Las Cortes a veces parecen un gallinero cuando los partidos se engolfan en dinámicas de enfrentamiento. Por qué le llaman amor cuando quiere decir sexo, por qué le llaman política cuando es enfrentamiento propio de un reality show.
En España los partidos cambian demasiado cuando pasan de la oposición al gobierno, y viceversa. Le pasó al PP y le empieza a pasar al PSOE. La necesidad de gobernar para la generalidad entraña carácter, y el verse depositario de la gobernabilidad de la nación, por poco valorada que esté, retrasada en sus fundamentos, o por muy descuartizada que esté en su concepción por muchos ciudadanos, imprime mucho carisma hijo de la responsabilidad.
En Bélgica se dice que el único belga es el rey, porque es una nación joven, bilingüe, partida por la mitad entre flamencos y valones. En España el que a la postre es español, además del rey, y alguna otra institución, la escuela no, que se llama pública y no nacional, es el Gobierno. Las Cortes a veces parecen un gallinero cuando los partidos se engolfan en dinámicas de enfrentamiento. Por qué le llaman amor cuando quiere decir sexo, por qué le llaman política cuando es enfrentamiento propio de un reality show.
Todo esto viene a raíz de la visita de Maragall a la Moncloa, recibido a la puerta por la senyera. Aquí el honorable president deja las cosas claras, la Generalitat es Estado, hasta dice Estado español, lo cual, por obvio que parezca a los ilustrados, no deja de ser muy tranquilizador y le aleja de las formas del lehendakari Ibarretxe, cuya vicelehendekari ha preparado la entrevista de éste con Zapatero aventando todos los agravios. Otra cosa es el énfasis que pone en que a las nacionalidades, recogidas en la Constitución, más el viejo reino de Navarra, se les adjunte el calificativo de históricas, como si el resto de las autonomías no pudieran recabar esa misma calificación, no digamos nada del Principado de Asturias. Lo que puede propiciar una alocada y surrealista carrera de todas las autonomías por lo de históricas como título en las tarjetas de visita que les promueva a un mayor nivel de financiación. No tendría por qué, pero teniendo en cuenta los precedentes….
España se quedó coja en muchos aspectos en su largo proceso de conversión a nación moderna. Desde sus prolegómenos en las Cortes de Cádiz, «ideas sin hechos» según Marx, careció de un instrumento fundamental para promocionar la nación como era un Estado suficiente para cada etapa del liberalismo. Y no se confundan ustedes con lo del franquismo, que en esa ocasión en los pendulazos a los que somos muy dados, tuvimos Estado enfrentado a la nación, que era lo que pasaba en el absolutismo más puro. Por lo que tranquilizados con la adhesión de Maragall al Estado, no vaya a ser que reafirmando la naturaleza de Estado de la Genaralitat no se pase tres leguas y que al final lo que desee es que la nación sea Catalunya. Que sería el colmo de la fina política veneciana del renacimiento, llegar a que Cataluña sea un Estado pasando por el uso de un Estado de una nación en plena depreciación, España. Tengo que admitir que no es creíble, como aquella columna de la revista de humor DDT: «Increíble Pero Cierto».
Por eso lo sensato es lo que promueve el Gobierno, iniciar la reforma desde el centro, desde el Senado, porque potenciar el federalismo sin instituciones federales, lo que no sería federalismo sino puro centrifuguismo, es lo más arriesgado que se pudiera hacer. Aunque las reivindicaciones descentralizadoras y de mayor protagonismo de algunas autonomías provengan de ellas las reformas deben ser promovidas y desarrolladas desde el centro, desde el Gobierno español y las Cortes, lo contrario es cantonalismo puro y duro y la vuelta al descrédito del federalismo. Al paso que ponga el Gobierno, con la prudencia y consenso requerido y dejando claro que aunque la Genaralitat sea Estado, cosa parecida dijo hasta Ibarretxe en la pasada toma de posesión de su cargo, el Estado es y debe seguir siendo unitario. Por eso están muy bien las precisiones de Jordi Sevilla -cuando Ibarretxe dice Estado él dice España- y las puntualizaciones de otros miembros del Gobierno a los énfasis periféricos.
Quizás con esas puntualizaciones se pierda el encanto del salvaje oeste, la juerga en la barra libre, y las fantasías imposibles de algunos, pero las reformas, de hacerse, deben ser desde la iniciativa central y con la prudencia del que representa los intereses generales de la nación, no barrio por barrio. Qué cosas pasan cuando se accede al poder y viceversa.
Lo de Ibarretxe es otra cosa, sólo tratable con talantes y sonrisas. Aunque coincida en hablar de Estado. De lo que no hablará es de la nación que lo debe sustentar, porque sigue con su Estado libre asociado.
Eduardo Uriarte Romero. El País-País Vasco, 29/07/2004