Tiempo de saldos, de griterío, de cometas que se estampan contra el suelo al minuto de ser izadas, de negaciones como las de San Pedro y componendas de reservado de restaurante y cafetito discreto. El 28-M ya se nos hace largo. Elecciones autonómicas y locales.
No se me malinterprete. Ganas de poder votar y ganas de cambio, muchas.
Pero qué hartura tener que interpretar todas y cada una de las noticias en clave electoral. De ver cómo se promete construir, implementar, potenciar y promover lo mismo que se prometió en 2015 y de nuevo en 2019 sabiendo que todo está en el mismo punto en que se dejó hace ocho o cuatro años.
Perdida en las inauguraciones y reinauguraciones de lo que ya lleva años en marcha. En las presentaciones (por tercera vez) de proyectos de equipamientos que eran necesarios hace ocho y ahí siguen, acumulando polvo hasta la próxima elección. De primeras, segundas y terceras piedras en las que las autoridades nacionales, autonómicas y locales se apelotonan en una foto que se replica hasta el infinito en las redes sociales.
Anuncios, declaraciones, desmentidos, promesas («¿dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?»). La prensa local se hace bola y la nacional, espanto.
Se acabó el tiempo de las mayorías absolutas (salvo en Andalucía y quién sabe si en la Comunidad de Madrid). Así que los cálculos se imponen, pero aceptando siempre el marco mental creado por la izquierda o por los nacionalistas. Sobre todo si no se es ni lo uno ni lo otro.
Si no obtiene mayoría absoluta, ¿gobernará con Vox? No sé, tenemos vocación de gobernar en solitario, no nos gustan los extremos, tenemos líneas rojas.
O sí, que si consigo victoria en tierra hostil no vendrán de Madrid a decirme lo que tengo que hacer. Un erial convertido en baronía pesa más que un hombre promesa. Al menos hasta las generales.
De no obtener mayoría absoluta. ¿gobernará con la turbamulta de filoetarras, golpistas, nacionalistas supremacistas y comunistas del Partido Comunista y de los otros?
¿De verdad hace falta aclararlo? Eso que a usted le parece un collage infame se llama progresismo.
Llegado el momento, de nuevo habrá que creerlo, por mucho que cualquiera de las ideologías que sustentan esos partidos (o los partidos mismos) sean la perfecta antítesis del progreso o hayan dejado a su paso (centenario o más reciente) mojones de los que cualquiera se avergonzaría.
Y de telón de fondo, el monocordio de Yolanda Díaz. La permanente exhibición y la forzada exégesis de sus gestos, de sus discursos sin contenido (¿para qué?), de sus peinados o sus mohines. La vacuidad convertida en razón de Estado.
28-M. Las necesidades de los españoles, lo que piden (exigir, deberían) a sus gobernantes autonómicos o a sus alcaldes, es tremendamente simple.
Los tiempos de los nuevos ricos, de las megaloquesea y de las rotondas con escultura contemporánea se fueron por el sumidero de la crisis de 2008. Y encadenando una (crisis) tras otra, las velas se ponen ahora a la virgen de la vivienda, a nuestra señora del empleo o a la de la inflación.
Y ya puestos, si de alcaldías hablamos, sumémosle unas cuantas jaculatorias para poder volver sola y sobria, pero intacta a tu casa. Resolver una movilidad que es un infierno. Limpiar unas calles que, además de heder, son un involuntario homenaje al «arte urbano». O arreglar un diseño de ciudad hecho a mordiscos, hostil para el que se mueve con sus piernas o para el que lo hace sobre ruedas.
Nos hemos olvidado de exigir un Guggenheim (y su milagro) en cada ciudad. O un centro multiusos y una piscina climatizada en cada pueblo.
Somos más pobres aunque se recaude más, y ahora nos bastan las promesas para pobres.
Pero ojo. Ya no nos conformamos con menos.