Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 11/9/12
Falta mucho tiempo pero ya estamos metidos en plena agitación propagandística cara a las elecciones. Los políticos acicalan sus mejores y más llamativos plumajes con el fin de vendernos —palabra en nada peyorativa teniendo en cuenta que las campañas están en manos de agencias de publicidad que hoy vende política y mañana coches— sus magníficos programas. Y lo tendrán que hacer muy bien para atravesar el grueso pellejo de desconfianza y decepción, decepción casi infantil, que la crisis nos ha supuesto. Es decir, acabamos de enterarnos que los políticos no son los reyes magos, y digan lo que digan los sindicatos si pagan los cuatrocientos euros a los parados es probable que te quedes sin la extraordinaria en la pensión de jubilado, porque de donde no hay no se puede sacar. Ni son los reyes magos, ni los programas la carta navideña a sus majestades. Ni la política lo puede todo. Más bien, y ha sido siempre, el arte de lo posible
Pero magia si que tienen, como lo demuestra la aparición saliendo del baúl encadenado de la historia al balcón del Hotel Carlton, sede del Gobierno vasco en la guerra civil, los de Bildu allí encaramados. ¿Querrá decir que admiten la legalidad republicana?, ¿querrá decir que asumen aquel gobierno de concentración?, ¿asumen el limitado Estatuto del treinta y seis?, o más bien asumen lo que se ha ido enseñado en estos últimos años de democracia en este país, de que la guerra civil fue una guerra entre Euskal Herria y España, es decir, el antecedente del “Conflicto”. Pero en ese mundo todo vale, pues todo, hasta el asesinato político ha valido, y aún así hoy han sido legalizados. Además cuentan con la ventaja que en esta época de decepción y cabreo social, especialmente hacia los partidos clásicos, ellos representan como nadie el antisistema, en lo social y en lo nacionalista, y su discurso es simplista como el de una peli de romanos. Lo tienen fácil.
Por el contrario, no es buen momento para los sensatos, y el que menos mentiras venda saldrá peor parado. El que diga sensateces que se de por ahorcado, porque lo malo de esta decepción y desconfianza es que abona el terreno a los escandalosos y falsos profetas, a las doctrinas políticas altisonantes, y rechaza la realidad y la racionalidad. Son las emociones las que mandan, y en este contexto los trágicos errores tienen su gran oportunidad. Oportunidad ganada a pulso después de políticas erráticas y una educación, ya lo dice el informe Pisa, bastante deplorable. En gran manera la oportunidad de la que hoy gozan los disparatados profetas fue creada, pasito a pasito, pragmatismo sobre pragmatismo, concesión tras concesión, disentimiento tras disentimiento, por los sensatos. Porque la política, siendo el arte de lo posible, necesita de una previa cultura política por el que la maneja, y eso no ha sido existido en los últimos tiempos. Luego, a no quejarse.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 11/9/12