Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 22/11/11
La noticia electoral en Euskadi la constituye la victoria de Amaiur. Previsible, aunque el optimismo que hoy se desvanece nos quería hacer creer que la nueva sigla del nacionalismo radical había sufrido ya cierto desgaste en el Gobierno de Gipuzkoa y que estas elecciones no le eran tan favorables a su idiosincrasia como las municipales. Queríamos creer las encuestas que no le daban triunfadora. Todo ha sido en balde. Con una firmeza pétrea, simbolizada en el nombre de castillo que ha adoptado, y tras una larga puesta en escena con hitos inmejorables en comunicación como la Conferencia de San Sebastián o el cese de la violencia por ETA, incluido el apoyo más o menos activo a todo este programado proceso del PNV y el PSOE, Amaiur se puede arrogar la victoria y sentirse muy orgullosa por conseguir transformar la derrota policial de ETA en victoria política, jugándosela al Estado una vez más.
Como era previsible, los dos partidos perjudicados en ese apoyo al mundo radical, a cambio de dejar de matar, han sido el PNV y el PSE, fenómeno que se descubrió muy claramente en Irlanda, dejando al PP menos mal parado, pero hipotecado por su apoyo a Patxi López. Pero así como el PNV aguanta mejor el tipo, y compartiría el mismo número de escaños con Amaiur en unas autonómicas, 20, al PSE le ha salido cara la crisis, pero también este apoyo a la incorporación a la vida política de los radicales aceptando una vez tras otra los pasos insuficientes que éstos daban como positivos. Esta victoria radical vuelve a poner el secesionismo en primera página de la agenda política vasca. Si bien es cierto que en los orígenes de la Transición cuando HB se presentó a las generales tuvo también un gran resultado, aunque algo menor, entonces tenía un gran obstáculo para preocuparnos con sus pretensiones: el comportamiento responsablemente democrático de aquel PNV. Hoy no es así. Este partido se ha sumado a la vorágine secesionista, pero además sectores de la izquierda y del PSE, obsesionado por lo identitario vasco, en cierta manera también lo alienta, multiplicando el efecto perturbador de la victoria del legado de ETA.
Me dirán que era el procedimiento adecuado para que ETA dejara de matar, que algo así se hizo en Irlanda, pero en Irlanda los republicanos se conformaron con una autonomía muy limitada que difícilmente puede desestabilizar el marco institucional bajo unos poderes británicos todopoderosos, pues han suspendido la autonomía más de una vez, y el «arreglo» se hizo tras entregar las armas. Aquí el siguiente paso lo constituye el abismo político y social de la ruptura de la secesión. Pero facilitar, o asumir, la liquidación de ETA a cambio de su victoria política se podía haber hecho en los inicios de la Transición, lo que no hubiera autorizado aquel PSOE y menos aquel PNV, pero nos hubiéramos ahorrado muchos muertos. O los hubiéramos tenido de otro tipo. Ni entonces era asumible ni tampoco ahora.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 22/11/11