Desconozco cuales son las conclusiones del movimiento del 15-M y cómo piensan encarar su futuro. Pero si les sirve de algo mi consejo, más vale que no se dejen llevar por clichés y piensen por su cuenta sobre los hechos que tienen delante de sus narices. Y después, ya se sabe: a organizarse y a moverse, caiga quien caiga.
Les dijeron «A la puta calle» y efectivamente salieron a la calle. Este chiste de El Roto refleja perfectamente el origen del 15- M. Con ello ha emergido ante la opinión pública la dura realidad de un amplio sector social que hasta ahora no había tenido presencia propia y que ha sido el gran sacrificado de esta crisis global. Por lo menos tras este aviso, los políticos, empresarios y sindicatos se lo pensarán mejor antes de hacerles pagar de nuevo la factura de la siguiente ronda de reformas.
Si en amplios sectores de la sociedad hay frustración política al ver los culpables de la crisis no han pagado por ello, en el sector de los jóvenes esa sensación es máxima, ya que ellos han sido condenados al mileurismo y al paro, hasta el punto de poderse pensar que se está creando una brecha generacional de difícil solución.
Estamos ante un sistema político y económico que ha decidido sortear la crisis sin tratar de repartir los costes, menospreciando las posibilidades que solo los jóvenes tienen de forzar un cambio de modelo social y económico. Cada vez que hay que elegir entre reducir los ingresos de quienes estamos bien asentados en el sistema o forzar los mecanismos de reparto y crear nuevas oportunidades para las nuevas generaciones, optamos por lo primero. Estamos gobernados conservadoramente y solo se aspira a que «esto» termine de pasar y que nada ni nadie discuta el status de quienes hemos sido beneficiados por el largo período de prosperidad anterior.
Y de esta manera ese tercio de la población que se debate entre el paro y el mileurismo, la «generación precaria», formado en buena medida por jóvenes con una preparación que, en teoría, es la mejor que ha tenido nunca nuestra sociedad, ve pasar los años sin que puedan crear un horizonte personal razonablemente sólido y próspero. Pero si ese sector se empieza a mover, analiza las causas de lo que pasa y empieza a pedir cuentas, las cosas pueden ser muy diferentes.
El sentimiento de agravio que acumula esta generación es aún mayor si se tiene en cuenta que por lo general provienen de medios familiares que han vivido bien hasta hace unos pocos años, por lo que todavía les resulta más incomprensible que a ellos no les corresponda su parte en el pastel que, creían, estaba al alcance de todos. En el mejor de los casos, reciben de sus familias una ayuda para seguir sobreviviendo.
Es una generación cuyas expectativas sociales son más bajas que las de sus padres, fenómeno inédito en usa sociedad que en 100 años ha pasado del campesinado más atrasado al turismo de masas más desenfrenado. Criados en un ambiente «cómodo», han podido caer en el espejismo de que un alto nivel de vida cae del cielo y se adquiere por el simple hecho de haber nacido aquí. La dureza y duración de la crisis les va a tener que despertar de ese sueño y, si son inteligentes y autónomos, terminarán por comprender que para encontrar su sitio en esta sociedad van a tener que forzar un cambio en el modelo y en los valores imperantes, enfrentándose con el status quo actual.
Hasta el momento, las generaciones que detentamos el poder político y económico hemos decidido ajustar nuestra economía a la crisis a través de la aplicación de reglas de juego muy diferentes. Allí donde se puede vivir en las inmediaciones del Estado, (el sector público, las contratas con la Administración, los ex monopolios como las finanzas, las eléctricas o la Telefonica) hemos creado un sistema de ayudas y protecciones contra la crisis, que se traduce en sueldos mucho más altos que en el resto de la economía y en un sistema de protección frente a los despidos totalmente desproporcionado respecto al que se practica con el resto de la sociedad. Un ejemplo de las privilegiadas reglas de este subsector económico: las Cajas de Ahorros, pero ocurre lo mismo en el resto de este subsector que están en quiebra práctica, consiguen ayudas públicas para sobrevivir y para prejubilar 13.000 personas de poco más de 50 años con unas pensiones que son el doble o el triple de lo que se les paga a estos mileuristas por trabajar. ¿Cómo se puede entender desde los jóvenes este doble rasero?,
Cuando se trata de otros sectores con menos privilegios y más expuestos al mercado, que tienen que sortear la crisis con sus propios medios, la solución que hemos adoptado también pasa por utilizar a este sector de jóvenes para abaratar los costes y flexibilizar las plantillas. De esta manera tratamos de proteger a los empleados más veteranos de las embestidas más brutales de la crisis. Lo justificamos de muchas maneras, pues nuestra generación es muy hábil justificando, pero la realidad es que les echamos a ellos de las empresas por la simple razón de que nosotros «estábamos antes». Así, las empresas se desprenden por cuatro perras de jóvenes con talento y ganas de trabajar en vez de despedir a aquellas personas que hace mucho tiempo dejaron de ser eficientes y perdieron el gusto por el trabajo. Probablemente esas empresas terminarán sucumbiendo en un futuro más o menos próximo por falta de personal adecuado que sea capaz de adaptarse a los nuevos tiempos.
En definitiva, desconozco cuales son las conclusiones del movimiento del 15-M y cómo piensan encarar su futuro. Pero si les sirve de algo mi consejo, más vale que no se dejen llevar por clichés y piensen por su cuenta sobre los hechos que tienen delante de sus narices. Y después, ya se sabe: a organizarse y a moverse, caiga quien caiga.
Javier Olaverri, EL PAÍS, 29/5/2011