- A los liberales, el discurso de Carlos Quero les huele a podemita. Pero su denuncia de la tenaza entre el gran capital y el Estado confiscatorio contra las clases medias no supone más que un retorno a la tradición social del conservadurismo.
Anda por ahí un joven diputado de Vox, con pendiente y polo de Fred Perry, rompiendo esquemas ideológicos a diestro y siniestro.
El ascenso de Carlos Hernández Quero, recién promocionado a portavoz adjunto en el Congreso en sustitución de Javier Ortega Smith, supone una ganancia aunque sólo sea por la remoción de la cofradía de la teba y el mostacho de húsar.
Para ensanchar su base social en sintonía con el resto de fuerzas soberanistas occidentales, era cuestión de tiempo que Vox basculase del barrio de Salamanca al cinturón rojo. Y a ello no ayudaba el que todos sus efectivos tuvieran apariencia de expolicías atrabiliarios ataviados como para una montería.
A Vox le faltaba un tipo normal de Tetuán que frecuentara más Casa Paco que el Club Náutico.
Y dieron con la tecla: un historiador de bibliografía heteróclita y curtido en el activismo vecinal, que echaba horas extras al término de la Sesión Plenaria para servirnos unas cañas a los amigos de la tertulia reaccionaria en la extinta taberna Casamata, mientras Espinosa de los Monteros se daba (en expresión de Pedro Lecanda) al fundraising in the morning entre la plutocracia.
Pero la mudanza voxera que personifica Quero no es sólo estética y generacional, sino también discursiva.
Ayuso ofrece deducciones fiscales a multimillonarios extranjeros y niega la vivienda a los españoles.
🗣️ @CarlosHQuero: “Va a conseguir que el Madrid de los propietarios de toda la vida se convierta en el patio trasero de los ricos”#MadridSurEnPie pic.twitter.com/QTIykiTBgj
— VOX Madrid (@madrid_vox) November 5, 2025
El diputado se plantó hace unos días en Aluche a denunciar que el «Madrid de todos los acentos» de Ayuso privilegia al lustroso millonario extranjero sobre el desheredado currito ibérico.
Y la alerta populista saltó en los cuarteles de la Policía de la Moral liberal, indesmayable en su encomienda de custodiar el depósito de la fe en la Mano Invisible. El discurso de Quero les suena como rojo. Les huele a podemita.
La selecta minoría de liberales con denominación de origen se precia de una sagacidad para detectar y repudiar parentescos intervencionistas, pero con ello sólo hacen gala de una desoladora ramplonería analítica. Porque el discurso de Quero no es, según su caricatura, el de una «izquierda con crucifijo», sino el de un conservadurismo consecuente. No es la nueva derecha «proteccionista», sino la derecha de toda la vida.
El consenso de posguerra relegó al descrédito el «pensamiento del arraigo» (Chantal Delsol), y naturalizó la aleación coyuntural y tardía del conservadurismo con el liberalismo como una realidad inconmovible. De ahí que quienes pretendieron haber inhumado a todos los dioses fuertes se exasperen cuando ahora se da un reflujo de la doctrina de la preferencia nacional.
Pero esta visión política miope olvida que el conservadurismo procede de un secular encaste social, mutualista y corporativista, que en España puede rastrearse hasta la derecha social de Maura y Dato, el sindicalismo católico inspirado por la Doctrina Social de la Iglesia, o el falangismo de José Antonio Primo de Rivera, «implacablemente anticapitalista y anticomunista» por igual.
Un José Antonio que, a propósito del tema fetiche de Quero, la vivienda, lamentaba que «mientras el liberalismo escribía maravillosas declaraciones de derechos en un papel, en las mejores capitales de Europa se hacinaban seres humanos, hermanos nuestros, en casas infames, y recibiendo el sarcasmo de que se les dijera que eran libres y soberanos».
El discurso de Quero, pese a lo que pretenden los exorcistas progres y los integristas neocones, no es falangista.
Pero su espíritu, compartido con el conservadurismo tradicional, es similar: una crítica al liberalismo económico que proletariza a las masas y arrincona a la pequeña propiedad familiar y al pequeño comercio. Una perspectiva desde las coordenadas de la justicia social y el bien común que denuncia la tenaza entre el gran capital y la Administración confiscatoria contra las clases medias. Y que postula que sólo con un orden económico asegurado por un Estado fuerte puede garantizarse el ejercicio real de la libertad individual.
Este esquema de una derecha social pero no socialista, de un conservadurismo comunitario pero no colectivista, de una idea de la política que no es ni la del Estado clientelar socialdemócrata ni la del Estado mínimo libertario, entraña una gran virtud: permite ampliar los horizontes de la imaginación política y dotarse de una mirada holista sobre los problemas políticos, de la que carecen la derecha liberal y la izquierda.
Una mirada que permite apercibir que tanto afectan a la escasez de vivienda la especulación de los fondos buitre como la inmigración masiva.
Antonio Maestre ha aplaudido al nuevo portavoz de VOX.
Y eso lo dice todo.
VOX dice que el PP y el PSOE son lo mismo.
Pero al PP jamás le ha aplaudido Maestre, ni la izquierda mediática, ni quienes viven del sistema. https://t.co/2JEokZhaRd
— David Diago (@daviddiagoc) November 6, 2025
Que el problema habitacional se explica no sólo por el exceso de regulación, el déficit de construcción y la okupación, sino también por los pisos turísticos y los beneficios fiscales para los inversores extranjeros.
Que las clases populares se ven atenazadas tanto por la voracidad recaudatoria del Tesoro como por el librecambismo desaforado.
Que la identidad barrial no se ve menos amenazada por la proliferación de restaurantes peruanos que por la sustitución de las tabernas por Starbucks.
En un exhaustivo artículo que escribió para el libro Ser conservador es el nuevo punk, Hernández Quero se esmeró en demostrar que la cultura asociativa y de pertenencia al territorio (frente al burocratismo abstracto del Estado y la deslocalización del anónimo mundo globalizado) es idiosincrásica del ideario conservador. Los conservadores siempre habían pregonado un discurso de la subsidiaridad y la solidaridad que antepone los grupos sociales a los individuos.
Empieza a cuajar una derecha obrera, vindicadora de la vecindad orgánica frente a la errancia cosmopolita, que resitua el acento discursivo de la esfera de la libertad a la de la estabilidad. Y es entonces cuando la derecha del dinero la denuesta con el baldón de la «derecha woke», a causa de su presunta emulación de los tics identitarios, antimodernos y populistas de la nueva izquierda.
Contaba Carlos Arniches que cuando un aristócrata andaluz le estaba mostrando su suntuoso cortijo a don Antonio Maura, y este reparó en la única estancia misérrima, el potentado terció: «Y aquí es donde duermen los gañanes». A lo que el ilustre conservador replicó: «¡Pues tenga usted cuidado cuando los despierten!».
La referida anécdota ofrece pues otra visión sobre la naciente derecha woke: un conservadurismo que ha resuelto salir de su letargo ante la desposesión de los humildes para evitar que sean los revolucionarios quienes los despierten.