que ya nadie debiera permitirse. Porque lo que nos jugamos, si no ponemos pronto remedio al galopante deterioro de la economía y la política, es no solo el futuro de la primera, sino también la estabilidad de la segunda.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 30/10/11