“Si Felipe VI tiene que firmar la amnistía (o ley de alivio penal o como quiera que sea el eufemismo que finalmente decida Pedro Sánchez para hacernos comulgar con ruedas de molino) tendría que recordar su discurso del 3-O. El texto de esa eventual ley sería exactamente contrario al discurso que afortunadamente hizo. La amnistía y ese discurso chocan. La amnistía será un error gravísimo que se pagará caro”.
Quien realizaba estas declaraciones en Espejo Público no era un monárquico recalcitrante ni un cortesano –si es que le queda ya alguno a Felipe VI en este reinado que le ha tocado vivir-, era Alfonso Guerra apenas 24 horas después de realizar en el Ateneo de Madrid la mayor moción de censura que se recuerda contra Pedro Sánchez y todos sus correveidiles de Ferraz.
Guerra, ante un auditorio en el que se camuflaba Emiliano García Page, siempre dispuesto a dejarse cortejar como la gran esperanza antisanchista, siempre dispuesto a esconderse tras las siglas del partido para no hacer nada –lo tendría muy fácil, puesto que 8 diputados que votaran la investidura de Sánchez lo son de Castilla-La Mancha- tachó de “desleal” a Sánchez sin nombrarle en ningún momento, cargó contra su sanchidad y su vicepresidenta, “la nada vestida de Dior” y avisó del “grave peligro” que supone aprobar una amnistía que “no cabe en la Constitución”. Todo lo suscribió Felipe González, esa gran “momia facha” según el oficialismo imperante en el PSOE.
Felipe VI, Sánchez y el «gravísimo error»
Nada de lo dicho en el Ateneo era en absoluto distinto de lo que decía el propio Pedro Sánchez y su coro del Equipo Nacional de Opinión Sincronizada –en afortunada descripción de Herrera, Carlos– justo antes de acudir a las urnas el 23-J escondiendo que tenía en la manga a carta del perdón a Puigdemont y cientos de cargos independentistas para poder seguir en Moncloa un tiempo más.
Tanto Guerra como González dejaron claro que el objetivo de los “felones” –en palabra de las espinas (Guerra) de la rosa (González)- es “el régimen constitucional de 1978”. Lo han desmontado, primero, con los pinganillos, oficializando las autonomías de primera y de segunda en España y metiendo –antes de la aprobación de la ley- el catalán en el Congreso “mientras los niños en los colegios de Cataluña no pueden ni usar el español en el patio”.
A las diferencias territoriales con una España a dos velocidades le sigue las diferencias económicas: 450.000 millones es la deuda del Estado a Cataluña –dice Puigdemont- que amenaza con cobrarse, además del 19% de los Fondos Next Generation de la UE “con carácter retroactivo” y varias decenas de miles de millones del FLA. Eso, y dos huevos duros: una especie de ‘cupo’ catalán solidario que deberían pagar desde Extremadura a Valencia pasando por Andalucía y Madrid a la mayor gloria del prófugo de Waterloo que sigue cobrando ciento y pico mil euros más dietas como eurodiputado, escolta y vivienda.
Y sin olvidar que su santa, la periodista rumana Marcela Topor, cobra más de 6.000 euros al mes de la televisión de la Diputación de Barcelona por un programa semanal de 85 minutos que tiene una espectacular audiencia de… 12.000 espectadores.
Los independentistas saben que es “ahora o nunca”: su fuerza, pese a haber caído en escaños y papeletas, reside precisamente en la debilidad de Sánchez, perdedor de las elecciones, que por 7 votos –“esa indignidad” como dijo Nicolás Redondo antes de ser expulsado del PSOE- es capaz de concederles todo lo que precisen. Y lo que quieren es desmantelar todo el andamiaje del 78 para enfilar, ese es el objetivo en el horizonte nada lejano, el referéndum de autodeterminación.
Y en todo este puzzle endiablado, el Rey Felipe VI es una pieza más a tumbar y colocar en el tablero. El Rey es garante y, desde el 3 de octubre de 201 de manera palmaria, representante del pacto constitucional, de la unidad territorial de España, de la igualdad de las Autonomías que consagra el artículo segundo de la Constitución y, finalmente, de la Monarquía Parlamentaria que establece el artículo primero. Unidad de España frente a separatismo; igualdad de las Autonomías frente a los territorios supremacistas; Monarquía frente a República. Felipe VI es, pues, caza mayor para Puigdemont, ERC y el resto de fuerzas que chantajean a un Pedro Sánchez capaz de vender a quien sea por 7 ‘síes’.
