Vicente Vallés-El Confidencial
- Ese es el problema de Sánchez: que, en el caso de que los plazos se demoren, los independentistas tienen en su mano dejar caer al Gobierno, para facilitar una victoria del PP
En el siglo XIX, se hizo popular en el Reino Unido una simpática maldad referida al primer ministro de la época Stanley Baldwin: «me gusta el señor Baldwin porque no promete nada y mantiene su palabra»
El grado de cumplimiento de las promesas suele ser uno de los baremos que mide el merecimiento de un dirigente político para asumir un cargo o para mantenerlo, si ya lo ocupa. Pedro Sánchez no tiene por costumbre frenar su pulsión natural de hacer promesas a los ciudadanos. Algunas, extraordinariamente audaces y, a veces, contradictorias.
Ayer, ante el Comité Federal del PSOE, Sánchez aseguró con aparente determinación que «los independentistas van a tener que escuchar nuestras convicciones, nuestra voluntad inequívoca de construir un proyecto juntos». Pero ningún compromiso iguala al que adquirió en la solemnidad del Congreso. Utilizó su gesto facial reservado para momentos de especial gravedad y dijo, mientras negaba con la cabeza a izquierda y derecha: «no habrá referéndum de autodeterminación; (…) ya les digo yo que el Partido Socialista Obrero Español, del que me honro ser su secretario general, nunca jamás aceptará ese tipo de derivadas». Sí, el presidente dijo «nunca jamás».
Mariano Rajoy ya se comprometió dos veces a que no habría un referéndum en Cataluña
Por separado, esos dos términos ya son de por sí temerarios, así en la vida como en la política. Pero combinar ambos en la misma frase es tanto como apostar tu patrimonio familiar, conseguido después de años de duro trabajo, a un solo número de la ruleta.
Mariano Rajoy ya se comprometió dos veces a que no habría un referéndum en Cataluña. Lo hizo antes de la consulta del 9 de noviembre de 2014 y lo repitió antes de las urnas del 1 de octubre de 2017. Pero en ambos casos pudo decir con propiedad que, formal y legalmente, tales referéndums no habían existido, aunque se hubiera votado, porque estaban fuera de la Constitución y, como consecuencia, su efecto real era nulo. Y, en efecto, como le espetó un ‘mosso d’esquadra‘ a un manifestante políticamente extraviado, «¡la república no existe, idiota!».
Y el derecho permite alternativas creativas que no suponen reproducir lo que el Estatut decía y que el Tribunal Constitucional anuló
Cabe la posibilidad de que, esta vez sí, Sánchez cumpla su promesa, al contrario de lo que ocurrió cuando se comprometió a no gobernar con Podemos ni pactar con Esquerra y Bildu ni indultar a los condenados por sedición. La duda es si existe un espacio constitucional en el que ese «nunca jamás» sea compatible con el «referéndum o referéndum» que defiende con férreo e inconmovible radicalismo el otro lado de la mesa. No parece, salvo que el Gobierno de coalición PSOE-Podemos pretenda hacer una relectura imaginativa de la Constitución, que dilate sus márgenes lo suficiente para dar cabida a una cosa y a su contraria. Es lo que propone el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los más apasionados e impetuosos valedores del proceso de negociación. En una entrevista en el diario ‘La Razón’ ha dicho que «todo en la vida, y también la sentencia del Tribunal Constitucional, deja espacio para la interpretación. Y el derecho permite alternativas creativas que no suponen reproducir lo que el Estatut decía y que el Tribunal Constitucional anuló». Se refiere a la sentencia de 2010 sobre el estatuto de Cataluña aprobado en 2006.
El objetivo es que donde el TC escribió digo, ahora acordemos con los independentistas leer Diego. Pero el error es pensar que los independentistas se van a contentar solo con leer Diego cuando, como ha dicho la portavoz de Puigdemont en el Congreso, Míriam Nogueras, de lo que se trata es de «formalizar el divorcio» de Cataluña con España, porque «esta farsa no se puede aguantar dos años más». Y es, precisamente, lo que pretende Sánchez: aguantar dos años en el hoyo y después, Dios o Diego dirán. Aunque conviene recordar la recomendación del refranero anglosajón: la primera ley sobre los hoyos es que si te metes en uno debes dejar de cavar para no hundirte más.
Sánchez sigue el consejo del presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower: «si un problema no tiene solución, alárgalo» o, como hacemos en España, crea una comisión. Con esta estratagema, Sánchez confía en que el independentismo se desinfle, ofreciéndose a conceder de todo a la Generalitat: transferencias políticas y económicas, y desactivación de los tribunales para evitar condenas y multas. Entretanto, se realizará una interpretación desprendida y rumbosa de la Constitución, con el objetivo de hacer pasar por constitucional lo que el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional, y que, a futuro, otra composición más esponjosa y bizcochable del plantel de jueces del propio Tribunal acepte «constitucionalizar». Nada por aquí, nada por allá.
Para que este plan llegue a término es imprescindible que la izquierda gobierne largo tiempo. Y ese es el problema de Pedro Sánchez: que, en el caso de que los plazos se demoren, los independentistas tienen en su mano dejar caer al Gobierno, para facilitar una victoria del PP. ¿Por qué? Porque contra el PP será más fácil remover los más bajos instintos de las bases separatistas (y de otros extremismos).