Podría parecer una alusión al programa «Y ahora, Sonsoles», pero no. Siempre he defendido que Miquel Iceta i Llorens, Barcelona, 1960, en la actualidad ministro de Cultura y Deporte, tiene de tonto lo que servidor de Brad Pitt. Es astuto, inteligente y despiadado. No hagan caso a quienes todo lo fían a tener colgados en la pared de su despacho uno, diez o cien títulos universitarios. Eso puede indicarnos su formación académica pero para desempeñarse eficazmente y sin perder pie toda una vida en el resbaladizo terreno político– y más en el PSC, créanme, sé lo que me digo– hace falta un talento y una astucia singulares. E Iceta los posee de sobra.
He definido a Iceta como alguien que, incluso cuando pierde, gana. Un sesudo analista – los analistas son sesudos, así como los economistas son reputados y los olmos centenarios, parafraseando a Curnonsky – se reía de mis observaciones sobre Iceta cuando Sánchez lo defenestró de ministro de asuntos territoriales a la cosa de cultura. “No das una”, dijo con la cara de satisfacción de quien pone el cazo a cambio de opinar a favor de obra. Respondí que hablásemos cuando Sánchez cayese. Se fue pensando que yo era más tonto que Pichote.
Bien, ahora que Sánchez puede caer si las elecciones no le son favorables, ahora que cada vez hay más dirigentes que empiezan a decir que con Pedro no se va a ningún sitio –los mismos que hace cuatro años le aplaudían hasta salirles callos e las manos-, ahora que todo está por hacer y todo es posible como en los versos de Brossa, Iceta tiene una carta guardada en la manga. Salvador Illa. Iceta ha conseguido que la política catalana, con todo lo que de tóxica tiene, se haya trasplantado a escala nacional. Compadreo con el separatismo, amistad y pactos con los comunistas, vista gorda con bilduetarras, federalismo asimétrico o paralepípedo, que uno ya se pierde, cordón sanitario ante el fascismo, llámese antes Ciudadanos o ahora PP y VOX, en fin, frente populismo de niños pijos de Sarriá que ha imperado en la gauche divine que ha mandado desde la transición en mi tierra. Faltaba el asalto a los cielos, ese que quiso y no pudo hacer Narcís Serra y que intentaron Borrell y Chacón quedándose a las puertas. Entonces el PSOE todavía disponía de líderes como Rubalcaba, Bono o un ZP que no daba discursos acerca del infinito con tono alucinado. Pero ahora, ¿qué queda del partido? Nada, porque Sánchez deja tras de sí tierra quemada.
Entonces el PSOE todavía disponía de líderes como Rubalcaba, Bono o un ZP que no daba discursos acerca del infinito con tono alucinado. Pero ahora, ¿qué queda del partido? Nada, porque Sánchez deja tras de sí tierra quemada
Pero mi tocayo es de los que piensa a diez, veinte y treinta años vista. Todo lo que ha hecho iba encaminado a conseguir llegar al poder con su camarilla y, o bien ser el mismo quien lo detentase, o bien ejercerlo por persona interpuesta. Desde aquel lejano 1987 en el que fumábamos Malboro y bebíamos Coca Cola tras coca Cola en su despacho en la sede del PSC hasta el día de hoy, no se ha movido un milímetro de su plan.
Iceta piensa aparecer con Salvador Illa como la salvación del socialismo patrio. Illa, que ha ganado las últimas autonómicas en Cataluña. Illa, de quien depende Aragonés para poder gobernar la generalidad. Illa, que obtendrá buenos resultados este domingo. Illa, primer secretario del PSC, que puede jactarse de ser el único dirigente socialista que controla una ciudad importante como Barcelona. Illa, que, a fuerza de mediocre, parece serio. No son pocos los barones que, a excepción de algún Vara que otro, le han comprado la moto a Iceta off the record.
Servidor lo deja por escrito para que sí, llegado el momento, los españoles se encuentran con Illa al frente del PSOE no se asusten. Aunque tendrían motivos, porque el PSC es lo peor dentro del socialismo español, lo que no es poco decir. Avisados están.