Pedro Sánchez ha hecho públicos los veintidós ministros que formarán su nuevo Gobierno. Siendo un asunto noticiable, en el fondo es irrelevante, porque lo decisivo ya había ocurrido y el mal estaba ya hecho: Sánchez, tras negociar, acordar y comprar su investidura en un país extranjero al prófugo de la Justicia Puigdemont, fue elegido presidente del Gobierno de España por todos los grupúsculos que aspiran a romper España; y ahora, ese prófugo con pensión vitalicia pagada por todos los ciudadanos españoles, a quien el propio Sánchez definió hace años como el representante genuino de la extrema derecha reaccionaria, decidirá, junto con el resto de sus extravagantes socios, el futuro de la legislatura y quizás de España. Por el camino, Sánchez ha arrumbado con la igualdad ante la ley y la separación de poderes, ha debilitado gravemente el Estado de derecho y ha puesto en peligro la unidad del país. Pero ¿qué más da si ha logrado su objetivo de permanecer en la Moncloa?
El Gobierno dispondrá de cuatro vicepresidencias y habrá más mujeres que hombres. Veintidós hombres y mujeres al servicio de Sánchez. Pilar Alegría será su portavoz; Félix Bolaños, hombre fuerte y promotor de la infame ley de amnistía, asume Justicia con todo el estamento judicial en contra de la ley que legitima el procés y rehabilita para la política a los delincuentes que impulsaron un golpe a la democracia; María Jesús Montero asciende a vicepresidenta y será la que negocie el nuevo Concierto Económico que siga beneficiando al País Vasco a costa de los restantes ciudadanos españoles; el cuestionado ministro Grande-Marlaska, premiado por sus errores y en contra de lo que se suponía, continúa en Interior, en lo que viene a ser otro derechazo a Podemos, por si no tenía bastantes; Margarita Robles continúa en Defensa; Mónica García asume Sanidad y Ernest Urtasun se hace con la cartera de Cultura. Óscar Puente, el más bruto de la clase, es aupado a ministro de Transportes por su sectarismo, por su lealtad al presidente y por la agresividad verbal desplegada en la investidura de Alberto Núñez Feijóo, toda una declaración de intenciones y un aviso a navegantes. Respecto a los demás, comparten cualidades con los anteriores: no formarán precisamente el gobierno de los mejores o el de los más capaces sino el de los más leales, soldados al servicio de Sánchez. Todos a una para extender la desigualdad y ahondar en la desmembración confederal de España.
Los enfrentamientos fratricidas entre Junts y ERC y entre el PNV y Bildu prometen una multiplicación de las reivindicaciones particularistas y obligarán al gobierno a tragar sapos y culebras
Sánchez finiquita la presencia incómoda de Podemos, el penúltimo kleenex usado por el presidente en su beneficio. Pablo Iglesias eligió a Yolanda Díaz como su sucesora y entre Yolanda Díaz y Pedro Sánchez se merendaron primero a Pablo Iglesias y después a Podemos a través de Sumar, ese artefacto reaccionario que será más dócil de lo que fue Podemos. Se trata de que los dardos del gobierno-búnker se dirijan exclusivamente hacia fuera, en concreto, hacia el centro-derecha representado por el PP y hacia la extrema derecha de Vox, ese partido al que el PSOE quiere seguir azuzando, como mejor forma de que el PP no pueda crecer más y sea incapaz de construir una alternativa política que alcance la mayoría absoluta. Sánchez no da puntada sin hilo.
El gobierno, ya sin Podemos, en lugar de tener que gestionar las desavenencias internas, como ocurrió durante la pasada legislatura, deberá afrontar las externas: los enfrentamientos fratricidas entre Junts y ERC y entre el PNV y Bildu prometen una multiplicación de las reivindicaciones particularistas y obligarán al gobierno a tragar sapos y culebras cada vez más insalubres e indigestas. Por si fuera poco, Podemos, expulsado del Gobierno por Sánchez y por Díaz, podrá actuar no solo con independencia de lo que haga Sumar conformando grupo parlamentario propio sino también con independencia de lo que haga el gobierno. Y todos estos conflictos «externos» afectarán al gobierno, a su estabilidad y a su perdurabilidad.
Verificadores, como una colonia
Sánchez ya tiene a sus veintidós ministros-peones que forman su nuevo Ejecutivo. El análisis tiene su enjundia y ayuda a imaginar lo que pueda ser su acción de gobierno. Pero lo fundamental ya lo sabíamos: al Gobierno de España que fue sellado en el extranjero lo sostendrán Puigdemont, Junqueras y Otegi y será controlado por verificadores extranjeros como si fuéramos una colonia, un país intervenido o una democracia incompleta. Y, por si fuera poco, tendrá a Puigdemont de auténtico vicepresidente. ¿Quién lo iba a decir, verdad? El Gobierno «progresista» en manos de la extrema derecha independentista.