El Correo-J. M. RUIZ SOROA

Ni invasión de África ni reventón de las costuras sociales: la cuestión migratoria no es un fenómeno fuera de control ni explosivo, sino un problema más de los que tenemos. Y perfectamente gestionable si abandonamos el alarmismo

Es célebre el dictum de Friedrich Nietzsche: «no existen los hechos, existen las interpretaciones». Pero hoy habría que sustituirlo por otro: «no existen los hechos, existen las imágenes». Dicho de otra forma, que en el nivel de la opinión pública hemos bajado un escalón más en nuestro conocimiento del mundo que nos rodea. Antes, por lo menos, ya que no existía un conocimiento de los hechos mismos, había interpretacio nes u opiniones, se supone que mínimamente construidas y razonadas; ahora hay sólo imágenes visuales con las que los medios nos llenan la pupila y la mente, y nos distorsionan la comprensión de la realidad.

En un reciente ensayo proponía Steven Pinker, a efectos de entender por dónde va el mundo en la actualidad, abandonar un poco las imágenes, las opiniones, las denuncias apasionadas, los apuntes a vuelapluma, y demás mensajes que nos impactan y conmueven, y atender un poco a un dato tan fiable y objetivo como los números. Por favor, dice, antes de opinar miren los números, hagan las cuentas. Si lo hacen, su opinión acerca de la marcha del mundo cambiará, seguro. Lean los datos sobre la pobreza, la longevidad, la violencia, la sanidad, la educación, y tantos otros índices del bienestar humano, lean acerca de su evolución en el siglo pasado y en todo el mundo, y luego vean si quieren seguir con las jeremiadas que parecen de rigor para los opinadores críticos.

Viene a cuento esta introducción a la hora de hablar de esa marea de inmigrantes que se nos viene encima desde África, y que vemos un día sí y otro también en los telediarios. No hay sitio para tantos, ni papeles para todos, no podemos acoger a África entera, el problema es inmenso, España se tambalea, la frontera se derrumba, es lo más grave de lo que nos pasa.

Por favor, echen las cuentas conmigo, que las tomo del Instituto Nacional de Estadística y de un sociólogo tan reputado como Antonio Izquierdo: el pasado año 2017 entraron en España un total de 530.000 inmigrantes, casi todos de manera legal. Si suponemos que este año van a entrar como se dice unos 50.000 por el Estrecho de Gibraltar o cercanías, la cifra no va a llegar al 10% de la inmigración total. En otros términos, la inmigración ilegal por vía marítima apenas sí tiene importancia numérica en el total de la inmigración. Es la más llamativa, la más plástica, la más noticiable, la que mejor vende programas y titulares, la más conmovedora (¡ay, el gustito de sentirse conmovido por una causa justa!), pero… es el chocolate del loro: no es importante en términos cuantitativos, sólo uno de cada diez inmigrantes llega por ahí. Así que, ¿por qué deberíamos dejarnos influir tanto por ese hecho tan poco relevante? ¿Por qué estamos todos hablando de algo que tiene tan poca importancia objetiva pero que, a fuerza de comentarlo, termina por apuntalar o derribar gobiernos? ¿Por qué somos siervos voluntarios de la tergiversación mediática?

Un poquito más de cifras: los últimos tres años se han ido de España una media de 400.000 inmigrantes cada ejercicio. Han leído bien, 400.000. De manera que el saldo migratorio positivo de estos ejercicios supera en poco las 100.000 personas y el porcentaje de población inmigrante se mantiene estable desde hace años en torno al 12%. Ni invasión de África ni reventón de las costuras sociales, la cuestión migratoria no es un fenómeno fuera de control ni explosivo, es un problema más de los que tenemos. Perfectamente gestionable si empezamos por abandonar el alarmismo, la exageración, las imágenes, y atendemos a las políticas concretas. Claro que esto es aburrido y carece de impacto. Nadie hace poemas con cifras.

Como español que exhibe ya muchas canas creo que uno de los rasgos que me han hecho reconciliarme con mi país en estos últimos decenios ha sido su capacidad demostrada para acoger y convivir sin alharacas ni explosiones con millones de inmigrantes. Para mí, y muchos como yo, era un dogma de juventud que el español era (éramos) racista, xenófobo e intolerante. Algo se aprende en la vida. No lo era.

Salvo, claro está, que nos dediquemos con fruición y para llenar titulares y telediarios a difundir imágenes que no se corresponden con los números. Y a propalar esos falsos rumores de que los inmigrantes atascan los servicios sociales, la sanidad, la red asistencial, y no aportan sino problemas. Falso, los inmigrantes aportan juventud, cotizaciones, mejor salud, descendencia y humanidad. Y a la larga nunca vendrán más de los que precisamos. ¿Que hay problemas transitorios? Obvio que sí, el progreso nunca es lineal y bondadoso en todos y cada uno de sus rincones. Pero a la larga es progreso, para ellos y para nosotros.