Felipe VI es, pues, caza mayor para Puigdemont, ERC y el resto de fuerzas que chantajean a un Pedro Sánchez capaz de vender a quien sea por 7 ‘síes’
Lo dejaron meridianamente claro González y Guera: una amnistía para los hechos que estuvieron a punto de quebrar para siempre la convivencia en España en 2017 sería una enmienda a la totalidad a la actuación del Rey el 3-O, esa que fue seguida con auténtico desasoiego por millones de españoles y, en especial, por los catalanes que, nada más empezar a hablar, sintieron que, por fin, alguien les decía que no estaban solos frente a la timorata actuación del Gobierno de Rajoy.
El Rey –con la sanción del Gobierno y el aplauso de Pedro Sánchez, otro caso más de amnesia selectiva del hoy presidente del Gobierno en funciones, que apoyó el artículo 155— quedaría tan deslegitimado con una ley de amnistía como la propia democracia española.
Felipe VI –que el 3-O denunció “un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña” por unas “autoridades que se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia y han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común”- quedaría en el brete histórico y personal de tener que firmar una ley que borra de un plumazo todo aquello y convierte a Gobierno, Senado, jueces, policías y a él mismo y a la institución que encarna en los culpables para la historia de unos hechos que por obra y gracia de Pedro Sánchez nunca fueron delito.
A Felipe VI le corresponderá firmar la ley orgánica que –si no está redactada ya- elaboren en estos días los hombres de negro de Sánchez junto al fugado de Puigdemont y su equipo jurídico de Waterloo. Una ley que, en palabras de Guerra, tendrá “consecuencias gravísimas” y que acabará llevándose por delante a la España que conocemos, desde su configuración territorial a la Monarquía parlamentaria. Esa que representa Felipe VI, caza mayor para los independentistas, y que el 3-O pronunció el histórico discurso que aparece bajo estas líneas y que, si nadie lo remedia, quedará como su testamento político.
Discurso íntegro de Felipe VI el 3-O
«Buenas noches,
Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra vida democrática. Y en estas circunstancias, quiero dirigirme directamente a todos los españoles. Todos hemos sido testigos de los hechos que se han ido produciendo en Cataluña, con la pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada −ilegalmente− la independencia de Cataluña.
Desde hace ya tiempo, determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía, que es la Ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno.
Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Un Estado al que, precisamente, esas autoridades representan en Cataluña.
Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando –desgraciadamente– a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada.
Esas autoridades han menospreciado los afectos y los sentimientos de solidaridad que han unido y unirán al conjunto de los españoles; y con su conducta irresponsable incluso pueden poner en riesgo la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España.
Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común
En definitiva, todo ello ha supuesto la culminación de un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña. Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común.
Por todo ello y ante esta situación de extrema gravedad, que requiere el firme compromiso de todos con los intereses generales, es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía.
Hoy quiero, además, transmitir varios mensajes a todos los españoles, particularmente a los catalanes.
A los ciudadanos de Cataluña –a todos– quiero reiterarles que desde hace décadas vivimos en un Estado democrático que ofrece las vías constitucionales para que cualquier persona pueda defender sus ideas dentro del respeto a la ley. Porque, como todos sabemos, sin ese respeto no hay convivencia democrática posible en paz y libertad, ni en Cataluña, ni en el resto de España, ni en ningún lugar del mundo. En la España constitucional y democrática, saben bien que tienen un espacio de concordia y de encuentro con todos sus conciudadanos.
Sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho en la defensa de su libertad y de sus derechos.
A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho en la defensa de su libertad y de sus derechos
Y al conjunto de los españoles, que viven con desasosiego y tristeza estos acontecimientos, les transmito un mensaje de tranquilidad, de confianza y, también, de esperanza.
Son momentos difíciles, pero los superaremos. Son momentos muy complejos, pero saldremos adelante. Porque creemos en nuestro país y nos sentimos orgullosos de lo que somos. Porque nuestros principios democráticos son fuertes, son sólidos. Y lo son porque están basados en el deseo de millones y millones de españoles de convivir en paz y en libertad. Así hemos ido construyendo la España de las últimas décadas. Y así debemos seguir ese camino, con serenidad y con determinación. En ese camino, en esa España mejor que todos deseamos, estará también Cataluña.
Termino ya estas palabras, dirigidas a todo el pueblo español, para subrayar una vez más el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi compromiso como Rey con la unidad y la permanencia de España».