- Concedamos, de momento, el beneficio de la duda a los designados. Son profesionales, no marionetas. A menos que acaben por demostrar lo contrario. Celebremos la protesta de Rufián o Belarra
Feijóo tenía que superar el vértigo que al PP le provocaba el pacto con el PSOE para renovar el CGPJ si pretende seguir presentándose ante los electores como un partido de Estado. Ya se ha comido a Ciudadanos, ahora necesita aplacar el temor que todavía suscita la derecha entre los votantes más centristas de la izquierda. Acabarán por encontrar otro, pero, de momento, ha anulado el latiguillo que el presidente y sus ministros empleaban a coro para desacreditarle. Ahora, tendrá que andar con pies de plomo por las moquetas de Génova, porque, en su propio partido, algunos –tal vez más en masculino que en femenino– eran más partidarios de negar al adversario el pan y la sal.
Aunque tomar una decisión de este calado calibrando las consecuencias electorales pueda parecer descabellado, lo cierto es que no hay político con algo de recorrido que no tenga en cuenta esa variable a la hora de tomar cualquier decisión. Para Feijóo es determinante, cuando no decisiva. De ahí que sea también pertinente preguntarse, tras el pacto de Bruselas, qué gana con esto Pedro Sánchez.
El presidente ha saltado el muro que él mismo levantó en su investidura para darse la mano con los supuestos salvajes pringados de fango que habitan al otro lado, despreciando de paso la añeja demanda de sus socios separatistas de trocear el Poder Judicial. Incluso ha accedido –sobre el papel, que ya tendremos ocasión de calibrar cómo se ejecuta en la práctica– a cerrar las puertas giratorias que comunicaban los tribunales y la Fiscalía con el Ejecutivo y el parlamento y a reformar el sistema de elección en el CGPJ. ¿Con qué fin? Olvídense, no sabremos la razón, pero no se ha caído del caballo. A lo peor, es que ya tiene asegurada la resolución de sus asuntos particulares y de partido en un Tribunal Constitucional reconvertido, por obra y gracia de Conde Pumpido y Campo, en última instancia de casación. A lo mejor, es que los presupuestos no le salen, en Cataluña no hay visos de acuerdo y estamos a las puertas de una nueva convocatoria electoral.
Concedamos, de momento, el beneficio de la duda a los designados. Son profesionales, no marionetas. A menos que acaben por demostrar lo contrario. Celebremos la protesta de Rufián o Belarra. Si los antisistema ladran, los demócratas cabalgamos.