ABC 22/09/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Si ETA ha sido derrotada, ¿cómo van a protagonizar sus huestes un incidente violento?
EL 17 de enero de 1996 José Antonio Ortega Lara fue secuestrado por ETA. A cambio de su liberación, la banda exigió el acercamiento de todos sus presos a cárceles vascas. Quinientos treinta y dos días después, la Guardia Civil rescató a un esqueleto andante del lóbrego zulo en el que sus verdugos lo habían tenido encerrado. Durante su primer encuentro con el entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, Ortega Lara le confesó que nunca había pensado que el Ejecutivo fuese a ceder al chantaje y agradecía que no lo hubiese hecho. Siempre tuvo claro que los culpables de su calvario eran los terroristas y no el Gobierno al que pretendían poner de rodillas.
Tras sobrevivir a la experiencia, en lugar de tratar de olvidar, el renacido optó por implicarse en la lucha contra el terror, defender la dignidad de las víctimas y dar la cara. Lo hizo en múltiples comparecencias públicas y como militante del Partido Popular, condición que mantuvo hasta que dicha formación decidió apartar a María San Gil. También ella se había sobrepuesto al horror de ver asesinar ante sus ojos a Gregorio Ordóñez y había recogido su testigo, liderando con extraordinario coraje al partido más castigado por la organización criminal. Luego llegó la hora de sumarse al «proceso de paz» suscrito por Zapatero con los asesinos y ella se negó a engullir semejante sapo, lo que la convirtió en prescindible a ojos de sus compañeros. Entonces José Antonio devolvió el carné.
Viendo a su torturador, Bolinaga, campar a sus anchas de bar en bar cuando se le suponía moribundo, Ortega Lara habría podido tomarse la justicia por su mano o cuando menos radicalizarse. Prefirió sumarse a las filas de Vox, partido que transita por cauces perfectamente democráticos y propone cosas tan «subversivas» como que los terroristas cumplan sus condenas, el aborto no sea un derecho indiscriminado de la mujer y España siga siendo una Nación única e indivisible, patria común de todos los españoles. Cosas evidentemente molestas en el contexto de relativismo en el que se ha instalado el pensamiento políticamente correcto de este país, donde cualquier exabrupto procedente de la extrema izquierda o el separatismo se considera sagrado, en virtud de la libertad de expresión, mientras que la defensa literal de la Constitución coloca bajo sospecha de fascismo a quien la invoca.
El viernes pasado, doscientas crías de la serpiente agredieron a Ortega Lara mientras participaba en un acto electoral de Vox en Vitoria acompañado de Santiago Abascal y Ana Velasco, hija de un militar asesinado por los pistoleros y de la valiente Ana María Vidal Abarca, fundadora de la AVT. Les arrojaron tuercas y botellas al grito de «golpear y quemar hasta ganar»; uno de los más célebres gritos de guerra etarras. Únicamente la actuación policial evitó que hubiera heridos, aunque tampoco se practicaron detenciones. A día de hoy, ni el PSOE ni el PP vascos han emitido una condena formal de ese ataque. Tampoco Podemos o el PNV. En cuanto a EH Bildu, ¿qué van a decir, si son primos hermanos? Solo Ciudadanos ha mostrado su solidaridad. Los medios de comunicación, que dedicaron en su día horas y páginas a la irrupción de unos ultras en la librería Blanquerna insultando a los líderes de CiU que estaban allí, han ignorado este brote violento. Si ETA no existe, si ha sido derrotada, ¿cómo van a protagonizar sus huestes un incidente como el descrito? Es mejor devolver a Ortega Lara al zulo de olvido y silencio del que nunca debió salir. Cerrar los ojos a lo que acontece y disfrutar de la realidad orwelliana que convierte la mentira en verdad porque así lo establece el Gran Hermano.