Las acusaciones de ‘dumping’ fiscal lanzadas por el lehendakari sobre la Comunidad de Madrid iniciaron un debate interesante, que dista mucho de haber terminado. Estos temas los abre uno cuando quiere, pero los cierran los demás cuando lo desean. Esta vez se han encargado de mantenerlo vivo tanto la presidenta acusada como el propio Urkullu, los consejeros vascos de Hacienda y Cultura e Iturgaiz, además de los cientos de comentarios aparecidos en los medios. Me temo, además, que resurgirá con fuerza con ocasión de la espinosa discusión que se acerca sobre la financiación autonómica, permanentemente abierta y en continúa disputa. Ya sabe, el Cupo, ese objeto de deseo…
El lehendakari acusó de ‘dumping’ a Madrid por ejercer la escasa autonomía fiscal de la que dispone, cuando él disfruta de una mucho mayor que ejerce mucho menos. Pero bueno, eso no pasa de ser una curiosidad más de la vida política, siempre dispuesta a entretenernos. Preocupan más otras cosas. Como esa insistencia en asegurar que unos menores tipos impositivos conducen inexorablemente a unos menores ingresos públicos, cuando la misma situación de Madrid ejemplariza a la perfección que, si el dinero que liberan las rebajas de los tipos se usa bien, por ejemplo en la inversión, se pueden generar mayores ingresos por la vía de generar mayores bases imponibles. Madrid compatibiliza los menores tipos con los mayores ingresos en valores absolutos, y más aún por habitante. Lo cual les permite mantener unos niveles de calidad en los servicios públicos que todo el mundo ‘progre’ denigra, pero que los ciudadanos madrileños avalan con su voto.
Hay más. Todo se arregla achacando el evidente éxito de Madrid al efecto capitalidad. Un efecto, sin duda, importante, pero que no sirve para explicar aquello que con tanta ansia se pretende justificar. Madrid acoge al 14% de la población y produce el 19,2% del PIB. El 40% de las compañías entre 1.000 y 5.000 empleados; la mitad de las empresas con más de 5.000 personas y 29 de las 50 primeras firmas españolas tienen su sede allí. Por si quiere comparar, en los últimos años de la década de los 70, entre las 100 primeras eran 23 las que la tenían en el País Vasco. ¿Cuántas quedan hoy? Sirve una mano para contarlas.
Es confortable hablar de la capitalidad y no revisar lo nuestro. Pero el argumento no es cierto
Es confortable hablar de los efectos de la capitalidad, porque nos evita revisar nuestra situación y podemos esconder nuestras vergüenzas detrás del argumento. Lo malo es que no es cierto. No se debe todo al efecto capitalidad. Ni mucho menos. El estudio ‘Las diferencias regionales del sector público español’, publicado hace años por la Fundación BBVA y dirigido por Francisco Pérez García, nos proporciona una gran sorpresa. Allí se ve que Madrid es la comunidad en donde la presencia de lo público pesa menos en el total de la economía. En efecto, la participación del sector público en la formación bruta de capital con respecto a la inversión regional es del 7,2%. La menor de todas, que se compara con el 9,4% de Cataluña o el 12,8% del País Vasco. El estudio tiene ya unos años, pero pienso que la distancia se ha agrandado desde entonces.
Pero hay más y es peor. ¿Cómo se puede acusar de ‘dumping’ a Madrid, por bajar el IRPF, al mismo tiempo que se vanagloria (el consejero de Hacienda) de tener un Impuesto de Sociedades menor? ¿Es coherente? ¿Cómo se puede decir (el portavoz del Gobierno) que pagamos el 6,24% de Cupo, cuando suponemos menos del 6% en el PIB, y seguir manteniendo que vamos bien y que más autonomía es sinónimo de un mayor bienestar? ¿Cómo se pueden desoír las continuas advertencias de los empresarios, preocupados por el creciente atractivo de Madrid? ¿Cómo se pueden obviar las permanentes huidas de contribuyentes hacia Madrid, que, cuando se van se llevan su renta, su patrimonio, su vida y sus proyectos de futuro? El Gobierno asegura que ese movimiento afecta tan solo al 1% que es el que paga el impuesto de Patrimonio. Correcto, pero ¿tiene repuesto para ese 1% de la población o es un colectivo del que podamos prescindir, sin provocar nuevos daños?
Hacer como el avestruz, y meter la cabeza para no ver que viene el león, termina siempre con el león comiéndose al avestruz.