Luis Ventoso-ABC
- Homenaje liberal al presunto malo de las tiras de Mafalda
El altivo Napoleón despreciaba a los ingleses con esta frase: «Inglaterra es una nación de tenderos». Pero tal vez el insulto albergaba un elogio involuntario. Los tenderos son gente responsable, no pueden permitirse gilipolleces, porque arriesgan su propio dinero, no el del Estado. Si las cuentas no cuadran ponen en jaque su medio de vida. Han de ser prudentes en el acopio de mercancía. Educados y atentos con su clientela, para que vuelva. Ingeniosos para intentar incrementar la demanda con nuevas ofertas. Al final, resulta que construir un país de tenderos, una nación volcada en la iniciativa personal y el comercio, no parece ninguna mala idea, sino un pacífico modo de multiplicar la riqueza.
Veo por casa un libro de tiras de Mafalda. Lo ojeo un rato como homenaje al gran Quino, muerto en días pasados. Según voy avanzando, me sorprende llegar a una conclusión opuesta a la que sentía de chaval ante estas mismas viñetas. Mafalda, la heroína, me resulta una pelmaza importante. Sin embargo -¡horror!-, poco a poco voy notando que con quien sintonizo es con el teórico malo, con el tarugo de la pandilla, el cachazudo Manolito Goreiro, con su pelo pincho, su cabeza cuadrada, su americana de tendero y su lápiz perenne para echar cuentas.
Mafalda es una niña de buen corazón y clase media, que ella denigra como «clase medioestúpida». Idealista y de mirada utópica, cree que el mundo va fatal y se muestra como una pesimista patológica, anclada en la queja permanente. Detesta la sopa, el alimento que permite sacar adelante a la prole en familias de economías ajustadas. De mayor aspira a convertirse en traductora en la sede de la ONU y contribuir así a la paz mundial.
De toda la pandi mafaldiana, el único que curra es Manolito, volcado en la tienda de su padre, un emigrante gallego que ha conseguido montar el Almacén Don Manolo. El niño es tosco, rudo, aunque no mala gente; mediocre en el colegio, salvo con los números, donde se convierte en un hacha. Manolito ayuda en la tienda familiar y constantemente piensa en fórmulas publicitarias para atraer mayor clientela. Le gusta la sopa, por supuesto, y de mayor aspira a ser dueño de una enorme cadena de supermercados y volverse tan rico como Rockefeller. Ante los sermones igualitarios de Mafalda, Manolito replica: «Todos somos iguales, sí, solo que algunos arriesgamos un capital». Mafalda intenta ablandar su corazón, abrirlo al sentimentalismo progresista: «Vos, que siempre andás dale que dale con el almacén de papá, la plata y los negocios. Escucha esto: “El dinero no da la felicidad”». Manolito responde compungido: «Sí, ya lo sé». Pero acto seguido añade con sonrisa exultante: «Pero lo que me entusiasma es la maña que se da para imitarla».
Si en la España de hoy hiciésemos una encuesta de popularidad no habría duda: Mafalda golearía a Manolito. Tal vez por eso nos gobiernan Podemos y el PSOE. Pero con muchos manolitos un país sale adelante. Con la queja diletante y las soluciones quiméricas, no lo sé…