Jorge Vilches-Vozpópuli
  • Vox se desinfla, y la disminución de las expectativas de participar del poder hacen menos atractivo a su partido para mucha gente, tanto elegibles como electores

La decepción en las elecciones andaluzas y la marcha de Macarena Olona están dejando al descubierto las deficiencias de Vox. Ahora se airea que tienen dificultades para completar las listas electorales de cara a la convocatoria de municipales y autonómicas de 2023.

La carencia de personal válido es una dificultad de largo recorrido. Vox no atrae a gente de la sociedad civil con la autoridad suficiente como para constituir una vanguardia de la “verdadera España”, que era su objetivo. A esa falta de atractivo se une la cantidad de arribistas e iluminados que se arrima a un partido que puede tocar el poder.

El problema está en la enorme diferencia entre el objetivo declarado y el resultado, entre el maximalismo de la demagogia populista y la realidad del día a día. La pretensión, como tuvo Albert Rivera en su día, era ocupar el puesto del PP como alternativa a la izquierda. Al igual que Cs, Vox creció según el PP perdía credibilidad, entre 2017 y 2019. Ahora sucede a la inversa. Mientras los populares aumentan su imagen de partido de gobierno a las puertas, Vox se desinflan.

Los voxistas basaron su crecimiento atizando con la batalla cultural, algo ideal en tiempos de bonanza económica, pero que hace aguas cuando lo que importa es la pérdida del trabajo, el cierre de la empresa, o la mengua del poder adquisitivo por la inflación. Están muy bien Don Pelayo y la Reconquista, la Toma de Granada o Elcano, pero hay que pagar la factura de la electricidad y encontrar trabajo.

Vox no puede caer en el distanciamiento de la realidad que exhiben los ministros de Podemos, alarmados por el descenso de unicornios o los hombres blandengues. Es preciso que pongan los dos pies en el suelo.

La primera necesidad del que cree que el Gobierno sanchista es el causante de su desgracia personal es quitarse de enmedio a la “coalición progresista”. Y hay que reconocer que ese papel se lo ha atribuido muy bien Feijóo. El líder del PP lo dice con claridad: “La gente sabe que para echar a Sánchez hay que votar a los populares”.

Esto supone que Vox debe acomodarse a la situación, reconocer que solo pueden aspirar a influir en un Gobierno del PP. ¿Y cuál es el miedo a esa nueva postura? Que pase lo mismo que en Andalucía, donde Vox se presentó como el partido que iba a conducir a Moreno Bonilla a la rectificación, y se quedó en nada.

De Andalucía debieron aprender una lección básica: afirmar que el competidor (el PP) va a gobernar, y que el papel propio (el de Vox) se va a limitar al apoyo, supone animar a los dudosos a votar al ganador para reforzar la jugada.

Vox se desinfla, y la disminución de las expectativas de participar del poder hacen menos atractivo a su partido para mucha gente, tanto elegibles como electores. De ahí que no pueda confeccionar las listas y caiga en las encuestas, en todas, a cualquier nivel administrativo. Y esto no es una maniobra de manipulación, porque los trackings internos de Vox dicen lo mismo.

A día de hoy, de celebrarse elecciones generales, Vox perdería unos 10 escaños, lo que supone unos 450.000 votos. En las locales podrían tener menos que en 2019, que fue su gran salto adelante. Un caso evidente es Madrid. Rocío Monasterio y Javier Ortega-Smith están inhabilitados para volver a encabezar las candidaturas con posibilidades de crecer. Este descenso en las expectativas y la falta de cuadros son vasos comunicantes.

La subida de los populares es gracias al perfil centrista y la casi desaparición de Cs, que ha convertido a Feijóo en la alternativa. De no haber sido así, si Ciudadanos hubiera resistido a sus errores, Vox tendría una oportunidad para ser la opción de la derecha. Sin embargo, el crecimiento del PP a costa de los “centristas” convierte a Vox en un partido muleta, en el apoyo prácticamente seguro para gobernar, en el actor secundario.

En definitiva, el partido de Abascal echa raíces en el 15%, lo que es insuficiente para cumplir con su pretensión inicial de sustituir al PP. Hoy es todo lo contrario: necesitan a los populares para tener algún sentido como partido. Quizá no dan para más hoy, y eso deben aceptarlo, aunque sea “por España”, como no se cansan de decir.