Rubén Amón-El Confidencial
Felipe VI capitaliza el homenaje a las víctimas en una ceremonia sobria, laica y despolitizada, aunque no se sabe cuántos muertos hubo ni cuántos puede haber
El escenario fue el Palacio Real. Y el protagonista fue el Rey. La crisis de reputación de la monarquía emérita ha encontrado un alivio en la ceremonia de homenaje a las víctimas del covid. Eran ellas la razón del ‘funeral laico’, pero la memoria no contradice la notoriedad que adquirió Felipe VI en el ejercicio de sus poderes simbólicos y en sus obligaciones litúrgicas.
Era una manera de reivindicar la monarquía como argumento aglutinador. El Rey representa una categoría ‘super partes’, un pudor institucional. Y se debe a una ejemplaridad que su padre ha profanado entre la impunidad, la codicia y el aplauso obsceno de los cortesanos.
Es la perspectiva desde la que Felipe VI necesita emprender una catarsis. Y el motivo por el que el duelo nacional observado este jueves le convertía en el interlocutor de los españoles. No desde el absolutismo, pero sí desde los requisitos de una ceremonia ‘despolitizada’.
Despolitizada quiere decir que el réquiem por los 30.000 muertos no podía degenerar en un guirigay partidista. Lo demuestra la presencia del ‘president’ Torra entre los colegas autonómicos. Y lo prueba la conversación distendida entre Aznar y Zapatero, aunque el protocolo sanitario de las máscaras hizo bastante difícil la identificación de los asistentes.
La crisis de reputación de la monarquía emérita ha encontrado un alivio en la ceremonia de homenaje a las víctimas del covid-19
El enconamiento de la política nacional se concedió este jueves una tregua obligatoria. Únicamente la ausencia premeditada y despiadada de Vox pretendía adulterar el escrúpulo conciliador de la ceremonia. Santi Abascal considera a Sánchez un asesino en serie. Y acaso tampoco le perdona que no hubiera eminencias ni generales en el escenario de la ceremonia. Prevaleció una función sobria, sin monsergas episcopales ni aparato castrense, hasta el extremo de que el ‘velatorio’ madrileño parecía imitar las soluciones rituales de la República francesa.
No es fácil inventarse o crear una liturgia ‘alternativa’ a las opciones tradicionales. La Iglesia propone toda suerte de soluciones dramatúrgicas, pero no tenemos en España costumbre de ‘funerales laicos’. Quizá por ello, los artífices de este ‘réquiem’ se atuvieron a soluciones tan convencionales como la disposición circular de los asistentes y la adoración arcaica del fuego en un pebetero de resonancias masónicas. Parecía un ceremonial más pagano que laico. Y se agradeció la brevedad y la sobriedad, entre otras razones, porque el homenaje no puede sustraerse ni a la pésima gestión de la crisis ni a la psicosis de un rebrote.
No sabemos en realidad cuántas personas han fallecido. Ni cuántas van a fallecer. El Gobierno había hipotetizado que las cosas estarían tranquilas cuando propuso la fecha del 16 de julio, pero los focos de contagio y las estadísticas de enfermos y de fallecidos, similares a las de mayo, sobrentienden que este homenaje puede quedarse obsoleto y antiguo.
No le hubiera costado nada a Pablo Iglesias ponerse una corbata negra. Ya sabemos que no tiene costumbre de llevarla
No le hubiera costado nada a Pablo Iglesias ponerse una corbata negra. Ya sabemos que no tiene costumbre de llevarla. Pero si fue capaz de uniformarse con un esmoquin en los Goya —pajarita incluida—, seguro que podía haber respetado este jueves el código del luto.
Se esperaba con interés el testimonio de Felipe VI. Y también se esperaba que el discurso se atuviera, como así fue, a todas las convenciones institucionales y todos los tópicos imaginables de la vanagloria nacional («Nos hemos dado un ejemplo de civismo, madurez y compromiso»). Es la razón por la que adquirieron más resonancia los mensajes subliminales y el subtexto. Ninguno tan evidente como la longevidad de los Borbones representada en la disciplina de la princesa Leonor. Puso la heredera una rosa blanca en el pebetero. E inició una ofrenda floral inevitablemente cursi que compartieron los asistentes, como si acudieran a comulgar, mientras sonaban, qué originalidad, los acordes del ‘Adagio para cuerdas’ de Barber. Las sociedades se secularizan, reniegan de los dioses, pero se entregan al dios más antiguo de todos: el fuego.