Teodoro León Gross-El País
Si ceder a la presión de sus aliados le llevaría al desastre, el presidente tiene la opción de explorar la estrategia de no ceder
Hay consenso al menos en algo: Sánchez difícilmente, muy difícilmente, podrá gobernar. Vaya por delante la constatación de lo obvio: con 84 escaños, y la necesidad de conciliar fuerzas no ya heterogéneas sino a menudo hostiles, gobernar se convierte en una modalidad extrema como el barranquismo en Nepal o el parkour en Chicago. El nuevo presidente se sostiene en un grupo que ni siquiera representa el 25% por ciento de la cámara. Más allá de liquidar a Rajoy y su legado, es difícil rastrear nexos con los que sumar 176. Sánchez, por supuesto, no va a tener 100 días de gracia; si acaso tendrá cuatro tardes, hasta que mañana miércoles dé a conocer su gabinete y empiece el pim-pam-pum. En las trincheras conservadoras hay una excitación como no se veía desde 2004; y Sánchez va a llegar a la Carrera de San Jerónimo como la brigada ligera a Bataclava, a pecho descubierto frente a la artillería pesada. Los nacionalistas catalanes han trazado la primera línea en la fachada de la Generalitat con los presos políticos y los exiliados; el PNV debe restañar su credibilidad tras verse retratados como fenicios en un mercado persa; Bildu queda fuera de foco, y Podemos tratará a la vez de soplar y sorber erosionando al PSOE con a exigencias de máximos, como ya le ha anticipado con los permisos de paternidad y las pensiones al IPC. Con esos aliados, el presidente no necesita enemigos. Claro que además va a tener enemigos.
La posibilidad aritmética de Sánchez de tomar decisiones es limitadísima, mientras el cielo sobre él va a parecer Dresde en 1945: fuego constante. Pero su posición resulta tan delicada que un exceso de presión podría acabar forzando su caída. Sus socios van a tener que mesarse el pelo y contar a 100 antes de apretarle demasiado las clavijas, porque el colapso conduciría a elecciones anticipadas, algo que ahora mismo todos, salvo Ciudadanos, ven con particular aversión. Y eso es una oportunidad. “Un político inteligente lo único que puede hacer es explotar los acontecimientos en su propio beneficio” anota Ignatieff en Fuego y ceniza. Hasta ahora cualquiera hubiera ironizado “sí, un político inteligente, in-te-li-gen-te…”, pero a estas alturas nadie se atreverá a menospreciar tan alegremente a Mr.Handsome, que ha demostrado una determinación de superviviente bastante excepcional. De momento ha sabido aprovechar sus oportunidades –el propio Ignatieff escribe “suerte en política es adivinar el momento exacto”– y ahora puede tantear la rentabilidad de este escenario endemoniado. Si ceder a la presión de sus aliados le llevaría al desastre, tiene la opción de explorar la estrategia de no ceder. El tiempo corre a su favor. Y hasta entonces cada uno de sus mensajes, estrenados con el Alto Comisionado para la Pobreza Infantil, puntuará en su marcador.