Juan Carlos Viloria-El Correo
El día después de las elecciones municipales alguien de Bildu escribió en Twitter: «Ojo al nuevo centro derecha vasco. El PNV se está llevando los votos del PP a paletadas». A la izquierda abertzale, que ha perdido en estas elecciones claramente el pulso con el partido de Urkullu por la hegemonía nacionalista en el País Vasco, el trasvase de voto conservador españolista a las filas de los burukides les parece una mala noticia. A corto plazo. Porque en el fondo sueñan con que ese voto útil que está engordando la fuerza institucional del nacionalismo tradicional sea a medio plazo un lastre en la pelea fratricida por el liderazgo patriótico. Los próximos años con Sánchez en la Moncloa. Con una fuerza parlamentaria dependiente de pactos y acuerdos a todas las bandas, puede ser el escenario ideal para que el abertzalismo independentista prepare su acumulación de fuerzas de cara a las próximas elecciones autonómicas.
Los camaradas de Otegi ya no esconden que, fracasado el envite independentista por la vía del terror, quieren ensayar en el País Vasco la vía Puigdemont. El diseño de sus próximos pasos contempla una ruptura de los proyectos consensuados para un nuevo estatus de relación con Madrid que durante tres años se había ido gestando con el PNV y el resto de las fuerzas políticas vascas. Esa vía apadrinada por el PNV ha saltado por los aires porque Bildu quiere poner sobre la mesa su propio proyecto soberanista. Al estilo Esquerra Republicana de Cataluña. El Partido Nacionalista Vasco disfruta de un momento dulce. Decisivo con sus seis diputados en las Cortes (uno más que en la legislatura anterior). Controlando los grandes ayuntamientos, diputaciones y Juntas Generales de los tres territorios vascos. Sin luchas internas. Y una economía con la tasa de paro más baja de España y un crecimiento sostenido. Las únicas sombras que enturbian ligeramente su plácida hegemonía son el déficit mínimo de un parlamentario para la mayoría absoluta a su coalición con el PSE, la piedra sindical en el zapato que representa el sindicato abertzale ELA y la carencia de elementos victimistas para adornar el relato de la ‘bota de Madrid’ que tan buenos resultados ha ofrecido en el pasado. Sin olvidar que su apuesta por el control de Navarra con Uxue Barkos acaba de naufragar.
El porcentaje de partidarios de la independencia en el País Vasco está en el 23%. Ha caído siete puntos en cinco años y la mayoría está muy satisfecha con el nivel de autogobierno. Pero la política en Euskadi se ha convertido en un mano a mano entre PNV y Bildu (Batasuna). Algo parecido a lo que ocurrió en los últimos años en Cataluña entre ERC y Convergencia. Bildu alberga la esperanza de que cuando se vuelva a agitar el soberanismo vasco el PNV se habrá acomodado con lastres y ‘michelines’ propios de un partido transversal. Y entonces puede ser el momento para atacar el ‘sorpasso’ nacionalista y relevar al PNV de su hegemonía de 40 años. Y Otegi, lehendakari. Por soñar que no quede.