El título, que he tomado prestado de una afirmación de Javier Rojo, se refiere al futuro de las relaciones entre el PP y el PSE en Euskadi. Encierra la advertencia de quien, creyendo haber sido malentendido y maltratado por su aliado, se propone un cambio de actitud que corrija los errores que él mismo ha cometido y enderece las ingenuidades en que los suyos han incurrido.
Si se da crédito a esta declaración de intenciones, el constitucionalismo no será en adelante un bloque unitario e indiferenciado, sino, a lo más, una convergencia de principios compatible con políticas divergentes. Quizá lo que debería haber sido desde un principio.
La propuesta de Javier Rojo de compartir responsabilidades en las instituciones alavesas -alcaldía de Vitoria-Gasteiz para el PP y presidencia de la Diputación Foral de Alava para el PSE- no era del todo descabellada. Podía presentarse como la mejor manera de reforzar el constitucionalismo a cambio de un reequilibrio en el reparto del poder. Requería, sin embargo, de la otra parte un esfuerzo de generosidad y un alarde de visión de Estado que no son corrientes en la política. Tenía, en cierto sentido, razón, pero le faltaban, por desgracia, razones. A éstas -a las razones contantes y sonantes de los votos- se ha atenido el PP para rechazarla.
El PP ha salido, de momento, ganador. Gobernará, aunque quién sabe si sólo en precario, las dos instituciones mencionadas. Pero, si lo que de verdad le importaba eran los principios del constitucionalismo, quizá haya pagado un precio excesivo por la victoria. Las alianzas que persiguen objetivos de largo alcance exigen, las más de las veces, la renuncia de ganancias coyunturales, sobre todo cuando éstas sólo pueden obtenerse a costa del desaire de quienes son socios imprescindibles. Parece ser ésta una lección que el PP no ha acabado de aprender. Desde que firmó -a instancias, por cierto, del PSOE- aquel Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo -pilar, según dicen, de la doctrina constitucionalista-, no ha dejado de arrastrar a sus aliados a posiciones cada vez más incómodas, sobre la base de lecturas abusivas del mismo y con el acompañamiento de un discurso desdeñoso hacia sus compañeros de viaje.
El último desaire de Álava, junto con la deriva que puedan tomar los recientes acontecimientos de la Comunidad de Madrid y la cercanía de las elecciones generales, puede ser la gota que colme un vaso que estaba ya a punto de rebosar. Los socialistas de Euskadi y de toda España habrían llegado a la conclusión de que el discurso constitucionalista, en boca los populares, no pasa de ser la coartada que se esgrime de manera grandilocuente cuando se quieren ocultar intereses vergonzantes. En palabras que los mismos populares tanto gustan de usar, un auténtico ‘discurso trampa’.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 12/6/2003